sábado, 8 de febrero de 2014

EL AHORCADO

                             
Los acontecimientos trágicos de Alcalá encantaban a los chavales de mi edad. En la Alcalá de la posguerra pasaban cosas aciagas. Cualquier hecho anormal desataba en los preadolescentes un interés extraordinario. Una mañana, cuando íbamos para la escuela del Patio Campanas, corrió como la pólvora la noticia de que se había ahorcado un hombre. Nos pusimos de acuerdo varios amiguetes para ir a ver al ahorcado cuando saliéramos de la Escuela. Y así lo hicimos.  

Cuando llegamos, había mucho movimiento de gente y una pareja de la guardia civil que no dejaba que nadie se acercara al ahorcado, hasta que no llegara el forense de Medina. Lo vimos de lejos y pudimos distinguir la cara y una lengua tremenda fuera de la boca. La gente decía muchas cosas sobre la causa de su muerte, pero no nos dejaban tomar parte en las conversaciones.  Algunas personas decían que ahora se ahorcarían otros, porque cada vez que alguien lo hacía, le seguían otros como si se contagiaran. Nuestro desconcierto fue aún mayor cuando supimos que el ahorcado era Siles “El Barbero”.

El panorama se tornó muy triste, pues ver a un hombre conocido y apreciado, que se había quitado la vida echándose un lazo al cuello, nos pareció una película de miedo. Pero la gente mayor lo veía como un accidente inevitable. Don Manuel -el maestro- nos dijo en clase que eso no se podía hacer nunca, aunque había personas que no veían otra salida a los problemas de la vida y se ahorcaban. Nos contaba que, antiguamente, se ajusticiaban a los delincuentes con la horca, colgándolo de un madero con una cuerda alrededor del cuello. Más tarde, se modernizó con la guillotina para decapitar al condenado y evitarle los terribles últimos momentos de su vida.

Don Manuel aludía a un proverbio medieval que rezaba: “Al mensajero de malas noticias, lo ahorcamos”. Aprovechaba los acontecimientos para enseñarnos algún refrán como éste: “Cuando termina la vida de la escuela, comienza la escuela de la vida.”  Ahora uno sabe que eso es verdad.
                                                                                                                    


JUAN LEIVA


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El tiempo que hará...