La fidelidad con la que los oyentes siguen los programas radiofónicos de
Luis Rivas constituye el argumento más sólido en el que apoyo mi afirmación de
que este estudioso de las manifestaciones artísticas populares, además de
informador, es un comunicador y de que, además de taurino, es un taurófilo. Si,
como es natural, tenemos muy en cuenta la detallada y actualizada información
que, de manera dosificada, nos proporciona semanalmente de ese complejo mundo
de la tauromaquia, valoramos mucho más la agudeza con la que nos descubre las
raíces antropológicas de ese arte y, sobre todo, su habilidad, el respeto y el
cariño con los que nos explica la evolución que, al ritmo de los tiempos, experimenta
un espectáculo tan contradictorio que simboliza las aspiraciones y los riesgos
que entraña la pelea por nuestra supervivencia humana.
Si es cierto que apreciamos su peculiar forma de emplear las palabras y,
también, su hábil manera de administrar las pausas, estoy convencido de que su
discurso más elocuente lo pronuncia a través de los comportamientos generosos
con su familia y de las actitudes nobles con sus amigos. Es en ese ámbito
cordial donde logra una eficacia comunicativa que difícilmente alcanzan muchos
de los deslumbrantes líderes de la opinión. Luis, en su forma sencilla de
expresarse refleja el ideal de una vida humana plena en el sentido más hondo y
más completo de esta palabra. Sus gestos constituyen una respuesta -directa,
práctica y sin dramatismo- a muchos de nuestros interrogantes fundamentales y
una alternativa válida a esta vida de agitación, hastiada de tanto ruido vacío
y de tanta vanidad ensordecedora.
Estoy convencido de que su sencillez, su cordialidad y su modestia, son elocuentes
muestras de su singular sensibilidad humana y los anchos cauces por los que
discurren sus conexiones con los oyentes. Entre sus múltiples cualidades
profesionales, las que más me llaman la atención son, precisamente, su
naturalidad ante el micrófono y su modestia ante los oyentes. Me he fijado
cómo, sin hacer gala, siempre muestra esa sencillez ética y esa sobriedad
estética que resume la amplia riqueza de virtudes y de valores morales que se
manifiestan en las actitudes nobles y en las palabras medidas. Es esa
espontaneidad natural, sutil y elemental que irradia frescura, en contraste con
el resplandor de los que, creyéndose genios, se ven obligados a engolar la voz,
a estirar la figura y, en resumen, a disfrazarse con caretas, con uniformes o
con hábitos artificiosos.
José Antonio Hernández Guerrero
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