“Las rebajas”
Las
rebajas son en los últimos tiempos el gran invento del comercio, sobre todo en
las grandes áreas. Son algo así como el reclamo con el que el cazador procura
que la perdiz llegue a su terreno. Tienen también su parte positiva, como puede
ser acelerar las ventas, hacer que el dinero corra y provocar que hasta la
Bolsa se mueva; hasta ahí puede llegar su influjo.
Pero
la reflexión que se hace, la pregunta que nos podemos interpelar, la realidad
que nos aprieta nuestra pequeña bolsa es, ¿qué dinero puede quedarnos después
de quince días de generosos gastos? Pavo, besugo, gambas, champán, fiestas,
regalos, viajes, invitaciones, desplazamientos… locura. Se nos ha estrujado el
bolsillo durante estas dos semanas como se estruja la aceituna en las almazaras
para obtener el aceite, quedando el resto reducido a trocitos resecos de los
pellejitos y los minúsculos granitos que contienen; pero aún así, todo eso no
se tira, aún queda otra operación que consiste envolverlo a estrujar con más
potencia estos grandes montones de desechos, quedando convertidos en planchas
de dos dedos de grosor, aún más duras y resecas; es el orujo, que, llegando
arder perfectamente, se usaba, al menos antes, para producir calor intenso en
grandes hornos, endureciendo de esta forma en las alfarerías las piezas que se
habían convertido en el torno en cántaros, botijos, ladrillos, platos, huchas y
todo tipo de cacharreria similar. Recordemos la frase del gran científico, creo
que fue Lineo, cuando decía: “en la Naturaleza nada se destruye, solo se
transforma”; ese camino seguirán sin duda también nuestros cuerpos. Pero no nos
desviemos del tema. El gran comerciante, inteligente sin duda, sabe que después
de Reyes, algo queda todavía en nuestro poder, por escasos euros que sean y eso
es, precisamente lo que busca; y lo suele conseguir casi siempre, con anuncios,
con propaganda oral en la radio, escrita en folletos y televisiva. Lo que el
día cinco de enero valía ocho euros, el día siete cuesta solo cuatro euros, o menos.
¿Cómo puede ser esto? ¿Pierde el comerciante? Se me antoja que él nunca pierde.
Tal vez gane menos, pero se quita de enmedio, al mismo tiempo, mucha mercancía
que le ha quedado. Y vamos, y entramos, y compramos lo que nos hace falta o no,
y nos volvemos tan orgullosos al contemplar que nos hemos traído una ganga.
Permitidme
que os cuente un acontecimiento personal y por mí vivido, naturalmente. Al
finalizar mi primer curso de estudios con once años en Úbeda, los jesuitas nos
llevaron un mes de veraneo al Palo, en Málaga. La mayoría no habíamos visto
nunca el mar. Fue por vez primera cuando lo divisamos a lo lejos, después de
atravesar el tren 18 túneles del Chorro de los Gaitanes, allá en las alturas.
Nos pareció todo un espectáculo difícil de relatar. El mar, agua, agua, agua,
el horizonte semicircular... Media hora más tarde llegamos al colegio San Luis
Gonzaga. Soltar las maletas, ponernos el bañador y salir corriendo a la playa,
solo 300 metros. Nos tiramos al mar, nos metimos en el agua, con entusiasmo,
con alborozo, algo como Iker Casillas se tira para atrapar un balón que se
dirige hacia el poste. Nos queríamos “comer” el mar. De forma similar, de
parecida manera, entran los posibles compradores en los grandes almacenes, con
empujones, codazos, como si quisieran huir del reciente acontecimiento del
Madrid Arena; solo que, en estos casos no suele haber ningún muerto,
afortunadamente. ¿No habéis visto todos los años en la “tele” cómo entran los
ingleses en los grandes almacenes Harrods? Aquí casi igual; todo un
espectáculo, con vehemencia, con esfuerzo, con entusiasmo, casi parecido a la
salida de los participantes en Madrid de la gran carrera pedestre el día de San
Silvestre, 31 de diciembre, los treinta o cuarenta mil atletas. Pero el otro
“deporte” del que hablamos es distinto; más beneficioso, más lucrativo, con
nuestras prendas y nuestros caprichos bajo el brazo. Y dirán que vale la pena,
sin tirarnos al césped como Casillas ni sacar un palmo de lengua como los
corredores de Vallecas.
Aquella
inmensa masa de gentes han soportado a la intemperie a las puertas de esos
almacenes que ustedes saben todo el frío de enero; pero no importa, porque al
abrirse sus puertas, como si fuesen del Cielo, se lanzan a su interior
frenéticamente, en tromba, en aluvión, y con alas en los pies se dirigen
enloquecidas hacia aquel objeto de su deseo que ya ha sido previamente escogida
y seleccionada.
El
pasillo por el que salieron en el Madrid Arena 16.000 jóvenes puede ser una
referencia cuando se divertían la noche de Hallowen.
Aquí
no llegamos a tanto. Todo sucede como una copia de lo de Londres o Madrid. Pero
no es igual. Aquí al menos no hubo muertos. Menos mal.
José Arjona Atienza
Cádiz, 9 de enero de 2013
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