¿Es razonable engañar al pueblo?
El hecho de engañar (o intentar
engañar) a los demás se ha generalizado de tal manera y hasta tales extremos
que, sin temor a exagerar, podemos afirmar que la mentira es ya un componente normal
de esta cultura política que, entre todos, estamos construyendo. Algunos de
nuestros políticos olvidan que la credibilidad es el fundamento de su
autoridad, y, como consecuencia, nos ofrecen la esperpéntica y grandiosa ceremonia
de la confusión, una solemne liturgia de los embusteros. Fíjense la facilidad
con la que estamos aceptando que el embuste es una forma natural de hacer
propaganda, y ya no nos sorprende que, mediante exageraciones y omisiones, nos
engañen con el fin de extraer provechos electorales. Tengo la impresión de que los
líderes y los ciudadanos estamos convencidos de que “Es conveniente engañar al
pueblo por su propio bien”. Aplican el mismo criterio que, quizás con excesiva
frecuencia, empleamos con los niños: piensan que los ciudadanos no poseemos
capacidad para comprender la complejidad de los asuntos políticos, económicos y
sociales.
Aceptamos con excesiva facilidad que
una de las tareas que cumplen los gabinetes de asesores es elaborar “falsedades
saludables”. Tengamos en cuenta, además, que en la actualidad la gravedad de
las mentiras es mucho mayor debido a las dimensiones globales y a la rapidez
instantánea de su propagación mediante internet.
En mi opinión éste es un asunto grave
que no podemos tratar con frívola ironía ni con pasiva resignación, sino que
deberíamos denunciarlo con fuerza y con rigor. Los ciudadanos estamos obligados
a exigir transparencia y a censurar la persistencia de la mentira en los usos
políticos. No estoy de acuerdo con Maquiavelo cuando aceptaba que en la
política se permiten unos comportamientos diferentes a los que prescribe la ética.
Pienso que deberíamos concebir y practicar la política con una referencia
explícita a los comportamientos morales. Estoy de acuerdo con la profesora
Adela Cortina cuando afirma que “realmente resulta descorazonador que gran
parte de la ciudadanía, de unos colores o de otros, continúe votando a
políticos mendaces, incompetentes, agresivos y violentos”. En mi opinión, la
difusión de bulos lo único que merece es el castigo en las urnas. Por favor, no
sigamos votando a los embusteros, sean del color que sean.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
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