Resulta una obviedad
afirmar que, si cuidamos el cuerpo y cultivamos el espíritu, mejoramos la
calidad de la vida y, en cierta medida, aumentamos su cantidad. Aunque es
cierto que todos los seres vivos -como los demás productos perecederos- tenemos
marcada desde nuestro nacimiento la fecha de caducidad, también es verdad que
la “mala vida” reduce su duración y la “buena vida” la prolonga. Pero
hemos de tener en cuenta que, en los dos casos, nos referimos no sólo al trato
que le damos a nuestro cuerpo sino también a los cuidados que le dispensamos a
nuestro espíritu. Hace una semana el psiquiatra Luis Rojas Marcos afirmaba en
estas mismas páginas que “una persona que recibe estímulos positivos tiene
mayor esperanza de vida”, y nos aconsejaba que charláramos, que nos riéramos
hasta de nosotros mismos y que hiciéramos un poco de deporte.
Podríamos completar
estas recomendaciones con las conclusiones a las que han llegado unos
científicos australianos tras el análisis minucioso de una amplia serie de
encuestas: “quien ama vive más y mejor”. Según sus minuciosas explicaciones,
este hecho cuantificado con precisión y analizado concienzudamente explica, en
parte al menos, que las mujeres sean más longevas que los hombres. El profesor
de Medicina, doctor Marc Cohen, de la Universidad de Melbourne, ha explicado en
una conferencia sobre la salud y sobre la longevidad que tenemos evidencias
múltiples para afirmar que el amor, especialmente si es abundante e intenso, es
un factor primario para lograr una vida más larga y para alcanzar una elevada
calidad. Ha subrayado, sin embargo, que no se refiere sólo al amor romántico y
carnal sino también a todas las actividades que nos transmiten la sensación
placentera de que perdemos la noción del tiempo, aquellas tareas en las que
sentimos que el reloj se detiene y se borran esos límites que tanto nos
bloquean e inquietan.
Este estudioso, tras
una detenida investigación con conejos, ha llegado a la conclusión de que un -aunque todos seguían el mismo régimen de
vida y la misma dieta de alimentos- los que eran acariciados y mimados vivían
el sesenta por ciento más que los otros que permanecían aislados en sus
respectivas madrigueras. En otro estudio realizado con mil israelíes que
sufrían del corazón, ha concluido que los que amaban y se sentían amados por la
mujer y por los hijos acusaban el cincuenta por ciento menos de anginas de
pecho y de ataques cardíacos que los pacientes que habían revelado algunos
problemas en sus relaciones familiares.
Un tercer estudio de la
Fundación australiana para el corazón indica que el aislamiento social y la
falta de un grupo de apoyo son factores tan significativos en las enfermedades
cardiacas como, por ejemplo, el colesterol alto, la excesiva presión sanguínea y el abuso del tabaco. Ha demostrado que una
de las terapias más potentes en las enfermedades, no sólo de la mente sino
también del organismo, es el amor que, expresado con palabras, con gestos, con
caricias y con besos, se siente correspondido: amor -detallan- que es deseo,
voluntad, sentimiento y sensación; amor que es comprensión generosa, diálogo
respetuoso, colaboración eficaz y unión física.
Estos estudios, sin
embargo, nada nos dicen de un procedimiento que, a mi juicio, es el más eficaz
para lograr ser amados: tomar la iniciativa y empezar amando y demostrando el
amor con hechos convincentes, con gestos elocuentes y con palabras claras. Sí:
compartiendo nuestras cosas, entregando nuestro tiempo y regalando nuestras
palabras. Ésta es -aunque suene a tópico piadoso- la mejor manera de vivir más
y mejor.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
Universidad de Cádiz
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