Aunque es cierto que, a lo
largo de la historia de las civilizaciones, las jerarquías de los valores
morales han cambiado de orden y las virtudes que, en un momento determinado,
eran las más apreciadas han pasado a ocupar un lugar más secundario, hemos de
reconocer que, a veces, se produce la supresión total o la pérdida parcial de
la dimensión ética de los comportamientos individuales o de las conductas
sociales.
Todos conocemos a personas
importantes que, situadas en los diferentes rangos de la escala social,
política, económica o profesional, carecen de principios éticos llegando a
veces a alardear de insensibilidad moral. Otros, incluso, alardean de falta de
sentimiento de sumisión a algo, carencia de conciencia de servicio y
insensibilidad ante las obligaciones sociales.
No se trata de que, en un
momento determinado, no hayan atendido a las exigencias éticas y hayan cometido
algún fallo; es, simplemente, que desprecian las ataduras morales y no quieren
ligarse a norma alguna ni supeditarse a la autoridad de personas que hayan sido
nombradas legalmente y elegidas democráticamente. A veces, por falta de
valentía o por un exceso de delicadeza, calificamos como “amorales” unas
conductas que son descaradamente “inmorales”.
José Antonio Hernández Guerrero
1 comentarios:
acertadisimo y pura verdad
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