lunes, 16 de septiembre de 2013

HISTORIA DE UNA MONJA


Una de estas noches pasadas del caluroso verano padecido, vi en el Canal-1 de TVE una excelente y maravillosa película, una aleccionadora y profunda película. Ya tiene unos años pero nunca la había visto entera. Esa noche de este verano, sí. De principio a fin. Terminada, me quedé anonadado, desconcertado, hundido. en la soledad obscura, inmóvil, sereno, con la mente y el espíritu en blanco, no sabía cómo reaccionar. Pero era la hora avanzada de dormir y me marché a la cama, con el alma y el corazón heridos. No tenía otra cosa que hacer ni que pensar. Solo sentir. Tal vez así sería el impacto que recibió San Pablo cuando, persiguiendo a los cristianos camino de Damasco, el Señor lo derribó del caballo con estas palabras: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
La película “Historia de una monja” está protagonizada por Katharine Hepburn. Pasan por tus ojos su entrada en un convento, el estudio y práctica de la Regla monacal, sus dificultades en “pobreza, castidad y obediencia”; sobre todo esta última, su acertada caracterización, su oportuna gesticulación en los diferentes momentos de más variado contraste, sus difíciles estados de ánimo a lo largo de toda la proyección, su exquisita, fina y delicada belleza, que más que de ayuda le sirvieron, a veces, de duros encuentros y tropiezos con alguien con el que compartía su labor en la incierta  y peligrosa selva africana; un médico protagonista, joven, apuesto, soltero e incrédulo con frecuentes roces y diatribas, hacen del papel que ella desempeña en el filme un algo distinto y fuera de lo normal. Y lo dijo alguien: ¡Ay de la mujer que nace hermosa! Y ella lo era, más por dentro que por fuera, como se suele escuchar ahora.
Habiendo profesado en su condición de monja para una duración de tres años en Amberes, la envían desde su tierra en los Países Bajos al Congo belga, en el centro de África. Bien podría haber titulado este escrito “viaje al centro de África” en imitación a la obra del gran Julio Verne, científico, divulgador y precursor de muchos grandes acontecimientos posteriores. Allí se encontró con un mundo muy distinto al suyo, a pesar de ser considerada, casi mimada, diría yo, sobre todo por los nativos, en cuantas ocasiones se le presentaron a lo largo de su difícil, variada  y arriesgada vida. Hospitales pobres con multitud de enfermos, ayudante de cirugía – su padre había sido médico -, tuberculosos, leprosos, dementes profundos, y ella sola y bella, con su constante y benévola sonrisa hacía a todos todo lo que podía. Esta era la mujer que perdió a su padre en la invasión y bombardeo, en 1945, de Holanda por los alemanes.
No tengo más remedio que sustraerme aquí del parecido con otra monja, Edith Stein, de trágico fin en Auschwit. Nacida judía atea, más tarde filósofa, teóloga, antropóloga, latinista, políglota, monja, carmelita, mística, etc, etc, canonizada por Juan Pablo II en 1998. Por encima de estas dos mujeres excelsas hay dos almas, dos espíritus, dos corazones, dos vidas ejemplares a seguir, dos mundos. El que se ve desde fuera y el interior, inalcanzable a nuestros sentido, ascético, místico, bordando los hilos de oro de la santidad. El primero deja traslucir al segundo; bondad natural y adquirida que deja reflejar la Bondad divina.
La protagonista Katharina Hepburn hizo grandes películas acompañada de los mejores galanes de la época, dirigida por los grandes directores de entonces George Kukor o Elia Kazan y requerida por las grandes compañías cinematográficas. No era una gran belleza, ni conocida como tal como lo fueron Ava Gadner, calificada como la mujer más guapa del mundo, ni la llamativa Esther Williams, ni la clásica Liz Tailor, ni la insinuante Rita Hayworth, ni otras como Lana Turner, ni la explosiva Marilyn Monroe, ni Vivian Leigh, de “Lo que el viento se llevó”, etc. Los grandes galanes como Clark Gable, Humphrey Bogart, Spencer Tracy, Robert Mitchum, Robert Taylor fueron sus acompañantes. Nos dejó grandes películas como Lawrence de Arabia, 55 días en Pekín, La reina de África, Ciudadano Kane, La costilla de Adán, La ley del silencio, El puente sobre el río Kwai, María Estuardo, Un tranvía llamado deseo y para que seguir.
Entonces ¿que tenía Katharine Hepburn que, sin ser llamativa, ni explosiva, ni insinuante, ni de un gran tipo, llegó donde llegó, marcó una línea en el séptimo arte y ha quedado en el recuerdo? Simplemente, era una grandísima artista que sabía interpretar perfectamente, meterse en el personaje al que representaba y adentrarse en nuestros corazones, a pesar del tiempo y la distancia. Tal vez una santa monja o una monja santa no hubiese sido capaz de llevar a cabo el papel que desempeñó en la película que comentamos. Su biógrafa particular termina uno de sus libros hablando de ella que “era una mujer verdaderamente extraordinaria”.
En el año 1984, en una encuesta nacional entre cuatro mil quinientos adolescentes pedía que nombrasen a diez héroes internacionales contemporáneos. Cual no fue la sorpresa y el asombro de todos cuando el nombre y la figura de  Khatarina Hepburn apareció en el séptimo lugar, la única mujer, en una lista que incluía personajes tales como Michael Jackson, Clint Eastwood y el mismísimo Papa Juan Pablo II. De hecho, había quedado en un lugar por delante del Papa. De alguna manera había roto la barrera de la edad, el sexo y la ocupación. Cuando a sus 77 años su rostro apareció en portadas de grandes revistas, éstas se vendían como si apareciera lady Di. Ella era así. ÚNICA.




José Arjona Atienza
Alcalá, 24 de Agosto de 2013

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