sábado, 10 de abril de 2021

SEMANA SANTA DE PANDEMIA

 

Semana Santa de pandemia

 

                                               Francisco Jiménez Vargas-Machuca


““Intellige ut credas, crede ut intelligas” (entiende para que creas, cree para que entiendas) San Agustín.

En esta Semana Santa tan extraña, tan distinta a las otras Semanas Santas de mi vida, un pensamiento revuela en mi mente pretendiendo explicar una gran dicotomía que me posee: Semana de Pasión o Semana de Amor. Pero bajo ella subyace otra más dolorosa para mí: ¿son las procesiones de nuestra semana santa un teatro sin fe, un mero espectáculo folclórico, o es la prueba de una fe del pueblo en la calle?

He tenido siempre dudas acerca de que la respuesta esté en el lado de la fe del pueblo. No puedo entender frases como “voy a ver al Señor de Sevilla y a la Macarena”. O “la Macarena representa mejor la madruga de Sevilla que la Esperanza de Triana”. O esta otra de más enjundia: “yo por mi Macarena muero”. No entiendo los defensores de cómo se mecen los pasos en Cádiz o en Granada. O el grito: “al cielo con ella”. O la Legión extranjera portando un Cristo yacente al ritmo de una marcha militar. Creo que esto no es fe.

Entiendo que las procesiones de Semana Santa no son sólo un acto de piedad de muchos españoles, o no son un acto de piedad, sino que también son una expresión de la cultura en la calle. Yo no olvido que muchas de las tallas que se procesionan han sido esculpidas por escultores insignes. Sé, no se me oculta, que son también una fuente de riqueza, de empleo, de historia, de cultura, para sus ciudades. Pero algo en mi interior se rebela. No puedo olvidar lo que aprendí cuando estudié Historia Sagrada:

-No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy Jehová vuestro Dios. (Levítico 26:1)

-Y serviréis allí a dioses hechos de manos de hombres, de madera y piedra, que no ven, ni oyen, ni comen, ni huelen. (Deuteronomio 4:28)

-Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas. (Isaías 42:8)

-Y haré destruir tus esculturas y tus imágenes de en medio de ti, y nunca más te inclinarás a la obra de tus manos. Miqueas 5:13.

 -Reúnanse y vengan, acérquense todos los sobrevivientes de los pueblos. Son unos ignorantes quienes llevan en procesión sus ídolos de madera y se ponen a orar a un Dios que no puede salvarlos. (Isaías 45:20)

-Siendo, pues, descendientes de Dios, no debemos pensar que Dios sea como las imágenes de oro, plata o piedra que los hombres hacen según su propia imaginación. (Hechos 17:29)

Y esta que es de una contundencia difícil de soslayar:

-Por tanto amados míos, huid de la idolatría. (1 Corintios 10:14)

Todos estos pensamientos bullen en mi mente cada vez que veo u oigo algo relacionado con las imágenes, tallas, cristos yacentes, cristos gloriosos, vírgenes de aquí y de allá. Lo supero imaginando lo que alguien a quien estoy muy unido y cuyo conocimiento teológico admiro, me dijo en una ocasión: Con que la procesión le haya servido a una sola persona para profundizar en su fe, para reconducir su camino, para sentir a Dios en su corazón, habrá merecido la pena.

Y viene de nuevo en mi ayuda San Agustín, con otra de sus frases antológicas: “En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad - In necesariis unitas, in dubiis libertas, in ómnibus caritas”.

Se han hecho, incluso, tesis doctorales, sobre tan extraordinaria frase. Yo tengo una traducción mucho más modesta. Mi concepto de la vivencia en las calles de España de la Semana Santa he de incluirlo en el apartado de “lo dudoso” y ahí me doy la misma libertad que doy a todos para que hagan u opinen lo contrario.

No discuto lo esencial. Lo esencial, para mí, se refleja,  cada Semana Santa, en el enunciado "tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Juan 3,16), complementado por "en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Juan 4, 9).  Y aquí aparece ya la palabra fascinante que debe presidir todos nuestros actos: AMOR. En todo... Amor, con San Agustín.

“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Juan 15, 13). Y continuaba Juan diciendo “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo”  Y, como consecuencia de ello, nos dejó dicho: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. (Juan 35,36)

Mi Semana Santa, y más esta Semana Santa tan atípica en nuestras ciudades y pueblos de España, con pandemia y confinamiento, con sufrimientos personales por la tragedia de muerte y de soledad que nos invade, pese a que todo invita a que la veamos como el reflejo del dolor de Cristo (nuestras calles por estas fechas siempre llenas de Crucificados y de Dolorosas) y, aunque necesitamos aceptar el misterio de y por la fe, es lo cierto que para mí es la del Amor de Cristo. Porque, en definitiva, como dice Teresa de Calcuta, una de las cosas más importantes de la vida es dar y ofrecer a quienes viven en nuestro entorno, el amor que hemos recibido, porque, al final de nuestra vida, sólo seremos juzgados por el amor.

Y la Semana de la esperanza.

En definitiva, trato de entender para creer y creo para entender.


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