Además de una nueva traducción, esta obra nos ofrece pautas valiosas y prácticas para el ejercicio de la crítica comparada
T. S. Eliot
La tierra baldía
Madrid,
Cátedra
Doy por supuesto que los profesores de
literatura, los críticos literarios, los escritores y los poetas actuales han
leído La tierra baldía, y que todos
ellos saben que Thomas Stearns Eliot (1888 – 1965) es uno de los escritores
pertenecientes al “High modernism” -“Alto modernismo” anglosajón-, ese
movimiento que pretendía superar la propia modernidad. Recuerdo que, en 1920,
en su obra titulada El bosque sagrado, explica
y justifica sus especulaciones teóricas sobre la tradición, la función de la
crítica, la teoría impersonal del arte, y que allí reivindica una nueva
filiación literaria para la poesía modernista y para sí mismo. En
mi opinión, a todos los profesionales y también a los que aún no han tenido la
oportunidad de leer la obra, esta nueva edición les puede proporcionar una
oportunidad para descubrir unas pistas y unas pautas creativas para cimentar y para
alimentar la crítica y la escritura literarias actuales.
La cuidada edición bilingüe de Viorica
Patea y la acertada traducción de Natalia Carbajosa con la colaboración de
María Teresa Gibert y Viorica Patea constituyen unas aportaciones importantes
para que nosotros elaboremos una lectura crítica y un análisis “comparado” de
este texto que nos sirve para identificar las similitudes y las diferencias con
las creaciones actuales o, en otras palabras, para descubrir la “intertextualidad”,
esa forma antigua y actual de interpretar y de valorar las obras literarias y
las creaciones artísticas.
El hallazgo de la fuente de su “revitalización
en la tradición de otra época y de otra lengua, como, por ejemplo, en la prosa
de Flaubert y en la poesía de Baudelaire y de los simbolistas franceses del
siglo XIX, la importancia decisiva de su lectura del crítico y poeta simbolista
Laforgue, la relectura de Dante y de las especulaciones de Bergson sobre el
tiempo, la memoria, la conciencia y la intuición constituyen el eje central de
la obra de Eliot.
En mi opinión, es especialmente
acertada la referencia a las clases sobre filosofía y filología indias a las
que el escritor asistió durante su estancia en Harvard y que, en cierta medida,
moldearía su pensamiento. Y, por supuesto, me ha resultado luminosa la alusión
a la concepción de Eliot sobre la tradición: “no como una colección de obras
escritas por distintos individuos, sino como totalidades orgánicas” porque,
efectivamente, en este orden “unificado”, cada elemento individual obtiene su
significado de un sistema de interrelaciones y de posicionamientos ante otras
obras de arte. Me permito expresar mi convicción de que la publicación de esta
obra –densa, detallada y oportuna- es valiosa por las pautas que ofrece para el
ejercicio de los análisis comparativos y, de manera especial, para los
escritores que pretendan seguir continuando las líneas trazadas por sus
antecesores.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
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