La
decisión de Benedicto XVI de renunciar al Papado, con plena libertad, nos ha
sorprendido a todos. Sin embargo, el que haya seguido la trayectoria del
cardenal Ratzinger habrá concluido que era de esperar, e incluso existía ya cierta
complicidad pactada con su antecesor Juan Pablo II. El año 2004, un año antes
de su elección al Papado, Ratzinger publicó un librito titulado Europa, raíces, identidad y misión. Era
la persona que conocía mejor la situación europea y la mejor preparada para coger
el timón frente a la Europa laica. Por otra parte, para un Papa polaco, como
Juan Pablo II, nada más atrayente que medir las fuerzas de la Europa cristiana con
las de la Europa socialista. Pero Juan Pablo II murió antes de conseguir su
objetivo y dejó en manos de su sucesor
–cardenal Ratzinger-, el encargo de seguir fomentando el movimiento juvenil cristiano como semilla para la Europa laica que estamos viviendo.
La
ideología operativa de ambos papas no ha encontrado en el cuerpo cardenalicio el
entusiasmo que exigía. Es más, el Concilio Vaticano II, sin pretenderlo, había
dividido a los padres conciliares en dos grupos: los que pretenden volver a la
Iglesia anterior al Concilio, y los que exigían que se pusieran en marcha las
conclusiones adoptadas y rubricadas por la Asamblea conciliar. Por otro lado, los
cardenales de curia y los cardenales pastores quedaban tocados por las corrientes divisorias. Así
llegamos a la situación actual.
Tenemos
que reconocer que Benedicto XVI ha sido sincero, valiente y decidido para afrontar los graves problemas
internos, como la pedofilia, los abusos y los conflictos de las dos corrientes
cardenalicias, sin eludir nada. En momentos más difíciles que los actuales, muy
pocos papas se decidieron a tomar una decisión personal de esta envergadura.
Por otro lado, su edad, su enfermedad y su falta de fuerzas para continuar
dirigiendo el timón, justifican la difícil decisión.
Por
tanto, hay que reconocer que no cabe mayor honestidad que retirarse sin gloria,
sin estipendios, sin patrimonio, para escribir y orar por la Iglesia a un
convento de clausura ¡Ojalá pudiéramos hablar así de nuestros políticos y mandatarios!
Y ojalá los cardenales y obispos aprendan la lección que Benedicto XVI ha
dejado para el futuro. Para los cristianos actuales, la gran puerta que
esperamos que se abra es la que indicó el Concilio: la Iglesia de los pobres,
de la humildad, de los países más necesitados. No hay miedos, porque la fe en
las palabras de Jesús garantiza que no pasará nada, porque él estará presente
hasta el fin de los tiempos. Sus representantes, como humanos, pueden estar más
o menos acertados en la gestión, pero las fuerzas del mal no prevalecerán
contra ella.
¿De
dónde vendrá el nuevo Papa? Muchos católicos miran a Sudamérica, como al
continente que aglutina una mayor parte de los fieles de la cristiandad. Otros
miran de nuevo a Italia para encontrar a un experto que no sólo gestione lo
pastoral, sino también la actividad administrativa que ayude a los pueblos más
indigentes del planeta. Y no faltan los que esperan que surja la persona que
sea capaz de afrontar los grandes temas pendientes, como la mujer en la
Iglesia, el celibato y la pobreza. Ahí no podemos hacer quinielas, porque casi
siempre el Espíritu nos sorprende.
JUAN
LEIVA
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