Amanece el domingo
que sería
cuando el Hombre
enterrado, ya triunfante,
resucita con un
Cuerpo radiante
y al instante la
noche se hace día.
Las sombrías
tinieblas de alegría
se deshacen de
forma fulminante
y, San Pedro,
Apóstol caminante,
a la cueva divina
ve vacía.
Las mujeres
también marchan corriendo
y no encuentran al
Cristo de la Cruz,
sólo están los
soldados discutiendo.
Y aquel pueblo tan
vil, de escasa luz,
vio con ojos de
incrédulos paganos
que mataron al
Dios de los cristianos.
José Arjona
Atienza
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