Una
mujer admirada por muchos títulos –humanos, sociales e intelectuales-, escribía
a propósito de su historia personal, entrelazada con la alcalaína: “Todos los pueblos tienen su historia. Una
historia que habla de fenicios, romanos o árabes. Pero creo que no es por esa
historia por la que se ama a un pueblo. Es por esa otra historia, pequeña,
íntima, hecha de pequeños detalles, que vive en nosotros, que nos calienta con
su recuerdo, por lo que nos sentimos tan ligados a un lugar y lo amamos...” Vinieron a nuestra memoria estas frases de
Anita Salgado cuando la procesión de la Virgen de la Salada de hace pocas
fechas, porque esta imagen y esta capilla son pequeña historia, pero entrañable
y cálida para los alcalaínos. ¿Quién no recuerda sus visitas de antaño, para
rezar a la Virgencita suburbana en solicitud de protección por algún
apuro o en gratitud por alguna gracia obtenida? La misma escritora, refiriendo
los años de la guerra, apenas recién llegada al pueblo, evoca la vieja
costumbre: “Íbamos por la calle de la
Salada a ver a la Virgen. Todo el mundo tenía promesa, yo por no ser menos
también las echaba...” (1). Se acudía y acude a la Virgen de la Salada pues
ella reproduce, en la inmediatez del pueblo a la Madre, Reina y Patrona,
nuestra intercesora ante Dios, que preside en su agreste y más alejado
Santuario.
En
dicho traslado del pasado mes de junio, hubo desagravio por los lamentables y
perdonados destrozos de su camerín y efigie, y también alegría por la feliz
restauración de la imagen, realizada con generosidad y pericia artística por
Manuel Jiménez Vargas-Machuca. Y asimismo hubo deseos en algunos por conocer
antecedentes de aquella singular capilla, sobre la que se sabe poco.
He
aquí llegada la ocasión de reunir varios modestos datos.
Por
lo pronto subrayar que es práctica antigua en las ciudades españolas este uso
de erigir ermitas o situar retablos pictóricos, principalmente imágenes de
Nuestra Señora, sobre las puertas de los recintos murados y a las entradas del
pueblo. Muchas veces se colocaban las imágenes sobre cipos o columnas, según lo
había establecido el canon VIII del I Concilio de Antioquía. Tal vez el mismo
altar elevado de la Patrona que conocimos dentro de la Puerta del Sol, viniese
a sustituir algún otro símbolo religioso más primitivo. La intensa piedad de la
época se instalaba al aire libre con sus devociones particulares y significado
propio. “Los pequeños lugares de oración
que jalonan y santifican el espacio urbano, desacralizado y las imágenes y
santos, protectores del microcosmos de una calle o una vecindad, se convierten
para el homo religiosus en la proyección de la divinidad en lo
cotidiano, sobre sus miserias y sus tragedias” (2).
Este
oratorio mínimo de La Salada –es decir, próximo a la Fuente de ese nombre, que
rotuló toda la prolongada vía-, estuvo ciertamente precedido de una sencilla
ornacina con la Virgen, luego protegida en un recinto peculiar, ya con
caracteres de minúscula capilla, donde Santa María con el Niño, bien exenta o
ya sobre andas, es decir, la Virgen de los Santos, recibía las promesas, las
oraciones y el saludo de los viandantes. Por su probable relación con este
origen, no queremos dejar de mencionar que hacia 1740 era uso y costumbre pasear
una imagen pequeña por las calles, pidiendo limosna en las calamidades o por la
fiesta patronal, conforme lo expresa el mandato testamentario de unas andas que
le hace ese año don Diego Cortegana:
“Declaro
que yo y Dª Isavel de Cabrera mi mujer tenemos ofresido hacer unas Anditas
pequeñas de plata, para el tavernáculo de Nuestra Señora de los Santos sita en
el término de esta villa con que se pida por la calle, que han de ser maderas
cubiertas de plata, mando que mis albazeas ajusten y paguen las dichas Anditas
y las entreguen a dicha hermita y su mayordomo” (3).
Dicho
encargo debió realizarse, y aunque las andas y la pequeña imagen estarían
habitualmente en el Santuario, se llevaban al pueblo para las peticiones, como
dice la cláusula transcrita. Acaso si se decidió en el siglo XVIII que fue
época de auge de estas devociones que estos símbolos permanecieran en el mismo
Alcalá y en su ya flamante capillita, sustituta de un primitivo y más elemental
hueco en alguna pared. Por esta calzada llegaba la Virgen cuando se le traía al
pueblo desde su Santuario.
No
parece que las andas hoy existentes sean las arriba indicadas, porque se trata
de tiempo demasiado lejano para la buena conservación; en las andas pequeñas
que hoy están en uso público o privado –y algunas de las cuales son obras
primorosas de Rosado-, no existe plata, si bien cabría pensar si el metal se
refundió en las actuales de la Virgen, cuando recogiese de limosna toda la
plata necesaria para estas nuevas andas, varales y templete cupulado, en la restauración
de González Ripoll de 1896, después del vandálico robo sufrido en el Santuario.
Qué
origen tenga la Virgencita de La Salada, lo ignoramos. El cuidadoso restaurador
ha observado cierto mérito artístico en la imagen, con restos de policromía; el
Niño parece de época distinta y de menos calidad. Ambos son de barro. Por lo
demás es aplicable a la Virgen de los Santos de La Salada, cuanto consigna
Sancho de Sopranis sobre otra antigua efigie de características semejantes: “Que pertenece al grupo de imágenes que
entonces se llamaban vicarias, por ser las que en sustitución de aquellas de
gran veneración, difícilmente se removían de sus Santuarios, de las que eran
reproducciones más o menos fidedignas; se utilizaban en procesiones o se
colocaban –tal fue este caso- en aquellos lugares donde se quería tener
presente a las originales”.
Aunque
de manera indirecta, consta la existencia del “nicho o capilla” en La Salada
antes de 1846, pero sin duda instalado mucho tiempo atrás. En efecto se
menciona este ornamento callejero con ocasión de la notable tarea que se impuso
ese citado año un hombre emprendedor, José Mª de Puelles y Serri. Este
alcalaíno –que había sido, por cierto, el primer Alcalde de elección popular,
proyectó entonces, a título particular y benéfico, la construcción de una
barriada para jornaleros y personas de escasos recursos en “la salida del pueblo por el lado de la Salada, cuyas casas llegaban
hasta el nicho o capilla de la Virgen de los Santos”. Para tal obra obtuvo
del Ayuntamiento “la concesión de ambos lados de la calzada, con la idea de
hacer allí, como construyó en efecto, una barriada de pobres que se denominaría
barrio de la Virgen..., construyéndose al cabo de veinte casas cómodas de un
piso y seis de dos, todas con sus alcobas y cuadras, y poniendo al pueblo cerca
de los pilares de la fuente”. (4)
Aunque
la mayor parte de estas nuevas casas parecen corresponder al muro de contención
de la Coracha, ya arriba se apunta que algunas estarían en la acera derecha,
hecho que se confirmará con varios textos que aduciremos. El recinto primitivo
que albergaría a la Virgen –el que llaman “nicho”- se transforma ahora, según
puede deducirse, en camerín o capilla, no sólo resguardada de la inclemencia
ambiente, sino en verdadera casita destinada al efecto. Más o menos estas
construcción hubo de quedar englobada en el conjunto de las que llamaríamos
“casas baratas” referidas, y aunque en parte separada por una tapia que
llegamos a conocer, sí tuvo adosada otra vivienda, igualmente del “barrio de la
Virgen”.
Así,
consignado está en la testamentaría de Isidro, hijo del que llamaremos
“fundador” y del que heredó la casa entonces número 17 “lindera por norte y levante con la misma calle, por sur con el arroyo
del cuartel y por poniente con casa de esta testamentaría”. También cabe
citar otra escritura de 1883 (5), con mención de la hacienda “Alamillos de la Cárdena, situada frente de
la Coracha, mediando la calzada de la fuente pública Salada..., que linda por
el Norte con la Reguera que sirve de desagüe de la calle de la Salada, por el
Sur y Oeste con la casa-cuartel y casas de los herederos de don José María de
Puelles y Serri y por el Este con los Alamillos”.
En
1916, el activo Arcipreste don Pedro Martínez Machado, con autorización del
Obispo, concertó con doña Juana Ramona de Puelles la cesión por ésta, a la
iglesia local y a perpetuidad, de la casa-capillita. Se hizo escritura de venta
por razones legales, pero fue regalo de esa señora como consta por testimonios
y se conoce por diversos adjuntos (6), a su vez, doña Juana Ramona hacía
constar que la había heredado de su padre, otro de los hijos del constructor
del barrio. Se describe entonces la llamada “Casa de la Virgen” marcada con el
número 20, “compuesta de dos pisos, que
con inclusión del corral, que está a su espalda, mide un área de treinta y
cuatro metros y tres decímetros cuadrados; y linda por la derecha entrando con
la casa conocida por el Cuartel, y por la izquierda y espalda con huerto de los
herederos de Don Andrés Corrales Barranco”. La casa se aprecia en 250 pesetas,
abonadas “con dinero exclusivo de las limosnas depositadas en el cepillo de la
Hermandad de Nuestra Señora de los Santos, y para el solo objeto de dar
habitación al servidor que cuide a tan venerable imagen”. Aquí reside el
punto interesante, pues revela el uso del recinto también como vivienda
permanente, adosada al camerín, y con planta elevada sin duda de erección
moderna. En tal novedad insiste otro valioso párrafo del contrato:
“Desde
tiempo inmemorial, existe adosada al muro lateral izquierdo de la casa descrita
anteriormente una hornacina que contiene una imagen de talla de la Patrona de
esta Ciudad, Nuestra Señora de los Santos, objeto de veneración constante de
los piadosos alcalaínos, y como necesita, para su mayor culto y esplendor, una
vivienda para residencia de la persona que cuide el ornato y limpieza del
susodicho recinto, consagrado a la excelsa efigie, se ha autorizado por el
Excmo. e Iltmo. Señor Obispo de Cádiz, Don José María Rancés y Villanueva, al compareciente
Señor Arcipreste para que concurra a esta compraventa...”
Según
nos informó don Pedro Fernández, acordó la Junta de Gobierno en época reciente
–en la que fue celoso Mayordomo-, obras de ampliación de esta residencia aneja
para los guardeses, quedando todo el bloque exento por completo al desaparecer
también el trozo de tapia y mostrándose la estructura y techo de la capilla con
formas arquitectónicas específicamente religiosas.
Hicimos
mención del retablo de la Puerta del Sol ya desaparecido por su avanzado
deterioro. Ahora añadiremos la reflexión de que, en cierto modo, nuestro
oratorio de La Salada le suple con ventaja, porque aquí verdaderamente existe
una imagen tallada y también está calzada, entrada secular del pueblo, se ha
transformado en vía populosa y prolongada, tanto o más que cualquier otra vieja
puerta de histórico acceso.
La
calle de La Salada conservó este nombre al menos hasta 1885, cuando en 23 de
julio el Ayuntamiento clasifica al pueblo por secciones urbanas: pertenecía a la
sección 4ª: Amiga, Osorio, Barrio Nuevo, Revuelta, Alonso Cárdeno, Salada,
Sol, Luna y Despeñadero. Sin embargo, ya en sesión municipal de 30 de julio de
1900 se encuentra en nueva clasificación y con distinta nomenclatura: Sección
5ª, formada por Despeñadero, Lerma, Nuestra Señora de los Santos, Sol,
Río Verde, Tizones y Montes de Oca (7). Y sigue hoy, afortunadamente,
llamándose igual.
El mismo
día en que se traslada solemnemente la Virgencita a su capilla –reforzada la
seguridad de ésta-, la actual Junta de Gobierno ha tenido la satisfacción de
inaugurar y hacer bendecir la casa actualmente número 38 de la calle Real,
planta baja, adquirida por la Junta anterior para local social ciudadano.
Edificio que fue por cierto morada particular de la aludida doña Juana Ramona
hasta su muerte en 1931. Es mansión de elegante presencia y bello herraje en
cierros y balcones, presidida por la original cenefa o emblema de una alada
cabecita de ángel de la guarda adornando su fachada. Nos resulta ahora posible
pensar que la Virgen “ha pagado” a aquella señora su donación de casita,
honrando la vivienda al hacerla su Casa-Hermandad y hogar privilegiado donde
estará permanentemente –en hermosa ornacina, obra del generoso Emilio Ayllón-
otra Virgencita de los Santos.
Casi
todo lo que hemos dicho parece o es, menudo, casi particular, pero ¿no
confesamos al principio que esta pequeña historia no es válida, e íntimamente
querida, y que quizá por aquel carácter nos cale a todos más hondo, hasta el
profundo subsuelo del alma? Al fin, hablamos a hijos de María de los
Santos y sobre una capilla santa, porque a ella se va con amor y se puede ir a
llorar cuando lo exige el drama de la vida. Esta vez, dijo con hondura Unamuno:
“Lo más santo...es el lugar a que se va a
llorar en común. Un Miserere, cantado en común por una muchedumbre, azotada por
el destino, vale tanto como una filosofía. No basta curar la peste, hay que
saber llorarla.”
Con
nuestra Virgencita y esta su pequeña capilla urbana, ya connaturales entre
nosotros, la ciudad se nos revela con su mejor sello: como lugar eminente de la
comunión humana, signo de la Ciudad definitiva.
NOTAS.-
(1)
Programa Ferial
de 1968.
(2)
J. Rodríguez
Mateos, en El Folk-lore Andaluz, 1988, p. 281.
(3)
Archivo Histórico
Provincial, escribano Marchante, 2-VI-1740.
(4)
Las citas son de
Manuel, hijo del constructor del barrio, en su Historia manuscrita de la
familia. El acuerdo municipal está consignado en acta de 20 de febrero de 1847.
(5)
De 8 de octubre,
ante notario Espinosa.
(6)
La escritura es
de 9 de febrero y la casa quedó inscrita en el Registro de la Propiedad al
Libro 41, folio 17.
(7)
Archivo
Municipal, Libro Capitular 84, antiguo, folio 25.
Fernando TOSCANO DE PUELLES
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