Se
viene diciendo en todos los tonos que los europeos del siglo XXI o seremos contemplativos o no seremos nada. Creo que la sentencia se atribuye a Kart
Rhaner. Es decir, que podemos estar ante un reto de nuestro tiempo: una gran
era espiritual o un agnosticismo total, tal como sucedió en el siglo XVI. Pero
advierten algunos que este renacimiento no puede ya encauzarse por el Evangelio
cristiano o los dogmas católicos; hay que buscar otras concreciones éticas.
Inmediatamente,
uno se interroga: “De los dogmas católicos se podría discutir, porque los
cristianos, los teólogos y la misma Iglesia, ante el cambio de la Ciencia y de
las transformaciones actuales, se preguntan con total libertad sobre ciertas
declaraciones dogmáticas que hoy se exponen de otra manera. Pero de los
Evangelios, la mayoría de los que lo siguen se preguntan: ¿Por qué no?
La persona de
Jesucristo y las enseñanzas cristianas
que nos dejó a través de los Evangelios, no sólo son aceptados por sus
seguidores, sino por otros grupos religiosos y otras religiones que acuden
continuamente a beber en sus páginas las aguas que Jesús nos dejó, como un
tesoro, para toda la humanidad. Cristo no sólo no ha fracasado, sino que se ha
convertido en la figura ineludible para moldear al hombre perfecto.
El Dios de la
Naturaleza y el Dios del Evangelio tienen una estrecha relación entre sí.
Ciertamente, sus enseñanzas no fueron dadas como verdades científicas. Basta
observar la charla de un científico actual y la página del Evangelio que se lee
cada domingo en las iglesias. El auditorio que tenía Cristo nunca hubiera
podido entender la conferencia de un científico o la curación de una operación
quirúrgica.
Jesús exponía
su doctrina para todos y estaba convencido de la inutilidad de expresar ciertas
cosas, imposibles de llegar a las mentes de las personas que acudía
generalmente a oírlo. Podía haber estado horas enteras hablando con un lenguaje
científico y técnico, sin que su público se enterara de nada. Pero a sus
charlas, nadie hubiera acudido en adelante a oírlo. Si volviera a hablar a todo
el mundo, hablaría con el lenguaje que todos pudieran entender.
Por otra
parte, se dirigía a los corazones de las personas sencillas, más que a las mentes
rebuscadas de los intelectuales. “He venido a revelar estas cosas a los
humildes y sencillos de corazón.” Él hablaba al Amor que siempre es el mismo,
Dios. Su doctrina no quería persuadir como un doctor o un científico, quería
convencer como un padre.
JUAN LEIVA
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