Los que lean
la afirmación que tantas veces he repetido que María Luisa es una excelente
lectora, juzgarán con razón que me he limitado a proclamar una solemne obviedad
ya que sus familiares, sus vecinos, sus colegas, sus alumnos y sus amigos
conocen su afición -su obsesión dicen algunos- por leer y por releer los textos
de los diferentes géneros literarios. Abrigo, sin embargo, la íntima confianza
de que serán muchos los que hayan advertido que, con esta descripción tan
simplificadora, me estoy refiriendo a un conjunto amplio de cualidades que
definen su perfil intelectual y a una serie de actitudes que dibujan su imagen
humana.
Tengo la
impresión de que esa devoción por descifrar los mensajes de los textos escritos
sobre el papel, sobre el paisaje y, en especial, sobre los rostros de todas las
personas a las que ella trata, es su forma peculiar de añadirles profundidad y
misterio, es su manera de interpretar los acontecimientos y de sacar un mayor
partido a la vida: es su medio de ensanchar y de multiplicar la existencia.
Ahí reside
la clave de su habilidad para comprender y para explicar los episodios
cotidianos, y su destreza para estimularnos a experimentar otras cosas, a
animarnos para que mejoremos como seres humanos ampliando nuestros espacios de
libertad y explorando todos los recovecos de la vida: del amor, del miedo, de
la infancia, de la amistad, de la enfermedad, de la muerte o del placer. No es
extraño, por lo tanto, que en ocasiones le hayamos escuchado afirmar que la
lectura constituye para ella una práctica terapéutica que le ayuda a
reconciliarse consigo misma: por eso –afirma- nos empuja, amigablemente, a que
luchemos para no ser presas prematuras de una muerte inevitable.
A los
compañeros que, admirados, me han preguntado por los resortes que esta mujer
sensible, fuerte, discreta y sobria, utiliza para conservar su contenida
lucidez en los momentos de dolor o de alegría, me he atrevido a aventurar que,
posiblemente, su hábito de lectura le ayuda a sentir la realidad actual y a
desentrañar su misterio interno.
Este hábito
-además, por supuesto, del fervor que profesa por sus hijos Ana e Isidro, y por
todos sus alumnas y alumnos- es, a mi juicio, uno de los soportes en los que
ella se apoya para, en vez de limitarse simplemente a transitar por la vida,
examinarla, saborearla, digerirla y vivirla.
La lectura constituye para Luisa una ventana privilegiada para descubrir nuevos mundos, para relacionarse con personas insólitas con las que, unas veces se identifica o con las que otras veces, por el contrario, discrepa.
Agustín Fernández Reyes
Con su
amabilidad, delicadeza y, sobre todo, con su generosidad, Agustín nos invita a
que, tras contemplarlos, nos sorprendamos, admiremos y disfrutemos con los
misterios y con la belleza de la naturaleza. Sus escritos nos muestran que el
asombro ante su la grandeza nos impulsa para que salgamos de nosotros mismos y
para que nos dejemos cautivar por los misterios de las realidades naturales.
Nos explica cómo, para "admirar" no es suficiente con que "miremos",
sino que necesitamos “aprender a mirar", a prestar atención a nuestros
latidos y a los ecos que, en nuestras entrañas, producen los espectáculos de la
naturaleza.
Aristóteles
decía que la filosofía nació de la admiración tras advertir que los comportamientos
de los seres naturales tienen sentidos, que la naturaleza es admirable porque
no es un caos, sino un cosmos, es decir, un conjunto ordenado de seres que
siguen unas leyes racionales.
Agustín, con
su mirada aguda y amable, nos desvela los enigmas de la vida natural y el fondo
del misterio que encierran los comportamientos de los seres naturales, sobre
todo, de los animales. Tengamos en cuenta que él es veterinario, un profesional
ocupado de las vidas, de la salud y del bienestar de los animales, y, por lo
tanto, de sus relaciones con el resto de la naturaleza y especialmente con los
seres humanos.
En mi
opinión, el éxito de sus textos narrativos radica en la fuerza con la que
despierta nuestro interés y mantiene nuestra atención estimulando, nuestra la
curiosidad y dándonos a entender que los animales reflejan nuestros
comportamientos. Él sabe muy bien que ahí reside el interés que nos avivan los
relatos de las fábulas y de las leyendas inspiradas en textos bíblicos,
mitológicos y literarios de las diferentes épocas.
La
experiencia nos dice que la narración del comportamiento de los animales nos
descubre el alma de los hombres y de las mujeres e, incluso, el espíritu de las
cosas porque ejerce un intenso poder para transformarnos, porque nos conmueve y
porque, además, nos hace reflexionar y actuar.
La historia de la literatura nos confirma que los relatos sobre animales están presentes en todas las corrientes como, por ejemplo, el caballo que acompañó a Don Quijote, “aquel rocín que ni el Bucéfalo de Alejandro ni el Babieca del Cid lo igualaban”. Y por supuesto, no tenemos más remedio que acordarnos del burro más popular de la literatura española, Platero, el protagonista del libro de Juan Ramón Jiménez. Agustín nos explica cómo la literatura cumple la función de humanizar la naturaleza haciendo que todos sus seres nos hablen a nosotros y sobre nosotros.
Juan Manuel Díaz González
Uno de los
rasgos caracterizadores del perfil intelectual de Juan Manuel es su permanente
interés por relacionar valores estéticos, éticos y sociales. Sus aportaciones
ponderadas sobre cuestiones de actualidad están apoyadas en su profunda
convicción de que los procedimientos estéticos y los recursos literarios de las
diferentes culturas creadas por los hombres son plenamente válidos cuando están
apoyados en unos principios éticos adecuados a su dignidad humana.
Es
ahí donde nace su interés por las Ciencias Humanas y su permanente y explícito
afán por conocer, jerarquizar y de difundir los valores que dignifican a los
seres humanos que, guiados por unos deseos de autorrealización y de
perfeccionamiento, aspiran noblemente a las metas de la armonía, de la
justicia, de la paz y de la fraternidad.
Su preocupación por colaborar en la supervivencia de un
humanismo actual nos orienta y nos estimula para que nos decidamos a abordar
los temas que relacionan la literatura con las cuestiones palpitantes de las
ciencias humanas. Sus análisis de textos señalan caminos por los que, además de
transitar para seguir mejorando nuestros ejercicios de lectura y de escritura
sobre obras literarias y sobre comportamientos humanos individuales y
colectivos nos pueden servir para trazar puentes entre visiones plurales de la
vida actual.
En mi opinión, estos rasgos nos resultan más valiosos
precisamente por la sobriedad con las que los traza, por la discreción con la
que nos muestra esas propuestas, con el tacto y el gusto -el tacto cordial y el
gusto estético- con los que nos muestra sus opiniones. Y es que Juan Manuel
cultiva las palabras y los silencios sabe bien que la palabra germina en el
silencio, que éste no es un desierto árido, sino una tierra fecunda de donde él
extrae la savia que hace florecer las sensaciones, los sentimientos y las
ideas.
Por eso busca principios sólidos y, por eso, es flexible en la aplicación de criterios, por eso él lee y relee los libros y la vida con la intención de interpretar las claves de los episodios que nos inquietan, nos interpelan y nos estimulan. Estas son las claves que, a mi juicio, Juan Manuel aplica para respirar el aire libre del pensamiento y para sumergirse en el mar abierto de la fantasía: para lograr que las palabras sean fecundas simientes que, iluminando las cuestiones de actualidad, penetren en nuestras entrañas, germinen y, allí, produzcan frutos sabrosos, gratos y provechosos.
Alfonso Pavón Benítez
Como con su sencillez él
mismo me confiesa, Alfonso escribe –nos escribe- para invitarnos amablemente a
convivir con personajes que, alejados en el tiempo, descubren unas actitudes y
unas conductas cuyas raíces están presentes también en nuestros comportamientos
de aquí y de ahora. Su manera interesante de contarnos nuestras formas humanas
e inhumanas de ser nos revela lo que, quizás, esté oculto en nuestro interior:
en nuestras entrañas y en nuestros espíritus.
En mi opinión, su
calidad literaria reside en que explica con claridad nuestra naturaleza
híbrida, en la habilidad con la que narra lo que sentimos en nuestros cuerpos y
lo que experimentamos en nuestros espíritus, y en el tino con el que apunta a
esa realidad que nos rodea alcanzando el nivel mágico de la alegoría y de la
metáfora.
La manera tan “realista”
y, en ocasiones, tan “naturalista” de la que Alfonso relata esos episodios dolorosos
nos muestra cómo la literatura no es el reino de los espíritus puros sino que,
por el contrario, se sitúa en ese espacio intermedio, en ese universo confuso,
en el que se mezclan las luces y las sombras, en esa región indefinida en la
que pugnan el amor y el odio, la realidad y la fantasía, el recuerdo y el
sueño, donde se combinan, a veces de manera turbulenta, las ideas y la sangre,
la voluntad consciente y los ciegos impulsos.
Sus relatos, que se
extienden durante todo el siglo veinte y lo que llevamos del veintiuno, nos
cuentan unos hechos que ponen de manifiesto unos comportamientos dolorosos que,
como la pobreza, la emigración, el machismo, aún siguen sin resolverse de
manera satisfactoria, y, también, la fuerza irresistible del amor y la
insondable profundidad de las raíces familiares.
Como sabemos, la
Literatura es ese cauce anchuroso y zigzagueante por el que discurren unas
historias que, a pesar de que son ficticias, ajenas y lejanas, despiertan
nuestro interés y mantienen nuestra atención porque plantean problemas y
ofrecen soluciones a las cuestiones cotidianas que nos preocupan a los
lectores: porque descubren y describen los impulsos y los frenos que explican
nuestras trayectorias vitales.
Los asuntos de sus novelas identifican nuestras maneras ocultas o patentes de desear o de temer, de amar o de odiar, de disfrutar o de sufrir y nos muestran cómo una palabra, un gesto o una actitud poseen capacidad para alimentar toda una vida y, también, para destrozarla.
Adelaida Bordes Benítez
La
proyección espacial y temporal de sus mensajes, la originalidad de sus
propuestas literarias y la permanente vigencia de los asuntos que aborda en sus
textos literarios y en sus comentarios críticos me inclinan a pensar que
Adelaida es escritora precisamente por la sencillez –clásica y actual- de sus
diferentes lenguajes. En ellos nos
proporciona una personal concepción de la vida humana, una filosofía apoyada en
principios, en valores y en pautas de comportamientos individuales, familiares
y sociales.
Sus dibujos
de los tiempos, de los espacios y de los amores, del trabajo, el ocio y de la
fiesta nos proporcionan unas razones sólidas para evaluar sus obras como
originales y, al mismo tiempo, como de ayer, de hoy y de mañana. La elegancia
de los trazos, la profundidad humana y originalidad del estilo reflejan, a mi
juicio, una concepción de la literatura y, por lo tanto, de la vida humana
clásica y actual.
Sus
historias, situadas en cualquier rincón de nuestras ciudades y pueblos, poseen
una validez universal por sus contenidos vivenciales y humanos, porque explican
cómo se nutren nuestras raíces y cómo se cultivan, florecen y dan frutos
nuestras experiencias humanas. Sus propuestas son creativas a partir de los
rasgos de nuestra cultura.
Fíjense, por
ejemplo, cómo la casa, el patinillo, la cocina, la tienda de planchado, el despacho
del zapatero, son lugares en los que los personajes y los lectores –usted y yo-
respiramos una atmósfera que ensancha nuestros pulmones corporales y
espirituales. A mi juicio este es un de los criterios que definen la calidad
“humana” de la literatura.
No se trata
de hacer fotografías con una buena cámara polaroid sino unos dibujos que, con
dos o tres trazos, describan y sugieran los diferentes perfiles humanos de los
seres con los que convivimos porque, a mi juicio, esos son los rasgos que nos definen
nuestra humanidad y nuestra creatividad.
En esta
ocasión he decidido referirme a la escritura de Adelaida porque, desde mi
perspectiva es la actividad que mejor retrata su perfil humano, su manera de
vivir y de convivir, de hablar y de comunicarse, de trabajar, de colaborar, de
celebrar y de concelebrar.
Tras los análisis de sus textos he llegado la conclusión de que su perfil biográfico es una historia fantástica cargada de razones, de imaginaciones y de emociones. Su penetración psicológica en el interior de los personajes pone de manifiesto sus vivencias personales y, en cierta medida, se refieren también a cada uno de nosotros, sus lectores
Antonio Díaz González
Uno de los
principios que orientan las actividades del Club de Letras es que el alimento
de la escritura es la lectura: la lectura crítica de la vida y la lectura
crítica de los textos. Por eso empleamos el nombre de “lectura vampiresa”, una
noción que los teóricos denominan “intertextualidad”, un procedimiento antiguo
en la literatura y en los demás artes.
En todas las
creaciones humanas encontramos huellas de obras anteriores, y por eso los
críticos artísticos se refieren a los rasgos de estilo, de época, de escuela o
de generación. De la misma manera que los autores clásicos se saben inmersos en
el fluir de la Historia, Antonio Díaz González se siente continuador de la obra
literaria de Fernando Quiñones, un autor que pretendió librarse él y librar a
los lectores de las angustias generadas por la vida real o por la vida soñada,
y que se alzó contra los tópicos, de la mediocridad y de las corrientes
literarias que empobrecían la lírica española.
Las obras de
Antonio son expresiones directas de su voluntad irrenunciable de vivir de una
manera libre, consciente e intensa, y, en resumen, de una forma humana. Su
vitalidad nace del fondo de sus entrañas y se clava en la intimidad de nuestras
conciencias. Su voz alumbra los recovecos de los objetos y de los episodios que
él nos cuenta.
Antonio vive
la poesía como una senda directa para penetrar en el fondo de sus emociones,
como una sonda para captar las resonancias sentimentales y para sintonizar con
los ecos íntimos de las “entrañas humanas” de todos los seres creados.
Fíjense cómo
sus textos poseen intensidad sensorial, sensual y corporal, y cómo, además de
leerlos, tenemos que escucharlos y sentirlos porque poseen cuerpo dotados de
colores y de una consistente densidad material que podemos palpar.
Pero es que,
además, son amables llamadas a la amistad, a la conversación, a la comunicación
de experiencias vitales. Y, todos ellos son invitaciones a la celebración, a la
diversión y, a veces, a la juerga. En mi opinión, la razón de la intensa
atracción que ejercen sus pinturas de los espacios, sus dibujos de los perfiles
humanos de los personajes, y sus relatos de las peripecias de los episodios en
ellos narrados radica en la feliz convergencia de la variedad de recursos
expresivos. En su manera amable de obligarnos a hacernos preguntas, a dudar
entre las diferentes respuestas y, sobre todo, a buscar, en nuestros recuerdos,
unas experiencias análogas a las que viven los diferentes personajes.
En el fondo de las obras de Antoñín identificamos los rasgos que dibujan su concepción de la existencia humana: del tiempo, de los espacios, de los trabajos, del ocio, de la familia, del amor y de la amistad.
Josefina Núñez Montoya
Si prestamos
atención a la convergencia de sus trayectorias personales, familiares y
profesionales, llegamos a la conclusión de que siguen unas líneas que definen
un perfil humano y literario asentado en la solidez de su pensamiento, en la
profundidad de sus convicciones y en la coherencia de sus actitudes y de sus
conductas.
La
explicación clara de la coincidencia de las sendas que esta escritora recorre
hacia el equilibrio, la armonía y la unidad personal la encontramos cuando
consideramos sus opciones vitales y sus tareas docentes y literarias todas
ellas impulsadas por una voluntad decidida de fundamentar sus pensamientos, sus
convicciones, sus palabras y sus textos en unos valores éticos contrastados y
en unos compromisos familiares, profesionales y sociales libremente asumidos.
Frente a
quienes oponen la literatura y la vida como esferas diferentes, Josefina nos
demuestra que constituyen dos ámbitos interconectadas que se refieren a
aspectos reales de su existencia humana cotidiana. Y es que, aunque la
literatura -fruto de su imaginación libre- brota de un impulso creador y no
persigue, en principio, unas finalidades prácticas, también constituye un reflejo
directo o una imagen estilizada del vivir cotidiano.
Si atendemos
a sus actitudes y a sus comportamientos, llegamos a la conclusión de que su
vida está penetrada, mediatizada y, también, configurada por la literatura. Y
es que existe un camino de ida y de vuelta, un circuito cerrado entre la
realidad básica que ella vive en su hogar y en su trabajo, y los contenidos de
sus obras literarias que, como he indicado en diferentes ocasiones, nos
producen unas impresiones duraderas en nuestra imaginación, en nuestras ideas
y, por lo tanto, en nuestras conductas.
No perdamos
de vista que la literatura –la buena literatura- nos ofrece la oportunidad de
conocer mejor el mundo actual y una ocasión para entendernos a nosotros mismos.
Las narraciones de episodios, si son verosímiles y amenos, facilitan nuestra
identificación imaginaria y emocional, y estimulan la imitación o el rechazo de
las conductas.
Sus relatos, tan bien contados, además de entretenernos, nos inspiran, nos motivan y nos emocionan porque despiertan nuestra fantasía y nuestros deseos de actuar o de jugar. Sus historias nos vinculan con mundos lejanos o cercanos, nos descubren las claves secretas de nuestras propias vidas y nos estimulan para mejorar el mundo. Ésta es una de las conclusiones que extraigo de la lectura detenida de las obras de Josefina.
Ramón Luque Sánchez
Desde mi
perspectiva, el rasgo distintivo de Ramón es su condición de poeta. La poesía
es su tarea vital y constituye la definición globalizadora de su existencia. Es
poeta porque hace versos, pero, sobre todo, porque contempla, siente, vive y
cuenta la vida como un poeta.
Con su
palabra precisa, clara y estimulante nos muestra una senda para que aprendamos
a vivir, o sea, a soportar con paciencia y con sabiduría el calor y el frío, la
lluvia y el viento; para que nos decidamos a construir con sabiduría el difícil
y esquivo bienestar, a luchar sin tregua y a esperar, siempre y confiadamente,
mejores tiempos.
Sus poemas
nos orientan y nos alientan para que leamos los episodios de la vida cotidiana
y para que extraigamos sus sustanciosos jugos, para que disfrutemos de esos
momentos de la vida diaria que nos proporcionan la felicidad efímera y
necesaria: “para que vivamos y revivamos a través de la palabra”.
Sus textos
nos animan para que nos prohibamos el desaliento y peleemos para seguir vivos.
Ramón ejerce la escritura para aproximarse y salvar el instante, conocer el
mundo, “bucear”, penetrar en su interior, expresar sus vivencias y, sobre todo,
comunicarse con nosotros, sus lectores.
Con su mirada incisiva y con su humor agudo nos provoca una sonrisa cómplice y una reflexión autocrítica. Nos descubre los significados de episodios sólo aparentemente anecdóticos. En su poesía, que alterna las formas cultas con las populares y mezcla el tono irónico y con el gesto desenfadado, pone de manifiesto cómo la melancolía por el paso del tiempo y la nostalgia de su infancia entrañan una constate interrogación sobre las claves del bienestar y del malestar del ser humano.
Por eso
denuncia los impulsos consumistas que -en una conjunción ridícula de vanidad y
de codicia- nos sojuzgan y nos someten y nos convierten en esclavos. Por eso se
lamenta de la escasez de tiempo y del alarmante síntoma de un consumo excesivo
que reduce la calidad de nuestras vidas y amenaza con ahogarnos en el vacío.
¿Cuál es su
receta? Cultivar el espíritu, ampliamos el capital de nuestro tiempo “libre”
para invertirlo en cultura, en el enriquecimiento de nuestra vida interior. Sus
versos iluminan las sombras de nuestros días invernales y caldean las
atmósferas nuestros fríos hogares.
Sus poemas,
transparentes, auténticos e ingenuos, nos hacen vibrar despertando las
vivencias infantiles que han configurado nuestra manera de disfrutar de la
vida. Otras veces nos descubren que somos seres especialmente sociales y, al
mismo tiempo, singularmente solitarios.
Sus
palabras, pronunciadas sotto voce,
nos invitan para que penetremos en las fibras íntimas de nuestras entrañas y
para que, allí, alejados de los ruidos, consintamos con los ecos polivalentes
de sus hondas meditaciones.
José
Antonio Hernández Guerrero
Catedrático
de Teoría de la Literatura
0 comentarios:
Publicar un comentario