Como es sabido, los
sentimientos son esas reacciones humanas espontáneas que facilitan o entorpecen
el acercamiento o el alejamiento a los otros. Si, por ejemplo, el odio, la
antipatía, la animadversión o el rencor levantan murallas para el entendimiento
mutuo, el afecto, la simpatía, la complacencia o la amistad, por el
contrario, abren cauces para el diálogo,
para la comprensión y para la colaboración. Una de las maneras frecuentes y
fecundas de relacionarnos positivamente con los otros es experimentando
sentimientos de compasión. Sentir compasión es sentir con el otro y sentirse,
de algún modo, el otro. La compasión parece no tener límites, no agotarse jamás,
quizás, porque no es una actitud ni cognitiva ni estética ni política ni,
propiamente, moral. Es una respuesta ética, es decir, no sometida a reglas
impuestas, ni jamás perfecta ni satisfecha. La compasión carece propiamente de
discurso racional y, mucho más, de argumentos apodícticos. Por eso, sólo puede
ser suscitada en los otros, por ejemplo, por la imitación. No es que no pueda
ser predicada. Pero su prédica es sólo su descripción o su narración. En mi
opinión, la conducta ética se define, entre otros rasgos, por aquellas
actitudes y comportamientos que suscitan entre otros hombres el deseo de ser
imitados.
José Antonio Hernández Guerrero
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