En mi
opinión, deberíamos examinar permanentemente las diferentes maneras de
relacionarnos y de comunicarnos con nosotros mismos y con los demás calibrando
minuciosamente la eficacia de los procedimientos que empleamos para acercarnos,
para dialogar, para colaborar y para convivir, al menos, con los seres más
próximos. ¿No les sorprenden las barreras que, de manera permanente, levantamos
para separarnos, distanciarnos e, incluso, para enfrentarnos con las personas
que beben en las mismas fuentes, que recorren los mismos caminos y que aspiran
a los mismos destinos que nosotros? Para realizar este ejercicio de
autocrítica, podríamos partir del supuesto de que la comunicación no consiste
simplemente en proporcionar informaciones sino, sobre todo, en conectar y en
participar en la vida de los otros aceptando que vivir humanamente es convivir,
y que el bienestar hondo, la felicidad auténtica y el crecimiento armónico,
coherente y unitario de la existencia individual dependen de la calidad de
nuestra “conexión” con la naturaleza y de nuestra “sintonía comprometida” con
los demás seres humanos.
Para
comunicarnos con los demás miembros de nuestra familia y de nuestra sociedad, y
para establecer relaciones con los componentes de los demás grupos culturales,
deportivos, políticos y religiosos, hemos de reconocer y de fortalecer, en
primer lugar, esos vínculos que, a lo largo de una dilatada historia, nos han
conectado. Sería recomendable, también, un saludable ejercicio de memoria para
agradecer los beneficios recibidos de nuestros mayores y de nuestros “iguales”,
para perdonar sus fallos y para comprometernos con las acciones encaminadas al
fortalecimiento y a la difusión de los valores que hemos heredado y compartido.
Incluso para comunicarnos con nuestros familiares, amigos y compañeros actuales
hemos de recordar el pasado.
José Antonio Hernández Guerrero
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