La importancia y la dignidad de las personas
Sin ánimo de
restar importancia a la calidad futbolística de Diego Armando Maradona
considerado como el mejor jugador de fútbol de la historia, considero
desproporcionados y peligrosos algunos –muchos- de los elogios que su
fallecimiento está generando en el mundo entero. En mi opinión, la leyenda de
su agitada vida fuera de los terrenos constituye el paisaje vital en el que
inevitablemente se instala su virtuosismo con el balón. Comprendo y respeto las
lágrimas pero no apruebo que se canonice como modelo de dignidad ni de
comportamiento humano. A la hora de aplaudir sus regates y sus goles, hemos de
tener en cuenta su adicción a la cocaína, su amistad con la Camorra napolitana,
su desprecio a los periodistas, sus burlas de las mujeres y su manera frívola
de interpretar la vida humana.
La dignidad
humana no depende del color de la camiseta, de las insignias que lucimos en las
chaquetas o de los títulos que coleccionamos en las vitrinas. El valor de una
persona no aumenta a medida en que crecen sus habilidades, sus riquezas, su
poder o su ciencia. No confundamos la grandeza con la magnitud; la nobleza con
la fama; la importancia con la vanagloria; el prestigio con la popularidad y la
calidad con la cantidad. La dignidad humana no estriba en las insignes
prebendas o en los cargos honoríficos, ni el brillo de las apariencias coincide
con la sustancia de la realidad, ni el ruido de la publicidad con las nueces de
los hechos: no es oro puro todas las baratijas que relucen en las solapas.
La dignidad
nada tiene en común con la jactancia, con la presunción o con la arrogancia,
sino que se encuentra, justamente, en su cara opuesta. La dignidad humana
guarda una relación directa con la integridad, con la generosidad, con la
sencillez, con la naturalidad y, a veces, con la pobreza; depende más de la
manera de trabajar que del puesto que ocupamos. Si es cierto que las peanas
altas empequeñecen las figuras, también es verdad que, cuanto más bajitos somos
más nos encantan las tarimas, los púlpitos y los escenarios. Yo también le
deseo sinceramente que descanse en paz.
José
Antonio Hernández Guerrero
Catedrático
de Teoría de la Literatura
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