La
noche del sábado, día 1 de junio del 2013, los alcalaínos vivimos una de las
jornadas más evocadoras de nuestra historia actual. La espléndida noche de
junio invitaba a dejarlo todo y a ir a recibir a la imagen bendita, símbolo de
nuestros amores. Nosotros llegamos exactamente a la hora que nos habían citado,
pero nuestra sorpresa nos alarmó. No había un alma en la carretera, ni en la
ciudad, ni siquiera en la Venta; Incluso llegamos a pensar que habíamos confundido la hora. Noche
serena y religiosa en el cielo de Alcalá.
Sin
embargo, nos habíamos dado cita en el santuario todos los alcalaínos, los que
viven intramuros y los que vivimos en el entorno de la provincia y de la
diáspora. Después de la ausencia de nuestro símbolo –la imagen de la Virgen de
los Santos- ausente durante varios meses
para ser restaurada, las mujeres y los hombres, los jóvenes y los mayores, los niños
y las niñas habían abandonado la ciudad y se habían apresurado a invadir el
santuario. Desde las primeras horas de la tarde, su interior y su exterior era
ocupado por los alcalaínos y los automóviles hasta el olivar.
En
la ermita no quedaba un hueco libre, pero inmediatamente se producía el
asombro. A todo el que llegaba se le invitaba a entrar y encontraba un espacio
imposible. Y, sin embargo, el respeto y la piedad nos imbuía a todos, mientras
el coro desgranaba los salmos y los lectores nos enviaban los mensajes
evangélicos. El párroco, Francisco Jesús Núñez Pérez, celebró la eucaristía y,
sin exégesis vanas, dirigió a todos los alcalaínos una arenga mariana
embelesadora.
Allí
estaban todos los protagonistas de la celebración: el clero, la Hermandad, los
devotos de la Virgen, los alcalaínos de la provincia y el pueblo de Alcalá.
Todos esperábamos a la Virgen restaurada, con sus mejores galas, para
felicitarla y contar con ella siempre. El Hermano Mayor se encargó de dar las
gracias e informar al pueblo de lo que se ha hecho. Hacía más de tres siglos
que no se restauraba la imagen de la Virgen. El asombro es un sentimiento
efímero, el prodigio es más duradero, pero el amor verdadero es profundo y no
se puede cambiar por nada. Cuando terminó, un estruendoso aplauso y clamorosos
vítores se oyeron en los cielos del santuario.
El
himno de la Virgen rompió de nuevo el silencio temblando en las gargantas de los presentes con el espíritu de la paz de
Pentecostés sobre los alcalaínos, fieles a la fe transmitida por los mayores. Desde
ahora, se restablece de nuevo la visita continua de los devotos de la Santísima Virgen y el milagro de
su visión.
JUAN LEIVA
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