De la misma manera que organizamos los viajes teniendo en
cuenta los destinos, deberíamos orientar nuestra vida humana definiendo con la
mayor precisión posible las metas –concretas y sucesivas- que nos proponemos alcanzar.
Esas líneas de llegada no sólo orientan la dirección sino que también justifican
la correcta administración de los recursos, de los esfuerzos, de las renuncias,
de los gastos de energías e, incluso, de la inversión de tiempo. Hemos de
reconocer, sin embargo, que el destino y la meta cambian a medida en la que
cada paso nos descubre nuevas encrucijadas y diferentes objetivos. Conforme
avanzamos, divisamos horizontes insospechados y, a veces, sorprendentes. Por
eso, mientras sigamos viviendo –caminando- deberíamos estar dispuestos a
cambiar de dirección.
Pero también deberíamos tener en cuenta que la vida humana es
un paseo y un juego. Para vivir
humanamente la vida, hemos de tener claro también que el recorrido temporal y
cada uno de sus instantes poseen en sí y por sí mismos contenidos,
significados, sentidos, alicientes y valores. Por eso hemos de transitarlos con
pasos acompasados, suavizando los golpes, distrayéndonos y divirtiéndonos con
los atractivos del paisaje. Por eso, para disfrutar, también es necesario que sigamos
educando el gusto y, por supuesto, que evitemos las prisas, esa enfermedad del
tiempo actual que puede conducirnos a accidentes y a la muerte.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz
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