jueves, 27 de abril de 2017

AUREA MEDIOCRITAS


                                                     
Tras leer detenidamente algunos comentarios que he recibido, he llegado a la conclusión de que, en el artículo anterior titulado “La mediocracia”,  no me expliqué con suficiente claridad.  Por eso me permito insistir en que mi crítica a la entrega pasiva a la televisión -al imperio de la “mediocracia”- pretendió ser, justamente, una defensa de una manera sencilla y natural de vivir la vida humana. La denuncia de “esa amplia masa de adictos televidentes que alimentan su débil imaginación y llenan su vacío pensamiento con los productos más insustanciales que les proporciona la ya no tan pequeña pantalla” quiso ser una reivindicación de algunos valores muy nuestros que, en estos días, están en peligro. Me refiero a esos comportamientos orientados en el sentido inverso al camino que nos traza la publicidad: hacia ese mundo masificado, mecanicista, agresor de la naturaleza y lleno de tensiones bélicas; hacia esas metas opuestas a nuestra cultura del sur, a nuestra manera meridional de entender la vida.

Tiene razón el filósofo Alfonso Guerrero cuando afirma que no podemos descalificar la mediocridad de una manera absoluta; que no podemos menospreciar la aspiración a una existencia serena, apacible y tranquila, ni desestimar el deseo de una vida alejada de la convulsión febril, de los conflictos paroxísticos; que no podemos censurar el proyecto de una vida sobria, dedicada al ocio fecundo, alejada de las inextinguibles ambiciones, retirada de la agitación nerviosa y apartada de la luchas feroces por el poder. 

Yo también apuesto por esa mediocridad calificada de dorada -"aurea mediocritas"- que, desde que la proclamó Horacio, ha sido celebrada por los poetas y ha constituido, para muchos, una fuente de bienestar íntimo y de felicidad honda.

Aunque a veces los critiquemos, en el fondo anhelamos seguir el ejemplo de tantos paisanos nuestros que prefieren ganar menos dinero y disfrutar tranquilamente del tiempo. Probablemente sin saberlo, están imitando a Horacio cuando rehusó el cargo de secretario de Augusto para permanecer en el campo y defender allí su tranquilidad y su ocio sin molestar a nadie en provecho del cultivo de sus letras y de su filosofía, para dedicarse a sus poemas, (“Dichoso aquel que de pleitos alejado…”), a esos versos que sirvieron de inspiración a Garcilaso en la “Flor de Gnido” y a Fray Luis de León en su “Oda a la vida retirada” que comienza con estas palabras: “Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruido / y sigue la escondida / senda por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido”.

¿Qué nos importa que quien acaricia el anhelo de paz o que quien valora el goce de la soledad en el retiro de la naturaleza, el disfrute de la serenidad (epicúrea y estoica) y su amor a la dorada medianía, no haya bebido directamente en la fuente clásica de Horacio? Creo que deberíamos hacer una relectura de los vicios morales y reinterpretarlos desde la perspectiva del bienestar físico y mental. Si fuéramos menos ambiciosos, probablemente se nos reduciría el riesgo de padecer un infarto y nos bajaría el nivel de estrés y de colesterol.


José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura

Universidad de Cádiz

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