Ya no escuchas las
voces ni los gritos,
ni el tumulto de
crueles amenazas
que te siguen por
calles y por plazas
y te acusan de
faltas y delitos.
No verás ya jamás
rostros malditos
de judíos, también
de muchas razas,
de soldados
romanos con corazas
que te insultan
con odios infinitos.
Ya no sientes el
peso de la Cruz
que te lleva a
sufrir duras caídas,
ya tus ojos
perdieron brillo y luz.
Tanto horror hace
huir despavoridas unas gentes que
ayer curó al
Maestro
y hoy lo cuelgan
de un modo tan siniestro.
José Arjona
Atienza
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