Cuando llegué a Alcalá divisándola al
doblar la curva del “Puerto Levante”, mis ojos vieron algo distinto, blanco y
atractivo. Era un 19 de septiembre de 1.955. Aquel autobús, “La Valenciana”
venía de Jerez. Se detuvo en la “Parada” y me hizo ver un pueblo sin coches; en
“La Playa” no vi ninguno, en cambio sí que transitaban caballos con sus jinetes
que se desplazaban de un lugar a otro o de Alcalá al campo. entonces no
existirían aquí más de media docena de vehículos; el coche de Juan Valadés,
Fernando Muñoz, Nicolás (después trabajó en su taller de mecánica en el
Control), “Burrilla”, Pedro Mariscal y Antonio García, con el que más tarde
llegaría a tener alguna relación de tipo
familiar. Pero aquella Alcalá llegó a encantarme. Me acogieron con amabilidad,
cordialidad, intimidad; creo que muchos me dieron su amistad sin yo merecerlo.
No quiero citar nombres porque muchos ya no están entre nosotros. Me hice
enseguida un alcalaíno más, aunque ya de hecho era un auténtico alcalaíno; por
proceder de otra Alcalá de la provincia de Jaén, con lo cual llegué a ser dos
veces alcalaíno, tal vez quizás, un caso algo raro.
La vida social de aquella Alcalá era
más intensa que la de ahora en la calle, en los bares, en los paseos, en el
cine. La vida económica de Alcalá se desarrollaba en los bares y tabernas; allí
se hacían los tratos, comprando y vendiendo ganado, base, en gran parte, de los
ingresos, llegando a vender camiones de borregos a Marruecos, cuyos tratantes
venían con su chilaba y todo y donde comían solo a un metro del que esto
escribe en el Café Nuevo, en cuya parte de atrás, Dª Vicenta, viuda de José
Montes de Oca aquel mismo verano, puso un lugar de comidas. Recuerdo a
Hipólito, Jefe de Correos, que se casó con Carmela Fernández; todo un personaje
procedente de Castuera en Badajoz.
Como aún no existía la costumbre de
pasear por la Playa, a la que llamamos también “La Carretera”, el paseo
habitual era la calle Real, mas recogida y animada, chocando codo con codo los
que subían con los que bajaban por ella. Había mas personal, mas bullicio, mas
trato, mas roce ... por ser más estrecha la calle. Los bares de dicha calle
principal, como los de la Alameda, estaban llenos, como llenos estaban los
corazones de muchos jóvenes (¿y jóvenas?) y por donde revoloteaba Cupido sobre
las cabezas de tan abigarrada muchedumbre movible.
Otro lugar de grandísima afluencia era
el cine, casi a diario. Los domingos había dos sesiones; a las 8 y a las 10 de
la noche. Los que salíamos de la primera veíamos al salir tanta gente en Santo
Domingo como si esperasen a los mismísimos protagonistas de la película, fuese
Sofía Loren, Ava Gadner, Gina Lollobrigida, Rod Hudson o Robert Taylor. Había
verdadera pasión por el cine. Hoy la “tele” ha arrasado con todo esto. En otras
ocasiones no era cine lo que había sino teatro, más bien folclore. En el Cine
Andalucía, pobre vejez la que ostenta actualmente, hemos visto a Antonio
Machín, Antonio Molina, Rosita Ferrer, “La Niña de Antequera”, etc. entonces
era aluvión de gente la que asistía al espectáculo, no solo de Alcalá sino
también del campo, cuando en el campo vivía bastante personal; procedían de las
Viñas, “El Puerto La Pará”, Rocinejo, El Torero, “Las Cobatillas” o “Las
Porquerizas”. Ver al cubano Antonio Machín, vestido con un traje ampuloso,
lleno de colores y manejando sus maracas, era por sí mismo todo un espectáculo.
Antes de comenzar la primera sesión, a media tarde, se entretenían estas
“figuras” del arte jugando al dominó, en la terraza del bar La Parada. Quizás
fuera una forma de hacerse propaganda gratuita, porque muchos curiosos, allí
mismo, ya los admiraban.
Unos años antes, fue en el Cine
“Gazul”, que después fuera garaje de los Comes y ahora tienda de los chinos,
donde estrenó su espectáculo, nada más y nada menos que la mismísima Marifé de
Triana con su “Torre de Arena”. Como podéis ver, aquella Alcalá era otra
Alcalá; ni mejor ni peor, sino otra muy diferente a la actual. Entonces todo se
vivía más pausado, había menos prisa que ahora y teníamos tiempo para todo. Hasta
para beber vino, porque en aquella época se bebía también más que estos
tiempos, quizás fuera, en parte, por hacerle caso a aquel refrán que decía
“maldita la llaga que el vino no sana”. o aquello otro, aunque un poco cambiado
de:
“Ya
Santo Tomás de Aquino
dejó
escrita en su memoria:
todo
aquel que bebe vino,
se
va derecho a la Gloria
sin
chocar en el camino”.
Cada
cual que elija la que quiera. Hasta hubo un inmenso revuelo y curiosidad por
ver comer en el Restaurante Pizarro a la famosa Lola Flores o ver también a
Santiago Martín “El Viti”, el torero de Vitigudino, camino de Algeciras para una
corrida.
Hoy
es un domingo de enero cuando esto escribo, y a ninguna hora del día y de la
noche, desde mi balcón, he visto ni un alma en la Carretera. Esto dice algo o
dice mucho.
Y de
todas estas diferencias, ¿dónde habría que buscar las causas? tal vez habría
que encontrarla, como decíamos más arriba en la enraizada “tele”, que a todos
nos absorbe y nos atrapa; ésta nos recluye a toda la familia dentro de la casa,
calentitos, y viendo otras figuras más actuales, parecidas a las antiguas y que
también forman parte del mundo del arte. Pero tampoco marginar la situación de
la crisis que hace que los bolsillos y las carteras se encuentren algo más
flacas y vacías que en aquellos tiempos y no hay para alternar, beber o pedir
“otra ronda”.
Como
alguien dijo, los tiempos corren una barbaridad y nosotros con ellos. Tanto
que, corriendo, corriendo, como la hiciera Forrest Gump en su famosa película,
hemos llegado hasta el presente. Y así se nos ha acabado el tiempo. Y se nos ha
ido algo más, y además todo, casi sin darnos cuenta.
Alcalá, 15 de enero de 2013
José Arjona
Atienza
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