Érase una vez una casa, económicamente débil o menos boyante,
en la que había un niño de unos siete años, que bien podríamos nombrarle como
Pablito.
Pablito, como todos los niños, quería juguetes y se los pedía
a los Reyes, a los tres; a quién se lo iba a pedir si no, ¿al farmacéutico?,
¿al frutero de la esquina?, ¿a su
maestro? No, esos solo dan medicinas, frutas o enseñanzas y consejos. Escribió
una carta, procuró que no llevara faltas de ortografía ni que fuera el papel
arrugado con la mano con la que escribía. Le dio la carta a su madre porque él
no alcanzaba al buzón. En la carta le pedía tres cosas; una bicicleta, un balón
y una Nintendo. Total los Reyes también eran ricos y ellos no conocerían la
crisis. Estaba casi seguro que se los iban a traer el día 5 de Enero, aunque
lloviera, hiciese viento o frío. Pero,…sí, sí ¡Cuántos ilusos hay en el mundo o
que ignorantes somos los niños. Ya veis no sabemos siquiera lo que significa
crisis, yo creo – decía el niño – que es el “canto” que hacen los grillos en
verano y que “lo del” paro es el tiempo que le dan a las jugadores de los dos
equipos en un partido cuando va por la mitad, para que beban agua en los
vestuarios, se refresquen la cara y se cambien de camiseta porque la del primer
tiempo la tenían alguno llena con el barro del campo.
El niño, Pablito, sólo sabía una cosa, que al final de
vacaciones de Navidad se escribe una carta y te mandan regalos. Ya ves, más
fácil imposible. Vamos más sencillo que en el Corte Inglés. Allí hay mucha
bulla, hay que hacer largas colas y todo está muy caro.
Para que harán tanta propaganda en la tele sobre el Corte
Inglés y luego te dejan el monedero vacío y son capaces hasta de sacarte los
ojos; y eso que ellos no son oculistas.
Pero este Isidoro Álvarez sabe convertir un billete de cinco euros en otro de
quinientos. Ese más listo que el hambre y eso que él no sabe tener hambre ni el
estómago vacío. El conocerá el jamón cinco jotas, el caviar (ese no lo conozco
yo ni el color que tiene) y el champán francés. Lo de francés me suena algo
porque Francia, que de allí vendrá esa bebida la he visto en un mapa detrás de
los Pirineos. Además un amigo mío, cuando hizo la primera comunión su madre lo
llevó y vio la torre Eiffel y algo así como Walt Disney, eso de los animalitos
como el conejo, el pato, el perro.
Creo que
me dijo que se llamaba Donald, Pluto, Clarabella (la vaca). Total que yo tengo
un lío con eso de Francia, porque eso de hacer una torre tan alta con sólo
hierro, ¡que artistas! Y eso que arriba hay mirador, un restaurante, y más
arriba todavía, antenas y un faro de largo alcance. Hablan tan raro, que casi
no se entienden ni entre ellos. Como será la cosa de no entenderse, que dicen
que hace mucho tiempo hubo una guerra que duró cien años y con ese nombre se
quedó; lo que yo digo parecen brutillos, pero no es así.
Y a lo que
íbamos, o por lo menos yo, que cada uno vaya por donde quiera. No tenemos ya
libertad desde que nació mi padre y él dice que tiene treinta y tantos abriles.
Yo tenía
mucha fe en Melchor, me gustaba de él su barba blanca, largo cabello y un
camello y hasta me gustaba su nombre, Melchor suena a amor, cariño,
generosidad.
De él
esperaba yo la bicicleta. Pero no sé lo que me entró conforme se acercaba el
día de la cabalgata vi en mi casa algo que me olía a “chamusquina”, o sea a
quemado sin haber ardido nada. Quemado estaba yo por dentro. No sé por qué
pero… bueno siempre guardaba la esperanza. La mía iba disminuyendo casi igual
que la cartera de un parado, que con solo 420 euros tiene que hacer más cuentas
que el ministro de hacienda, si, ese, el de Jaén, pero el tío tiene que ser más
listo.
Había
visto días antes en tres establecimientos entrar a mi madre en los que apenas
entraba; una pastelería, una farmacia y una tienda de chinos. Algo fraguaba mi
madre. Yo la seguía sin ser visto. En la pastelería compró unas chocolatinas.
Lo vi asomado desde la puerta de la calle mirando al mostrador. En la farmacia
pidió unas pastillas para la garganta un tanto dulces y agradables de chupar pues
decía que yo andaba un poco resfriado. Entró, salió y no me vio otro rey tenía
ya en el saco. Sería Gaspar pues el farmacéutico así se llamaba. Por último, y
otro día sin ser visto se dirigió a un establecimiento de chinos que le atendió
un individuo alto y NEGRO. Ya está este sería el rey negro Baltasar. ¡Qué lista
es una madre cuando se lo propone!, mas conmigo no le valió.
Y llegó el
6 de Enero y ella más alegre que una sonaja, madrugó algo cuando ya estaba
despierto hacía un buen rato y le entrega una bolsa algo grande. Pero dentro de
ella ni bici, ni balón, ni Nintendo. ¡Qué dolor! Quiso rebelarse, quiso no
coger nada, quiso mandar a su madre a freír espárragos; pero no lo hizo al fin
y al cabo era su madre, había crisis y el padre estaba en paro. No recogió
nada. Se hundió en la cama y se volvió a tapar con las mantas hasta las doce de
la mañana. Se vistió, sin desayunar se salió a la calle y se sentó en un banco
de madera del parque próximo. Con las manos en la cara o al revés casi lloró,
se arrepintió de lo dicho a su madre y hasta salió del parque mejor con la
intención de pedir perdón a su madre por el mal rato que le había hecho pasar.
Se hacía
cargo del paro, la crisis, etc. después de todo ¿qué le habían traído los reyes
a ella? y lloró de nuevo. Su madre no se merecía nada de esto. Era su madre.
Cádiz, 05 de enero de
2013
José Arjona Atienza
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