miércoles, 13 de diciembre de 2017

AMOR Y VIDA

                                            
Resulta una obviedad afirmar que, si cuidamos el cuerpo y cultivamos el espíritu, mejoramos la calidad de la vida y, en cierta medida, aumentamos su cantidad. Aunque es cierto que todos los seres vivos -como los demás productos perecederos- tenemos marcada desde nuestro nacimiento la fecha de caducidad, también es verdad que la “mala vida” reduce su duración y la “buena vida” la prolonga. Pero hemos de tener en cuenta que, en los dos casos, nos referimos no sólo al trato que le damos a nuestro cuerpo sino también a los cuidados que le dispensamos a nuestro espíritu. Hace una semana el psiquiatra Luis Rojas Marcos afirmaba en estas mismas páginas que “una persona que recibe estímulos positivos tiene mayor esperanza de vida”, y nos aconsejaba que charláramos, que nos riéramos hasta de nosotros mismos y que hiciéramos un poco de deporte.  

Podríamos completar estas recomendaciones con las conclusiones a las que han llegado unos científicos australianos tras el análisis minucioso de una amplia serie de encuestas: “quien ama vive más y mejor”. Según sus minuciosas explicaciones, este hecho cuantificado con precisión y analizado concienzudamente explica, en parte al menos, que las mujeres sean más longevas que los hombres. El profesor de Medicina, doctor Marc Cohen, de la Universidad de Melbourne, ha explicado en una conferencia sobre la salud y sobre la longevidad que tenemos evidencias múltiples para afirmar que el amor, especialmente si es abundante e intenso, es un factor primario para lograr una vida más larga y para alcanzar una elevada calidad. Ha subrayado, sin embargo, que no se refiere sólo al amor romántico y carnal sino también a todas las actividades que nos transmiten la sensación placentera de que perdemos la noción del tiempo, aquellas tareas en las que sentimos que el reloj se detiene y se borran esos límites que tanto nos bloquean e inquietan.

Este estudioso, tras una detenida investigación con conejos, ha llegado a la conclusión de que un -aunque todos seguían el mismo régimen de vida y la misma dieta de alimentos- los que eran acariciados y mimados vivían el sesenta por ciento más que los otros que permanecían aislados en sus respectivas madrigueras. En otro estudio realizado con mil israelíes que sufrían del corazón, ha concluido que los que amaban y se sentían amados por la mujer y por los hijos acusaban el cincuenta por ciento menos de anginas de pecho y de ataques cardíacos que los pacientes que habían revelado algunos problemas en sus relaciones familiares.

Un tercer estudio de la Fundación australiana para el corazón indica que el aislamiento social y la falta de un grupo de apoyo son factores tan significativos en las enfermedades cardiacas como, por ejemplo, el colesterol alto, la excesiva presión sanguínea  y el abuso del tabaco. Ha demostrado que una de las terapias más potentes en las enfermedades, no sólo de la mente sino también del organismo, es el amor que, expresado con palabras, con gestos, con caricias y con besos, se siente correspondido: amor -detallan- que es deseo, voluntad, sentimiento y sensación; amor que es comprensión generosa, diálogo respetuoso, colaboración eficaz y unión física.

Estos estudios, sin embargo, nada nos dicen de un procedimiento que, a mi juicio, es el más eficaz para lograr ser amados: tomar la iniciativa y empezar amando y demostrando el amor con hechos convincentes, con gestos elocuentes y con palabras claras. Sí: compartiendo nuestras cosas, entregando nuestro tiempo y regalando nuestras palabras. Ésta es -aunque suene a tópico piadoso- la mejor manera de vivir más y mejor.


José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura

Universidad de Cádiz

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