Podemos
cerrar los ojos ante los objetos físicos y ante los sucesos reales: podemos
ignorarlos, olvidarlos e, incluso, negarlos; pero no está en nuestras manos
hacerlos desaparecer como si no hubieran existido. La realidad es tozuda,
irrenunciable y, cuando le somos infieles, pagamos sus graves consecuencias de
nuestro autoengaño. Por mucho que lo empujemos, el corcho vuelve a salir a
flote. No podemos hacer concesiones sobre la gravedad o sobre la dureza de los
materiales o sobre la impenetrabilidad de los cuerpos. La realidad física y
biológica tiene una naturaleza que hemos de reconocer y aceptar humildemente:
si la desconocemos o negamos, se "venga" a su manera de nosotros con
un sistema implacable de resistencias y de reacciones.
Pero
tengamos en cuenta que la realidad no es sólo física y biológica: es también
humana, personal, psicológica, social e histórica. Sus estructuras son más
complejas y, por eso, más difíciles de descubrir, de definir y de precisar;
pero no por eso son menos efectivas. Y el error respecto a ellas o la falta de
respeto también los pagamos con desastres.
Algunos
calvos con las pelucas o con un hábil peinado, no sólo disimulan la carencia de
pelos y simulan una gran pelambrera sino que, además, tratan de convencernos a
los demás y a ellos mismos de que gozan de una poblada cabellera. No caen en la
cuenta de que el disimulo aumenta los defectos y exagera los excesos; pero los
engaños suelen ser traicioneros. Podemos corregir y debemos mejorar nuestra
manera de ser, pero no cambiar nuestra naturaleza. Los esfuerzos en este
sentido generan frustración y tristeza. ¡Hay que ver lo frecuente que es que
los ignorantes finjamos ciencia, los torpes simulemos talento, los
"malages" aparentemos gracia, los feos presumamos de elegancia, los
perversos alardeemos de bondad, los cobardes nos jactemos de valentía, los
orgullosos nos vanagloriemos de humildad! No tenemos en cuenta que las
falsedades y las falsificaciones producen risa, pena y lástima.
José Antonio Hernández Guerrero
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