Resucitaremos:
Estoy convencido de que las situaciones límites que estamos viviendo pueden
conducirnos a un replanteamiento del sentido de la vida.
José Antonio
Hernández Guerrero
Mi respuesta a tu encuesta es -querido
Pepe- categóricamente afirmativa. No albergo la menor duda de que, tras
derrotar a la pandemia -este potente e implacable enemigo de nuestra salud física y mental-
muchos de los que podamos contar sus
efectos devastadores tendremos muy en cuenta las lecciones que hemos aprendido.
Sin caer en ingenuos optimismos, buscaremos fórmulas eficaces para evitar que la
desolación pesimista nos contagie y tiña toda nuestra existencia con los colores
lúgubres de los que carecen de esperanza. Lucharemos para encontrar acicates en
los que agarrarnos y claves que nos ayuden a interpretar los signos de
esperanza que lucen en medio de ese oscuro paisaje. Si las sombras y los
nubarrones pueden servir para resaltar las luces y para aprovechar mejor los días
soleados, la correcta interpretación estos dolores y de los errores que hemos
cometido nos puede ayudar para que descubramos el germen vital que late en el
fondo de nuestra existencia humana individual y colectiva.
Permíteme
que te confiese que, para hacer este pronóstico, no me apoyo en ideologías, en
teorías filosóficas ni siquiera en consideraciones psicológicas sino,
simplemente, en la observación de la Naturaleza, sí, en el funcionamiento del
Universo. Los marineros saben que, tras la tempestad, llega la calma; los
labradores conocen que al invierno le sigue la primavera y el verano; los
psicólogos nos explican que la esperanza
es la receta imprescindible para evitar la depresión, los fieles de las
diferentes creencias se consuelan con la vida futura y los cristianos
fundamentan sus vidas en su fe en la resurrección de Jesús de Nazaret. Pero yo
me conformo con recordarte esa frase que tanto te repite tu madre: “Siempre que
hemos sufrido algún contratiempo, han surgido insospechados beneficios”.
Si pretendemos evitar el desánimo, junto
a los malos tragos hemos de situar los datos positivos, hemos de tener en
cuenta, por ejemplo, nuestra capacidad para mejorar las situaciones y para
aprender, sobre todo, de los errores. Reconociendo el declive que el
individualismo contemporáneo ha introducido en las relaciones humanas, este
deseo de mejorar nos permitirá compartir el sentido positivo de la vida,
generar unos vínculos más estrechos entre los hombres y recuperar el diálogo
con los diferentes y el reconocimiento del mundo que nos rodea. Sólo así
mantendremos la posibilidad del amor y los gestos supremos de la vida. Si
pretendemos que nuestras vidas no sean escenas sueltas -“hojas tenues,
inciertas y livianas, arrastradas por el furioso y sin sentido viento del
tiempo”-, hemos de buscar ese vínculo, ese hilo conductor, que las re-hilvane y
que proporcione unidad, armonía y sentido a nuestros deseos y a nuestros temores, a nuestras luchas y a nuestras
derrotas. Fíjate, por ejemplo, cómo, gracias a esta epidemia, hablamos más con
los vecinos, hemos recuperado amigos y, sobre todo, damos mayor importancia al
cuidado de la salud, al valor de la familia, a la amistad, al silencio, a la
lectura, a la conversación, a la sobriedad, al cariño o a la generosidad.
Es posible que sea verdad aquel viejo
adagio que dice que “de grandes males, grandes bienes”. Esta aparente
contradicción entre la existencia del mal, la bondad y la capacidad de
supervivencia del ser humano, plantea la urgencia de recuperar esos valores que
habíamos menospreciado. Quizás incluso podamos recobrar la “capacidad de
sorpresa” y esas ganas de soñar y de ilusionarnos que habíamos perdido por el
pragmatismo de la cultura utilitarista dominante. Estoy convencido de que las
situaciones límites que estamos viviendo pueden conducirnos a un
replanteamiento del sentido de la vida.
José
Antonio Hernández Guerrero
Catedrático
de Teoría de la Literatura
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