Rompe el aire tu pregón
con acento lastimero,
tu pregón es tu canción,
es anuncio y oración
de un hombre bueno y sincero.
Pregonero que pregonas
y pocos te hacen caso,
¿cómo no te desazonas,
si entre tantas intentonas
tu trabajo es escaso?
La calle, que es tu sendero,
escucha indiferente
tu caminar viajero,
¡qué importa, al calor del brasero,
tu reclamo estridente!
Soplan furioso el Levante,
azota de julio el calor,
y con tu anafe ambulante,
tu único acompañante,
caminas como un soñador.
En días de crudo invierno
o de agosto una mañana,
es, en tu andar callejero,
que nos despierta el latero
con voz perdida y lejana.
Que anuncies tu profesión
es de lo más natural,
que alguien copie tu pregón,
divulgando su función,
resultaría fatal.
Pues ridícula y rara,
y esto habrá quien lo entienda,
que extraño le sonara
si Solchaga pregonara:
“yo soy ministro de Hacienda”.
O si se escuchara un bando
de Espartaco o de Romero
a los cuatro vientos dando,
en que fueran pregonando:
“yo sigo siendo torero”.
El día entero
has pasado
y, harto de caminar,
con tu cuerpo fatigado
y con tu anafe apagado,
vuelves de nuevo a tu hogar.
Cuántas mañanas de invierno
siempre de aquí para allá,
tu canturreo eterno
se hizo pregón fraterno
por las calles de Alcalá.
Y cuántas, oh cruel destino,
tu esfuerzo no haya clientela
y, cual mustio peregrino,
volviste a hacer el camino
sin salario y sin candela.
¡Cuánta obligada abstinencia
dura y fría cual acero,
cuánta abnegada paciencia!
si no estañas un agujero
qué penosa es tu existencia.
Sucede que, en ocasiones,
se ahoga tu pregón
con ruidos y explosiones
de motos, de camiones,
de radio y televisión.
Quizás, de nuevo mañana
a la calle has de volver
sin agobio ni desgana,
tu voluntad espartana
vuelve el rescoldo a encender.
Desde mi terraza veo
que no dejas de acudir
a diario al Correo,
llevando del pluriempleo
para poder subsistir.
Los grandes y poderosos
aprenderán tu lección,
y también los vanidosos;
hoy nos sentimos dichosos
con tan sencilla adhesión.
De humildes y sencillos
algo habrá que imitar,
sin cultura y sin brillos
y sin fondo en los bolsillos;
¡cuánto debemos copiar!
Tanto ilustre pregonero
no podría presumir,
y olvidan que un hombre austero
fue de Alcalá el primero;
¡quién lo iba a decir!
Yo, como tú, pregonero,
hoy repito mi pregón
en tu homenaje postrero;
gritad todos al alirón:
¡Viva esta noche el Latero!
José Arjona Atienza
23 de abril de 2013
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