viernes, 30 de agosto de 2013

LOS JUEVES POR LA TARDE


Eran los primeros tiempos del colegio de la SAFA, “el Convento” y los jueves por la tarde no había actividades escolares, sí, en cambio el sábado el día entero. Estas tardes de los jueves se dedicaban a ir de excursión, al campo, casi siempre al “Prao”.
Todos los alumnos, vigilados y controlados por los profesores salían en filas de dos, a cada lado de las calles, apenas entonces pasaban coches. De esta forma llegábamos hasta el final de la calle “la Salá”, donde a la vista del campo de fútbol se rompían filas y aquello ya era el desmadre, algo así como una carrera para ver quién entraba el primero en el rectángulo deportivo. Allí se jugaba, se corría, se organizaban diversos partidos de fútbol, se formaban grupos por amistades o afinidades, se acercaban al río, que no solía llevar mucha agua y hasta se intentaba pescar. Los maestros hacíamos otro tanto; era una tarde de libertad, de expansión, de alegría, de merienda, que las madres habían preparado previamente a sus hijos con todo cariño. Tarde en la que se fomentaba el amor a la Naturaleza, se hacían nuevas amistades y se estrechaban las relaciones de las ya existentes. Había quien se dedicaba a coger algunos bichitos, algunas plantas raras, algunos cantos de río...
Tarde con encanto, casi “con las alas al viento” como más tarde cantara la Jurado, tarde para el encuentro y el recuerdo; hoy muchos de aquellos alumnos, con bastante más edad, que aún podrán dar fe de lo que digo.
Pero aquellas tardes de los años cincuenta, de los esperados y anhelados jueves, tenían otra connotación digna de mencionar. España  era muy distinta a la de ahora. En solo una década habíamos sufrido dos guerras; una nacional, (1936-1939) y mundial la segunda (1939-1945). Nuestro país había quedado debilitado y maltrecho como Don Quijote en su lucha contra los molinos de viento. Aislada, rodeada, solitaria, hambrienta, pero con el orgullo vivo de nuestra raza, de nuestros antiguos y flamantes Tercios españoles, vencedores en cien batallas, como aquella famosa frase del valiente marino español en el Puerto del Callao en Perú: “más quiero honra sin barcos que barcos sin honra”. Aún quedaban restos paramilitares, heridos en nuestro amor propio pero con gestos altivos y marciales. De la Falange habíamos heredado canciones que aún hoy algunos recuerdan y que enaltecían nuestro espíritu patriota. No olvidemos la película que, años más tarde, dirigida por Berlanga, reconocido nuestro país y fuera ya de nuestro aislamiento se hizo famosa con el título de “Bienvenido míster Marshall”.
Todo este párrafo anterior era un atractivo más de aquellas tardes de los jueves. Formaba un espectáculo al pasar, sobre todo, por la calle Real, a las cuatro de la tarde. Más de doscientos alumnos marchaban con orden, marcialidad, convencidos de una España pobre pero gallarda, cercada pero no rendida, hambrienta pero no humillada. Toda la calle para nosotros, sin coches y sin motos. Las ventanas y balcones estaban abarrotados con las madres, abuelas y hermanas. Los alumnos rompían con sus canciones los aires de la tarde hasta la siesta de los mayores. Notas al viento, música y poesía, fe y entrega, y por encima de todo ritmo, mucho ritmo, compás de espera, letra que te impregnaba de un algo, sin saber qué.
Porque después de... miradas,... lejos,... levantada,... rutas imperiales,.. .Dios, se daba un fuerte zapatazo en el suelo, todos a la vez, y doble, después de la última palabra de cada una de las cuatro estrofas.
Se cantaban canciones tales como “La mirada clara y lejos”, “Soldadito español”, “Gibraltar, Gibraltar (bis) punta amada de todo español”, que se cantaba con el corazón más que con los labios.
Para el que no lo recuerde, voy a intentar escribirla por si acaso saliera entera; decía así:
La mirada, clara y lejos
y la frente levantada,
voy por rutas imperiales
caminando hacia Dios.

Quiero levantar mi Patria
un inmenso afán me empuja
poesía que promete
exigencia de mi honor.

Montañas nevadas
banderas al viento
y el alma tranquila
yo sabré vencer.

Al cielo se alza
la firme promesa
y hasta las estrellas
se encienden en mi fe.

Y continuaba algo más.
¿Quien escribe hoy haciendo uso de este vocabulario? ¿No te tacharían de trasnochado, facha o quizás algo peor? ¿De quién se puede decir que es capaz de ir con la frente levantada, si van mirando al suelo o se tapan la cara con un jersey cuando salen de la comisaria? ¿Quien camina hacia Dios? ¿Cuantos? ¿De que manera? ¿Hay hoy afán por algo que no sea enriquecerse lo más rápido posible? ¿Existe todavía el honor? ¿Sigue siendo válida nuestra bandera? Recordemos el último día de San Fermín ante los balcones del ayuntamiento de Pamplona ¿Aun quedan y se cumplen las firmes promesas? ¿Y las estrellas siguen encendidas si no es para mirarlas cuatro poetas, locos o románticos, en noche de negra fantasía? ¿Seguimos teniendo fe?
A Gonzalo de Berceo, nuestro primer poeta en castellano lo entenderíamos tal vez mejor.
Para no ser tachado de lo uno y de lo otro, me he limitado solo a copiar música y letra. Será la única vez que lo he hecho.
Pero como se dice que “de poetas y de locos todos tenemos un poco” lo he hecho para satisfacción de unos, recuerdo de otros, regocijo de los menos y desasosiego de algunos.
De cualquier forma acordémonos del conocido refrán castellano “agua pasada no mueve molino”.


José Arjona Atienza
Alcalá, 26 de Julio de 2013



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