Alguien ha dicho que “Andalucía
es un nombre tan bello como equívoco.” Cuando bajamos de Castilla y entramos en
Despeñaperros, un gran indicador informa:” ANDALUCÍA”. Al viajero se le escapa una exclamación y dice: ¡“Ya estamos en Andalucía la Bella”! En el puzle del mapa
de España, Andalucía es un trozo triangular de la piel de toro, más grande que
cualquier país de Europa. Ocupa la sexta parte de la península ibérica, con
cerca de cien mil kilómetros cuadrados y las ocho provincias que el ministro
Burgos diseñó.
Andalucía comienza en Castilla y
termina en el Estrecho de Gibraltar, donde el Atlántico y el Mediterráneo se
dan un abrazo y mezclan sus aguas sin racismo de ningún tipo. Son las dos
orillas, la de Europa y la de África. La primera es el mito de la cultura, de
la industria, de la riqueza, de la prosperidad. La segunda es la naturaleza aún
pura, gracias a los desiertos, a la riqueza del oro negro y de los minerales
amarillos, de las selvas cuajadas de
vegetación y de animales salvajes en reservas para los opulentos europeos. La
llave de la puerta de Europa la tiene España;
la de África, Marruecos.
Los habitantes de Andalucía se
llaman andaluces, son españoles, hablan el español y se expresan en el dialecto
andaluz. Pero podríamos preguntarnos: ¿De qué Andalucía hablamos? Porque
Andalucía hay muchas: la Andalucía prehistórica invadida por los neandertales
en Gibraltar, africanos de color que llegaron por el Sur; y los cromañones,
celtíberos de piel blanca que vinieron por el Norte.
El geógrafo andaluz, Bosque
Maurel, dice que Andalucía no es una región natural, ni por su relieve, ni por
su clima, ni por su vegetación. Es un puzle caprichoso, según se mire. Por
tanto, se puede hablar de dos andalucías: la Occidental Baja o la Baja Bética y
la Oriental Alta o Esteparia. Otros hablan de tres: la Atlántica, la
Mediterránea y la Esteparia. Otros, de cuatro: la Serrana, la Campera, la
Costera y la Esteparia. Como consecuencia, se distinguen cuatro tipos de
andaluces: serranos, camperos, costeros y esteparios.
José Manuel de Córdoba, en su
“Reflexión cristiana sobre las culturas andaluzas”, distingue otras tantas
andalucías: la fenicia, la griega, la romana, la moruna, la visigoda, la
barroca, la romántica, la anarquista… De ahí que haya andalucías para todos los
gustos. Los catalanes nos han vilipendiado por medio de Pujol, en su obra “La
inmigración, problema y esperanza de Cataluña”, llamándonos “anárquicos, sin
amor al trabajo y sin concepto de arraigo.” El cardenal Pedro Segura y Sáenz no
se fiaba de los andaluces y trajo clérigos de Castilla y el País Vasco para
misionar la diócesis hispalense.” Los vascos nos han tachado de “país
independizado frente a las leyes y los derechos”. Y José Ortega y Gaset nos
definió como “El país del paro”.
La última Andalucía es la de la
última definición. Y se la debemos a los políticos corruptos. Pero los
andaluces sabemos que Andalucía es tierra de poetas, de escritores, de
descubridores, de misioneros con ébola, de santos líricos y de genios. Es una
región pletórica de intensa luz, cubierta de un cielo más ancho que el mar y de
una alegría más sonora que una plaza de Toros. Los foráneos quedan prendados de
nuestra tierra, de nuestra filosofía y de nuestra solidaridad.
Juan Leiva
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