lunes, 31 de octubre de 2016
domingo, 30 de octubre de 2016
FICCIÓN
En contra de los juicios más
generalizados entre los teóricos y los críticos de Literatura, me permito
opinar que la “ficción” no se opone a la realidad, sino que la amplia y la
completa, de la misma manera que la teoría no es lo contrario de la práctica
sino su entraña más esencial, su médula y su semilla. Hemos de reconocer que la
vida humana no cabe dentro de la razón sino que la desborda. La locura es ir a
ese otro lado de la razón y no saber volver, pero el artista y el poeta sí que
vuelven y luego se marchan de nuevo, siempre se las arreglan para tener
fantasías y hasta delirios para soñar, y, después, vuelven a la realidad para
hacerla vivir de una manera más intensa. La ficción es un nuevo poder sobre el
mundo para conmovernos y para hacernos reflexionar sobre las posibilidades de
seguir mejorando, para vivir de una manera más intensa y más humana. La
imaginación, sobre todo cuando está trenzada con los sentimientos, nos permite
tender puentes, desestabilizar la realidad, cambiar sus medidas, sus distancias
y sus colores. La fantasía, empujada por los amores y, a veces, atenazada por
los temores, nos acerca a lo que deseamos y transforma el valor de las cosas y las
dimensiones de las personas.
Fijaos –queridos amigos- cómo Homero,
Virgilio, Plauto, Dante, Rabelais, Shakespeare, Andersen, Cervantes, Calderón
de la Barca o Lope de Vega, reivindicando el prodigio y la magia, utilizan la
imaginación como herramienta, como palanca, con la que amplían el campo de la
realidad. Aunque la vida no podamos entenderla en toda su complejidad, tenemos
que trabajar para vivirla y para disfrutarla en toda su plenitud posible.
Por eso leemos novelas y por eso asistimos al teatro o al cine, con la
esperanza –aunque sea ilusionada- de que nos cuenten historias que, aunque la
mayoría de las veces no tengan nada que ver con nuestra vida ordinaria y ni
siquiera van a ser posibles, pero que nos pueden ayudar a descubrir el fondo
misterioso de los sucesos aparentemente más anodinos. Por eso seguimos
necesitando todo ese mundo de la ficción. Las ficciones nos permiten soportar y
vivir la realidad cotidiana que suele ser monótona y anodina. Como afirma
Salvador Compán, en su Cuaderno de viaje, “la novela es ese tipo de
texto, matriz de otros muchos, que se hace con trozos profundos de realidad y
reduce al narrador a un simple minero capaz de bajar a las últimas galerías
para arrancar las vetas nunca vistas, transportarlas a la superficie y exponer
al sol sus mejores irisaciones.”
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz
SILENCIO
Mucho más difícil que hablar
es callar. Acertar con la palabra adecuada en una situación delicada exige una
habilidad especial, pero administrar las pausas en las selvas de las
conversaciones y repartir los silencios en las rutas de los discursos es una
destreza que supone un rico capital de prudencia, de paciencia y de templanza;
es una habilidad que exige el desarrollo de facultades tan escasas como el
tacto y el gusto. En nuestras correrías por los senderos en busca de la palabra
adecuada y oportuna, todos hemos tenido que atravesar los amplios desiertos del
silencio.
No podemos olvidar que las
semillas de las palabras fructifican cuando caen en la tierra del silencio y se
cubren con la vegetación de la reflexión. Nuestro amor por la palabra a veces
comienza cuando oímos hablar a nuestro padre y cantar a nuestra madre, pero se
desarrolla cuando los escuchamos callar y cuando nos esforzamos por descifrar y
por deletrear sus silencios. Las dos experiencias forman esa trenza que es la
convivencia y la comunicación humanas: el decir y el escuchar.
El silencio ha sido objeto de profundas reflexiones y de repetidas
recomendaciones de científicos, filósofos, psicólogos y religiosos. El sabio
Salomón nos advirtió que "aún el ignorante, si calla, será reputado por
sabio, y pasará por entendido si no despliega los labios"; Pitágoras
aseguraba que "el silencio es la primera piedra del templo de la
Filosofía"; Plutarco nos enseñó que "de los hombres aprendemos a
hablar, a callar, de los dioses"; Balzac nos avisa que "el silencio
es el único medio de triunfar"; Larra ironiza diciéndonos:
"Bienaventurados los que no hablan, porque ellos se entienden"; Huxley decía que "el silencioso no
presta testimonio contra sí mismo"; Amado Nervo sostiene que "el que
sabe callar es el más fuerte" y Ramón y Cajal nos indica que, "de
todas las reacciones posibles ante la injuria, la más hábil y económica es el
silencio". El silencio de Jesús ante Herodes, como me recordó, hace ya
diez años, Julio Anguita, es uno de los discursos más elocuentes de toda la
Historia de la Retórica.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz
domingo, 16 de octubre de 2016
LA MALDAD DE LOS BUENOS
La crueldad –esa propiedad tan humana de
causar daño a un ser viviente y de complacerse en los sufrimientos ajenos- es
singularmente visible y extraordinariamente grave cuando la practican los que
poseen armas militares, competencias políticas, instrumentos jurídicos, riqueza
económica, poderes religiosos, facultades intelectuales e, incluso, destrezas
artísticas. Por eso –queridas amigas, queridos amigos- los poderosos, los
fuertes, los ricos, los inteligentes y los hábiles nos inspiran, además de
respeto y admiración, cierto temor reverencial porque, en el fondo de nuestra
conciencia, advertimos que ellos poseen mayor capacidad agresiva y mayor poder
de destrucción.
Pero no podemos olvidar que los seres
débiles tampoco están libres de esta perversión. Fíjense cómo, a veces, los
niños hacen sufrir a los padres, los tontos a los listos, los pobres a los
ricos, los débiles a los fuertes, los inferiores a los superiores e, incluso,
los buenos a los malos. Y es que la crueldad, al menos en dosis pequeñas, la
llevamos todos anidada en los pliegues secretos de nuestras entrañas; es un
ingrediente dañino que, en diferente proporción, se mezcla con las buenas
intenciones y con los nobles propósitos.
Podemos observar, por ejemplo, cómo
algunos aficionados deportivos disfrutan, más que con los propios triunfos, con
las derrotas de los adversarios y cómo, a veces, tras esas palabras rituales de
pésame que expresan compasión por los dolores y por las penas de los demás,
advertimos un sutil gesto incontrolado de íntima complacencia. Por esta razón
hemos de confesar que nos resulta más fácil acompañar a los que sufren y
sintonizar con los sentimientos de dolor que disfrutar con las victorias de los
vencedores y compartir las alegrías de los ganadores. Las lágrimas brotan con
mayor facilidad que los aplausos e, incluso cuando aplaudimos, nos tenemos que
preguntar contra quién aplaudimos. Hace tiempo que los autores clásicos nos
advertían que la tragedia es un género dramático más fácil que la comedia.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz
LO IMPERFECTO
"Las cosas que merecen ser hechas, merecen ser... mal
hechas". Este juicio de Chesterton que, en una primera lectura, nos
puede resultar sorprendente, encierra, a mi juicio, una profunda lección
de pedagogía. Si lo examinamos con atención, descubriremos que, de una manera
sencilla y clara, nos explica aquel principio fundamental -aquella obviedad-
tan olvidado en la teoría de la enseñanza y en la práctica del aprendizaje:
"El ser humano es por naturaleza ignorante y torpe". Este axioma
antropológico constituye, además, un estímulo para que los seres normales y
ordinarios nos decidamos a emprender proyectos que, inicialmente, parecen
irrealizables. Esta afirmación puede ser, además, un alentador lema para
animarnos los que, conscientes de nuestras limitaciones, corremos el peligro de
caer en el desaliento y desistir de nuestras ilusiones. Nos sirve para
recordar que la perfección es una meta suprema, es un destino inalcanzable
plenamente y, por eso, es un reto permanente para los que pretendamos seguir
creciendo e, incluso, para los que, con independencia de la edad, nos
sintamos con ganas de, simplemente, seguir viviendo.
Pero esa aspiración de perfección
sólo es estimulante para los que estén dispuestos a hacer mal las
cosas, para los que reconozcan serenamente sus errores y se
empeñen en corregirlos pacientemente. La perfección es el resultado final de un
larguísimo proceso de ensayos fracasados, de tanteos frustrados, de
errores corregidos, de defectos enmendados y de imperfecciones rectificadas. El
alpinista que aspire a las alturas, no sólo ha de aceptar de antemano las
caídas, los traspiés y los despistes, sino que, además, ha de gastar energías y
ha de consumir tiempo ensayando, entrenando y emborronando con garabatos
los borradores. El que no esté dispuesto a hacer mal las cosas, difícilmente
llegará a hacerlas bien. Esta es la única puerta abierta por la que la que la
mayoría de los mortales podemos superar nuestra radical pobreza y
mediocridad.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz
sábado, 15 de octubre de 2016
ENCUENTRO DE ANTIGUOS ALUMNOS DE SAFA ANDÚJAR CURSOS 63/68 EN GRANADA
Encuentro en Granada de Antiguos Alumnos de la SA.FA. de Andújar durante los días 14, 15 y 16 de Octubre.
Celebrado en el Hotel Reina Cristina, situado en el centro de Granada, a tan solo unos metros de la Catedral, en medio de una zona animada y pintoresca de la ciudad. Además, queda a unos 15 minutos a pie de la Alhambra.
Se trata de un Hotel con historia, ya que antiguamente era una propiedad particular donde Federico García Lorca pasó sus últimos días.
sábado, 8 de octubre de 2016
LOS PODERES
El irresistible atractivo de los
tronos y de las poltronas
En los tratados teóricos, en los comentarios periodísticos y, sobre todo,
en las conversaciones entre amigos y colegas, se dan por supuestos algunos
principios en los que se apoyan los juicios críticos sobre el ejercicio del
poder y sobre los penosos y agotadores esfuerzos que algunos derrochan para
lograr un puesto de mando. Muchos ciudadanos están convencidos, por ejemplo, de
que el poder depende del lugar físico en el que se sitúa el que ostenta el
poder: de la altura del trono, del esplendor del sitial o de la anchura de la
poltrona. Fíjense, por ejemplo, las discusiones y los conflictos que crean las
reglas del protocolo de las reuniones oficiales o privadas, de los encuentros
profesionales y hasta de las fiestas familiares.
Otros
piensan que ocupar puestos de relumbrón es más importante que desempeñar tareas
nobles. “¿Has observado -me preguntó hace ya mucho tiempo Antonio Alcedo- cómo,
en cualquier profesión e incluso en la Iglesia, los “profesionales” se pelean para sentarse en los sillones de honor?” Repasen las listas
de mecánicos, albañiles, profesores, sacerdotes, médicos, arquitectos,
abogados, economistas, escribientes, poetas, pintores, periodistas,
carpinteros, investigadores, ingenieros o policías, que están “liberados” de
sus tareas para dedicar su tiempo y sus esfuerzos a mandar.
El poder fascina, sobre todo, por
su brillo y por la ingenua creencia de que proporciona fuerza para influir en
las ideas, en las sensaciones, en los sentimientos, en las imaginaciones y en
la voluntad de otras personas. No caemos en la cuenta de que el ciudadano que
ostenta un cargo, aunque él crea lo contrario, es inevitablemente víctima de
los aduladores que le conceden el premio del halago y de los censores que lo
castigan con sus críticas. Aunque el poder también se practica infundiendo
miedos, concediendo premios, influyendo en las opiniones y cambiando las cosas,
el auténtico poder lo ostenta -como dicen los estoicos- el que ejerce dominio
sobre uno mismo: “sólo el que controla sus deseos -afirmaba Martín Bueno- es
verdaderamente poderoso”.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz