Los Reyes Magos sí existen
Ya sé que el Evangelio
de Mateo habla de estos personajes sin darnos sus nombres, sin afirmar que
fuesen reyes, ni que fueran tres. Pero estoy convencido de que, dotados de
todas esos rasgos con los que hoy los dibujamos, “existen en la realidad
imaginaria” de la tradición, en las entrañas íntimas de nuestra cultura, en la
médula de las creencias populares y en el diccionario habitual del lenguaje popular.
Al menos tendríamos que reconocer que existe de la misma manera “efectiva” que, por ejemplo, Ulises, el
primer gran héroe de la literatura, Don Quijote de la Mancha, personaje más universal de la Literatura
española, o Hamlet el legendario personaje que, creado por Shakespeare, era un soñador
y un contemplativo que estaba sumido permanentemente en sus dudas y en sus ilusiones.
Me atrevo a afirmar,
incluso, que en la actualidad los Reyes Magos están vivos en nuestras mentes
porque intervienen alentando nuestros sueños, nuestros deseos de ser
sorprendidos con regalos y nuestras esperanzas de experimentar nuevas
vivencias. Los Reyes Magos nos proporcionan la oportunidad de acceder a un
mundo creado por la imaginación de ese niño que fuimos y que seguimos siendo
porque, por muy racionales que nos creamos los adultos, los sueños siguen
animándonos para que busquemos alicientes nuevos y experiencias inéditas, para
que compensemos los temores generados por la dichosa pandemia.
Estas reflexiones se me
han ocurrido tras conversar con un amigo que está hospedado en la Residencia de
Ancianos de San Juan de Dios. Me confiesa que, a sus 96 años, sigue creyendo en
los Reyes Magos y que, en muchas ocasiones durante su larga vida, los ha visto
y ha hablado con ellos y les ha mostrado su agradecimiento por esos regalos que
tanto le han servido para soportar algunos de los golpes que ha recibido. Me ha
explicado con detalles cómo, desde hace algún tiempo, cuando se acercan estas
fechas, le invade una creciente inquietud cuando piensa en la velocidad con la
que crecen las dificultades para que los Reyes cumplan con su complicado
oficio. Hace unos años -me dice- era suficiente con que repartieran pelotas,
trenes o patines a los niños, y muñecas, cocinitas y costureros a las niñas.
Por eso viajaban en aquellos parsimoniosos camellos. Fíjate cómo, en la
actualidad, traen numerosos regalos a todos los miembros de la familia: a los
hijos, a los padres, a los abuelos, a los nietos, a los tíos, a los sobrinos y
hasta al perro y al gato.
Él lamenta, sin
embargo, que, a pesar de esos excesos de regalos, cada vez es más difícil colmar las ilusiones
porque -me dice textualmente- en los tiempos actuales, cada vez somos más los
niños y los adultos a los que no nos falta de nada: hay que ver la desilusión
que experimentan algunos cuando, tras recibir todos los regalos que habían
pedido, siguen tan insatisfechos y tan vacíos como antes. Son aquellos que
viven en permanente desasosiego porque no disfrutan con lo que poseen y porque sufren
con lo que tienen los demás. Son los que descubren que el caballo de cartón
piedra, el balón de reglamento, la Barbie, la videoconsola, el televisor de
plasma, el móvil, el ordenador e, incluso, el automóvil son globos multicolores
que, cuando explotan en sus manos, sólo contienen aire a presión. Os deseo -queridos
amigos- que este año los Reyes acierten con vuestros deseos.
José
Antonio Hernández Guerrero
Catedrático
de Teoría de la Literatura
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