(
I )
Bajo los
arcos del patio
de un
palacio sevillano,
juega Antoñito
Machado
con sus
amigos del barrio.
Corren al
huerto cercano
con sus
caminos de albero,
con la
fuente cantarina,
y con
arriates florados
que
dan color y
trasminan
al recinto
del cercado;
hay rosas
y clavellinas,
buganvillas y
romero,
jazmines,
claveles, nardos …
y hay también un limonero
con sus
limones dorados.
Sus abuelos
lo contemplan,
felices e
ilusionados,
desde las altas barandas
del hogar
de los Machado.
Por el
corredor del patio,
junto a
las viejas columnas
de artesonados
moriscos.
su padre, con
paso lento
y las
manos a la
espalda,
susurra unas
soleares
que le
cantó una gitana
en uno
de los corrales
donde viven
y disfrutan
los flamencos
de Triana.
Los tres
se llaman Antonio,
abuelo,
padre y
chiquillo,
y además
del mismo nombre
llevan el
mismo apellido.
Tres lumbreras
de una saga,
cada uno
a su manera.
tres inteligencias
claras.
El abuelo
da lecciones
en su
cátedra hispalense
de la
natura y la
fauna
y la
salud de la
gente.
El médico
gaditano
fue un
tiempo gobernador
del enclave
sevillano.
El padre
escribe en la
prensa
es abogado
elocuente,
e investiga
los cantares
que se
dicen los gitanos
en sus
saraos ardientes.
Ve a
las macetas, martillos
dando al
yunque de la
fragua,
y en
los jazmines suspiros,
los geranios
tocan palmas,
y los
chorros de la
fuente
le suenan
como guitarras
que
derrochan arte y duende,
por los
huecos de la
casa.
Antonio goza
jugando
con Manuel
y sus amigos;
su padre
sigue cantando
por el pasillo florido.
Pronto dejará
Sevilla
el patio
y el limonero,
y cambiará
el azahar
por la capa y
la gorrilla
de la
Corte nacional.
( II
)
Y Sevilla
quedó atrás,
cuando sólo era un
chiquillo
Se fue a Madrid
a jugar;,
pero pronto
va a cambiar
pues llegan
años de estudio
para el
joven liberal.
Acabó su
formación
y tras
años de bohemia,
en los
ambientes mundanos,
ganó por
oposición
la cátedra
de instituto
del lenguaje fanfarrón.
Y fue Soria su
destino,
zona desierta
y sombría
de la
altanera Castilla,
mina de
melancolía
por su
ambiente pueblerino;
el
reverso de Sevilla.
Con poca
vida social,
buscó la
luz y el
consuelo
en su
eterno pasear
por la
ribera del Duero.
¡Viento
del Moncayo frío…
que tanto
hiciste pensar,
bajo los
olmos del río,
al poeta
universal!.
Para un
soltero maduro
las largas
noches de invierno
fueron un
trago muy duro,
un desagradable
infierno.
Pero apareció
Cupido
para mandarle
una flor,
un bello
y tierno regalo
con el
nombre de Leonor.
La
joven le dio al
poeta
la savia
de su candor,
y le
entregó la receta
para entender
el amor.
Marchó la
melancolía
y acabó
la soledad,
vivió feliz
cada día
con espíritu
jovial.
Más poco duró la
dicha
al poeta
del honor,
porque la
parca maldita
vino en
busca de Leonor
siendo solo
una mocita.
( III
)
¡Qué pena
de Don Antonio!.
¡Qué desgraciado
su sino…
que enterró sus
ilusiones
en la
tierra del Espino!
Con lo
buen hombre que
era,
qué mal
le trató la
vida,
gozó pocas
primaveras
hasta el
día de su
partida.
En Baeza
fue un tormento.
Nunca encontró
bienestar;
paseos y
monumentos
aliviaban su
pesar.
En Segovia
fue dichoso,
con su sentir liberal
disfrutó un
periodo hermoso
en la
Escuela Cultural.
Ya con
cátedra en Madrid
asentó fama
y loor,
y el
respeto universal
como genial
escritor.
Pero la
guerra civil
destrozó su
corazón
de manera
triste y vil.
Ya nunca
más fue feliz
al sufrir
la sinrazón
del disparo
del fusil
y
el estruendo del
cañón.
Ver la
tierra ensangrentada
le produjo
tal dolor
que con
su pluma sagrada
su sentimiento
plasmó
de una
forma desgarrada
en poemas
de primor.
Traslados de
un sitio a otro,
para huir del enemigo,
dejaron huella
en su cuerpo
por el
horror padecido.
Caminar y
caminar,
buscando
nuevos senderos
sin volver
la vista atrás,
como sus
versos dijeron.
¡Ay don
Antonio Machado
que lejos
queda Sevilla
con sus
limones dorados!.
¡Qué lejos
queda Castilla!.
El enemigo
se acerca,
y enfermo
y avejentado
se dirige
a la frontera
con miles
de refugiados.
Carencias,
penalidades,
la enfermedad
se lo lleva,
va ligero
de equipaje
como antaño
predijera.
Se instala
en terreno galo,
lleno de tristeza y pena
y el
corazón agotado.
Pasados muy
pocos días,
se muere
Antonio Machado
lejos de su Andalucía.
Hoy la
historia lo venera,
y en
el altar del
Parnaso,
una
tarde en primavera,
cuando se
acaba el ocaso
y el
sol rojizo se
aleja,
la
luna llega cantando
al Cristo
de los Gitanos,
los versos
de la saeta.
Francisco
Teodoro Sánchez Vera
Viernes Santo
2020
A
mis queridos paisanos residentes en la Comunidad de Madrid.
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