Domingo 21. Ciclo A
Pedro, entre Dios y Satanás
El evangelio de este domingo y el del siguiente forman un díptico indisoluble. En el de hoy, Pedro recibe una revelación de Dios y una misión. En el siguiente, se convierte en portavoz de Satanás. De este modo, Mateo deja claro que lo importante es la misión recibida, no la santidad del receptor. El pasaje de este domingo se divide en tres partes: 1) lo que piensa la gente a propósito de Jesús; 2) lo que afirma Pedro; 3) las promesas de Jesús a Pedro.
- Lo que piensa la gente a propósito de Jesús
Al
llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
―
¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos
contestaron:
― Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
¿Cómo es posible que la gente ofrezca
respuestas tan extrañas? La culpa es en gran parte de Jesús por usar una
expresión que se presta a equívoco: bar enosh puede entenderse de formas
muy distintas, y podríamos traducirlo con minúscula o con mayúscula.
Con minúscula, «hijo del
hombre», significa «este hombre», «yo»,
y es frecuente en boca de Jesús para referirse a sí mismo. Por ejemplo: «Las
zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre
[este hombre] no tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8,20); «El hijo del hombre
[este hombre, yo] tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados» (Mt
9,6), etc.
Con mayúscula,
«Hijo del Hombre», hace pensar en un salvador futuro, extraordinario.
«Os aseguro que no habréis recorrido todas las ciudades de Israel antes de
que venga el Hijo del Hombre» (Mt 10,23); «El Hijo del Hombre enviará a
sus ángeles para que recojan de su reino todos los escándalos y los
malhechores» (Mt 13,41); «El Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su
Padre y acompañado de sus ángeles» (Mt 16,27).
La gente que escuchaba a Jesús podía sentirse desconcertada. Cuando usaba la expresión «el Hijo del Hombre», ¿hablaba de sí mismo, de un salvador futuro o de un gran personaje religioso? Por eso no extrañan las respuestas que recogen los discípulos. Para unos, el Hijo del Hombre es Juan Bautista; para otros, de mayor formación teológica, Elías, porque está profetizado que volverá al final de los tiempos; para otros, no sabemos por qué motivo, Jeremías o alguno de los grandes profetas. Lo común a todas las respuestas es que ninguna identifica al Hijo del Hombre con Jesús, y todas lo identifican con un profeta, pero un profeta muerto, bien hace nueve siglos (Elías) o recientemente (Juan Bautista). Es obvio que Jesús no se explicaba en este caso con suficiente claridad o era intencionadamente ambiguo.
- Lo que afirma Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Él
les preguntó:
―
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón
Pedro tomó la palabra y dijo:
― Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Estamos tan acostumbrados a escuchar la respuesta de Pedro que nos parece normal. Sin embargo, de normal no tiene nada. Los grupos que esperaban al Mesías lo concebían como un personaje extraordinario, que traería una situación maravillosa desde el punto de vista político (liberación de los romanos), económico (prosperidad), social (justicia) y religioso (plena entrega del pueblo a Dios). Jesús es un galileo mal vestido, sin residencia fija, que vive de limosna, acompañado de un grupo de pescadores, campesinos, un recaudador de impuestos y diversas mujeres. Para confesarlo como Mesías hace falta estar loco o tener una inspiración divina.
- Las promesas de Jesús a Pedro
Jesús
le respondió:
― ¡Dichoso tú, Simón hijo de Jonás!, porque eso no te
lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el
poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos;
lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la
tierra, quedará desatado en el cielo.
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Esta tercera parte, exclusiva de Mateo (falta en los evangelios de Marcos y
Lucas), comienza con una bendición, que subraya la importancia del título de
Mesías que Pedro acaba de conceder a Jesús. El discípulo no es un hereje ni un
loco, sus palabras son fruto de una revelación del Padre. Viene a la memoria lo
dicho en 11,25-30: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el
Padre se lo quiere revelar».
Basándose en esta revelación, no en los méritos de Pedro, Jesús le comunica
tres promesas: 1) sobre él, esta roca, edificará su Iglesia; 2) le dará las
llaves del Reino de Dios; 3) como consecuencia de lo anterior, lo que él decida
en la tierra será refrendado en el cielo.
Las afirmaciones más sorprendentes son la primera y la tercera. En el AT,
la “roca” es Dios. En el NT, la imagen se aplica a Jesús. Que el mismo Jesús
diga que la roca es Pedro supone algo inimaginable, que difícilmente podrían
haber inventado los cristianos posteriores. (La escapatoria de quienes afirman
que Jesús, al pronunciar las palabras «y sobre esta piedra edificaré mi iglesia»
se refiere a él mismo, no a Pedro, es poco seria).
La segunda afirmación («te daré las llaves del Reino de Dios») se entiende
recordando la promesa de Is 22,22 al mayordomo de palacio Eliaquín, tema de la
primera lectura de hoy: «Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo
que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá». Se concede al
personaje una autoridad absoluta en su campo de actividad. Curiosamente, el texto
de Mateo cambia de imagen, y no habla luego de abrir y cerrar, sino de atar y
desatar. Pero la idea de fondo es la misma.
El texto contiene otra afirmación importantísima: la intención de Jesús de
formar una nueva comunidad, que se mantendrá eternamente. Todo lo que se dice a
Pedro está en función de esta idea.
¿Por qué pone de relieve Mateo este papel de Pedro? ¿Desea indicar cómo
concibe Jesús a su comunidad? ¿O tiene una finalidad más práctica? Ambas ideas
no se excluyen, y la teología católica ha insistido básicamente en la primera:
Jesús, consciente de que su comunidad necesita un responsable último,
encomienda esta misión a Pedro y a sus sucesores.
Es posible que haya también de fondo una idea más práctica, relacionada con el papel de Pedro en la iglesia primitiva. Uno de los mayores conflictos que se plantearon desde el primer momento fue el de la aceptación o rechazo de los paganos en la comunidad, y las condiciones requeridas para ello. Los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de estos problemas. En su solución desempeñó un papel capital Pedro, enfrentándose a la postura de otros grupos cristianos conservadores (Hechos 10-11; 15). En aquella época, en la que Pedro no era «el Papa», ni gozaba de la «infalibilidad pontificia», las palabras de Mateo suponen un espaldarazo a su postura en favor de los paganos. «Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo». Es Pedro el que ha recibido la máxima autoridad y el que tiene la decisión última.
Apéndice 1. El papel de Pedro en la iglesia primitiva
Un detalle común a las más
diversas tradiciones del Nuevo Testamento es la importancia que se concede a
Pedro. El dato más antiguo y valioso, desde el punto de vista histórico, lo
ofrece Pablo en su carta a los Gálatas, donde escribe que tres años después de
su conversión subió a Jerusalén «a conocer a Cefas [Pedro] y me quedé quince
días con él» (Gálatas 1,18). Este simple detalle demuestra la importancia
excepcional de Pedro. Y catorce años más tarde, cuando se plantea el problema
de la predicación del evangelio a los paganos, escribe Pablo: «reconocieron que
me habían confiado anunciar la buena noticia a los paganos, igual que Pedro a
los judíos; pues el que asistía a Pedro en su apostolado con los judíos, me
asistía a mí en el mío con los paganos» (Gálatas 2,7).
Esta primacía de Pedro queda
reflejada en diversos episodios de los distintos evangelios. Por no alargarme,
basta recordar el triple encargo («apacienta mis corderos», «apacientas mis
ovejas», «apacientas mis ovejas») en el evangelio de Juan (21,15-17),
equivalente a lo que acabamos de leer en Mateo.
Lo mismo ocurre en los Hechos de los Apóstoles. Después de la ascensión, es Pedro quien toma la palabra y propone elegir un sustituto de Judas. El día de Pentecostés, es Pedro quien se dirige a todos los presentes. Su autoridad será decisiva para la aceptación de los paganos en la iglesia (Hechos 10-11). Este episodio capital es el mejor ejemplo práctico de la promesa: «lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo».
Apéndice 2. Mateo: ¿falsario o teólogo?
Lo anterior ayuda a responder
una pregunta elemental desde el punto de vista histórico: si las promesas de
Jesús a Pedro sólo se encuentran en el evangelio de Mateo, ¿no serán un invento
del evangelista? Así piensan muchos autores.
Pero el término «invento» se
presta a confusión, como si todo lo que se cuenta fuera mentira. Los escritores
antiguos tenían un concepto de verdad histórica muy distinto del nuestro, como
he intentado demostrar en mi libro Satán
contra los evangelistas. Para nosotros, la verdad debe ir envuelta en la
verdad. Todo, lo que se cuenta y la forma de contarlo, debe ser cierto (esto en
teoría, porque infinitos libros de historia se presentan como verdaderos, aunque
mienten en lo que cuentan y en la forma de contarlo). Para los antiguos, la
verdad se podía envolver en un ropaje de ficción.
La verdad, testimoniada por autores tan distintos como Pablo, Juan, Lucas,
Marcos, es que Pedro ocupaba un puesto de especial responsabilidad en la
iglesia primitiva, y que ese encargo se lo había hecho el mismo Dios, como
reconocen Pablo y Juan. Lo único que hace Mateo es envolver esa verdad en unas
palabras distintas, quizá inventadas por él, para dejar claro que la primacía
de Pedro no es cuestión de inteligencia, ni de osadía, se debe a una decisión
de Jesús.
Y para corroborar que no son los méritos de Pedro, añade el episodio que
leeremos el próximo domingo.
Padre José Luis Sicre Díaz, S.J.
Doctor en Sagrada Escritura por el
Pontificio Instituto Bíblico de Roma
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