El
reloj de la
Alameda
hecho
de hierro de
raza,
da
fe de lo
que suceda
sobre
el suelo de
la plaza.
Y
a pesar de
su vejez,
sigue marcando
las horas
tranquilo, con sencillez
y
con escasas demoras.
Yo
siempre lo he
visto serio,
me
recuerda a un
monje austero
que
espera en el
monasterio
a
ejercer de campanero.
Dar
la hora es
su misión,
pero
de un modo
sencillo,
sin
notas de un
carrillón…
mudo
como un pececillo.
Ha
contemplado la historia
de
todos nuestros ancestros;
y
ha vivido días
de gloria
y
también malos momentos.
De
niños todos jugamos
rodeando su
figura,
y
de mayores charlamos
hasta
que era noche
oscura.
Desde
su base cuadrada
surge
la esbelta estructura
que
remata coronada
con
el reloj en
su altura.
Álamo
sin miedo al
viento,
tuvo
varias situaciones,
y
en todas vivió
contento
durante generaciones.
Incluso se
nos fue un
día,
a
ejercer de vigilante,
al lugar del
que partía
con
dolor el emigrante.
Y
al verlos marchar
lloraba
triste y
solo por las
noches,
pues
del sitio que
ocupaba
salían repletos
los coches.
Llevándose a juventudes
que
partían entristecidas,
a
derrochar sus virtudes
en
tierras desconocidas.
Pero
un día pudo
volver
hasta
su antigua morada,
donde
se le puede
ver
presidiendo la
explanada.
Y
airoso adorna la
plaza
cerca
del Ayuntamiento,
local
este que se
engarza
a
otros de gran movimiento…
bancos, comercios
y bares
conviven sobre
el terreno
con
Centros Municipales
y
el Hogar del
Nazareno.
Eres
un símbolo amado
de
este pueblo gaditano,
que
a tus pies
se ha retratado
los
retornos de verano.
Francisco
Teodoro Sánchez Vera
Roma 9 – 2015
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