Para comprender el amplio y el rico significado de
la palabra “paz” podemos recordar las ideas, las sensaciones y los sentimientos
que experimentamos cuando, por ejemplo, en una tarde de otoño, paseamos
tranquilamente por la campiña, por la orilla del mar o por una montaña
solitaria. ¿No es verdad que nos da la impresión de que el bienestar y la
felicidad tienen mucho que ver con esa quietud, con esa tranquilidad, con esa
calma y con ese sosiego que nos resultan tan agradables?
Pero hemos de evitar la tentación de pensar que la
paz es sólo eso: quietud, tranquilidad, calma o sosiego. Si prestamos atención,
podremos observar que, incluso en esos paisajes, hay movimientos y sonidos, hay
trabajo y lucha, hay luces y sombras: hay, sobre todo, vida. ¿Por qué –nos
preguntamos-, sentimos esas sensaciones placenteras a pesar de esos cambios, a
veces bruscos, a pesar de que cada elemento trabaja duramente y lucha de manera
esforzada por sobrevivir, por defenderse y por crecer.
Porque en esos lugares reina el orden, la armonía,
el equilibrio, la cohesión y la unidad. Si seguimos prestando nuestra atención,
es posible que podamos aprender de esos paisajes unas lecciones importantes que
nos ayuden a encontrar los caminos que nos conducen a nuestra paz individual y
a nuestra paz colectiva. Sí, yo estoy convencido de que las claves de la paz
nos la ofrece la naturaleza y, sobre todo, los seres que están dotados de vida:
las plantas y los animales. Podemos decirlo también de otra manera: somos los
seres humanos los que, con nuestros comportamientos irracionales e inmorales,
injustos e insolidarios, impedimos que, en nuestro mundo, reine la paz. Somos nosotros,
los seres humanos, los que hacemos que el mundo sea inhumano. Somos nosotros
los que, actuando en contra de las leyes de la naturaleza y de la racionalidad,
desbaratamos el orden, rompemos la armonía, destrozamos el equilibrio,
trituramos la cohesión y fragmentamos la
unidad.
José Antonio Hernández Guerrero
0 comentarios:
Publicar un comentario