Cómo indiqué la semana
pasada, me propongo hacer algunas reflexiones sencillas que nos ayuden a
encontrar y a aplicar diferentes fórmulas prácticas para estimular nuestros
conocimientos, para reanimar nuestra sensibilidad y para controlar nuestras
emociones con el fin de favorecer nuestro bienestar humano. Lo digo de una manera más sencilla: formularé
algunas propuestas que nos sirvan para pensar mejor, para sentir mejor, para
amar mejor y, en resumen, para vivir
mejor.
Parto del supuesto de que el
bienestar, más que una meta, es la consecuencia de unos comportamientos auténticos, bellos y nobles, es el
resultado de unas conductas coherentes con nuestras maneras de pensar, de
sentir y de actuar, o, en otras palabras, es el fruto de una vida buena y de
una buena vida. El bien-estar es la suma del bien-pensar, del bien-sentir, del bien-actuar y del bien-ser, unas tareas
necesarias que hemos de aprender y de practicar durante toda la vida. Los seres
humanos, si nos empeñamos, si aplicamos los mecanismos adecuados y si
recorremos las sendas convenientes, podemos –debemos- seguir creciendo,
trabajando, descansando y disfrutando. Si paralizamos cualquiera de estas
actividades, corremos el riesgo de enfermar y, por lo tanto, de empezar a
morir.
Para crecer es necesario que
nos movamos, que cambiemos y que eliminemos obstáculos: hemos de movernos de
manera permanente, hemos de caminar, aunque, de
vez en cuando, nos detengamos para descansar. Hemos de cambiar
de dirección siempre que advirtamos que transitamos por
caminos equivocados, por esas sendas que, según nos dice nuestras propias
experiencias, nos desvían de nuestro bienestar. Hemos de eliminar obstáculos, esas barreras
convencionales y, a veces impuestas, que impiden nuestro crecimiento.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz
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