domingo, 13 de agosto de 2023

MARÍA LUISA NIEBLA

 

Los que lean la afirmación que tantas veces he repetido que María Luisa es una excelente lectora, juzgarán con razón que me he limitado a proclamar una solemne obviedad ya que sus familiares, sus vecinos, sus colegas, sus alumnos y sus amigos conocen su afición -su obsesión dicen algunos- por leer y por releer los textos de los diferentes géneros literarios. Abrigo, sin embargo, la íntima confianza de que serán muchos los que hayan advertido que, con esta descripción tan simplificadora, me estoy refiriendo a un conjunto amplio de cualidades que definen su perfil intelectual y a una serie de actitudes que dibujan su imagen humana.

Tengo la impresión de que esa devoción por descifrar los mensajes de los textos escritos sobre el papel, sobre el paisaje y, en especial, sobre los rostros de todas las personas a las que ella trata, es su forma peculiar de añadirles profundidad y misterio, es su manera de interpretar los acontecimientos y de sacar un mayor partido a la vida: es su medio de ensanchar y de multiplicar la existencia.

Ahí reside la clave de su habilidad para comprender y para explicar los episodios cotidianos, y su destreza para estimularnos a experimentar otras cosas, a animarnos para que mejoremos como seres humanos ampliando nuestros espacios de libertad y explorando todos los recovecos de la vida: del amor, del miedo, de la infancia, de la amistad, de la enfermedad, de la muerte o del placer. No es extraño, por lo tanto, que en ocasiones le hayamos escuchado afirmar que la lectura constituye para ella una práctica terapéutica que le ayuda a reconciliarse consigo misma: por eso –afirma- nos empuja, amigablemente, a que luchemos para no ser presas prematuras de una muerte inevitable.

A los compañeros que, admirados, me han preguntado por los resortes que esta mujer sensible, fuerte, discreta y sobria, utiliza para conservar su contenida lucidez en los momentos de dolor o de alegría, me he atrevido a aventurar que, posiblemente, su hábito de lectura le ayuda a sentir la realidad actual y a desentrañar su misterio interno.

Este hábito -además, por supuesto, del fervor que profesa por sus hijos Ana e Isidro, y por todos sus alumnas y alumnos- es, a mi juicio, uno de los soportes en los que ella se apoya para, en vez de limitarse simplemente a transitar por la vida, examinarla, saborearla, digerirla y vivirla.

La lectura constituye para Luisa una ventana privilegiada para descubrir nuevos mundos, para relacionarse con personas insólitas con las que, unas veces se identifica o con las que otras veces, por el contrario, discrepa.

Agustín Fernández Reyes  

Con su amabilidad, delicadeza y, sobre todo, con su generosidad, Agustín nos invita a que, tras contemplarlos, nos sorprendamos, admiremos y disfrutemos con los misterios y con la belleza de la naturaleza. Sus escritos nos muestran que el asombro ante su la grandeza nos impulsa para que salgamos de nosotros mismos y para que nos dejemos cautivar por los misterios de las realidades naturales. Nos explica cómo, para "admirar" no es suficiente con que "miremos", sino que necesitamos “aprender a mirar", a prestar atención a nuestros latidos y a los ecos que, en nuestras entrañas, producen los espectáculos de la naturaleza.

Aristóteles decía que la filosofía nació de la admiración tras advertir que los comportamientos de los seres naturales tienen sentidos, que la naturaleza es admirable porque no es un caos, sino un cosmos, es decir, un conjunto ordenado de seres que siguen unas leyes racionales.

Agustín, con su mirada aguda y amable, nos desvela los enigmas de la vida natural y el fondo del misterio que encierran los comportamientos de los seres naturales, sobre todo, de los animales. Tengamos en cuenta que él es veterinario, un profesional ocupado de las vidas, de la salud y del bienestar de los animales, y, por lo tanto, de sus relaciones con el resto de la naturaleza y especialmente con los seres humanos.

En mi opinión, el éxito de sus textos narrativos radica en la fuerza con la que despierta nuestro interés y mantiene nuestra atención estimulando, nuestra la curiosidad y dándonos a entender que los animales reflejan nuestros comportamientos. Él sabe muy bien que ahí reside el interés que nos avivan los relatos de las fábulas y de las leyendas inspiradas en textos bíblicos, mitológicos y literarios de las diferentes épocas.

La experiencia nos dice que la narración del comportamiento de los animales nos descubre el alma de los hombres y de las mujeres e, incluso, el espíritu de las cosas porque ejerce un intenso poder para transformarnos, porque nos conmueve y porque, además, nos hace reflexionar y actuar.

La historia de la literatura nos confirma que los relatos sobre animales están presentes en todas las corrientes como, por ejemplo, el caballo que acompañó a Don Quijote, “aquel rocín que ni el Bucéfalo de Alejandro ni el Babieca del Cid lo igualaban”. Y por supuesto, no tenemos más remedio que acordarnos del burro más popular de la literatura española, Platero, el protagonista del libro de Juan Ramón Jiménez. Agustín nos explica cómo la literatura cumple la función de humanizar la naturaleza haciendo que todos sus seres nos hablen a nosotros y sobre nosotros.

Juan Manuel Díaz González

Uno de los rasgos caracterizadores del perfil intelectual de Juan Manuel es su permanente interés por relacionar valores estéticos, éticos y sociales. Sus aportaciones ponderadas sobre cuestiones de actualidad están apoyadas en su profunda convicción de que los procedimientos estéticos y los recursos literarios de las diferentes culturas creadas por los hombres son plenamente válidos cuando están apoyados en unos principios éticos adecuados a su dignidad humana.

         Es ahí donde nace su interés por las Ciencias Humanas y su permanente y explícito afán por conocer, jerarquizar y de difundir los valores que dignifican a los seres humanos que, guiados por unos deseos de autorrealización y de perfeccionamiento, aspiran noblemente a las metas de la armonía, de la justicia, de la paz y de la fraternidad.

         Su preocupación por colaborar en la supervivencia de un humanismo actual nos orienta y nos estimula para que nos decidamos a abordar los temas que relacionan la literatura con las cuestiones palpitantes de las ciencias humanas. Sus análisis de textos señalan caminos por los que, además de transitar para seguir mejorando nuestros ejercicios de lectura y de escritura sobre obras literarias y sobre comportamientos humanos individuales y colectivos nos pueden servir para trazar puentes entre visiones plurales de la vida actual.

         En mi opinión, estos rasgos nos resultan más valiosos precisamente por la sobriedad con las que los traza, por la discreción con la que nos muestra esas propuestas, con el tacto y el gusto -el tacto cordial y el gusto estético- con los que nos muestra sus opiniones. Y es que Juan Manuel cultiva las palabras y los silencios sabe bien que la palabra germina en el silencio, que éste no es un desierto árido, sino una tierra fecunda de donde él extrae la savia que hace florecer las sensaciones, los sentimientos y las ideas.

         Por eso busca principios sólidos y, por eso, es flexible en la aplicación de criterios, por eso él lee y relee los libros y la vida con la intención de interpretar las claves de los episodios que nos inquietan, nos interpelan y nos estimulan. Estas son las claves que, a mi juicio, Juan Manuel aplica para respirar el aire libre del pensamiento y para sumergirse en el mar abierto de la fantasía: para lograr que las palabras sean fecundas simientes que, iluminando las cuestiones de actualidad, penetren en nuestras entrañas, germinen y, allí, produzcan frutos sabrosos, gratos y provechosos.

Alfonso Pavón Benítez

Como con su sencillez él mismo me confiesa, Alfonso escribe –nos escribe- para invitarnos amablemente a convivir con personajes que, alejados en el tiempo, descubren unas actitudes y unas conductas cuyas raíces están presentes también en nuestros comportamientos de aquí y de ahora. Su manera interesante de contarnos nuestras formas humanas e inhumanas de ser nos revela lo que, quizás, esté oculto en nuestro interior: en nuestras entrañas y en nuestros espíritus.

En mi opinión, su calidad literaria reside en que explica con claridad nuestra naturaleza híbrida, en la habilidad con la que narra lo que sentimos en nuestros cuerpos y lo que experimentamos en nuestros espíritus, y en el tino con el que apunta a esa realidad que nos rodea alcanzando el nivel mágico de la alegoría y de la metáfora.

La manera tan “realista” y, en ocasiones, tan “naturalista” de la que Alfonso relata esos episodios dolorosos nos muestra cómo la literatura no es el reino de los espíritus puros sino que, por el contrario, se sitúa en ese espacio intermedio, en ese universo confuso, en el que se mezclan las luces y las sombras, en esa región indefinida en la que pugnan el amor y el odio, la realidad y la fantasía, el recuerdo y el sueño, donde se combinan, a veces de manera turbulenta, las ideas y la sangre, la voluntad consciente y los ciegos impulsos.

Sus relatos, que se extienden durante todo el siglo veinte y lo que llevamos del veintiuno, nos cuentan unos hechos que ponen de manifiesto unos comportamientos dolorosos que, como la pobreza, la emigración, el machismo, aún siguen sin resolverse de manera satisfactoria, y, también, la fuerza irresistible del amor y la insondable profundidad de las raíces familiares.

Como sabemos, la Literatura es ese cauce anchuroso y zigzagueante por el que discurren unas historias que, a pesar de que son ficticias, ajenas y lejanas, despiertan nuestro interés y mantienen nuestra atención porque plantean problemas y ofrecen soluciones a las cuestiones cotidianas que nos preocupan a los lectores: porque descubren y describen los impulsos y los frenos que explican nuestras trayectorias vitales.

Los asuntos de sus novelas identifican nuestras maneras ocultas o patentes de desear o de temer, de amar o de odiar, de disfrutar o de sufrir y nos muestran cómo una palabra, un gesto o una actitud poseen capacidad para alimentar toda una vida y, también, para destrozarla.

Adelaida Bordes Benítez

La proyección espacial y temporal de sus mensajes, la originalidad de sus propuestas literarias y la permanente vigencia de los asuntos que aborda en sus textos literarios y en sus comentarios críticos me inclinan a pensar que Adelaida es escritora precisamente por la sencillez –clásica y actual- de sus diferentes lenguajes.  En ellos nos proporciona una personal concepción de la vida humana, una filosofía apoyada en principios, en valores y en pautas de comportamientos individuales, familiares y sociales.

Sus dibujos de los tiempos, de los espacios y de los amores, del trabajo, el ocio y de la fiesta nos proporcionan unas razones sólidas para evaluar sus obras como originales y, al mismo tiempo, como de ayer, de hoy y de mañana. La elegancia de los trazos, la profundidad humana y originalidad del estilo reflejan, a mi juicio, una concepción de la literatura y, por lo tanto, de la vida humana clásica y actual.

Sus historias, situadas en cualquier rincón de nuestras ciudades y pueblos, poseen una validez universal por sus contenidos vivenciales y humanos, porque explican cómo se nutren nuestras raíces y cómo se cultivan, florecen y dan frutos nuestras experiencias humanas. Sus propuestas son creativas a partir de los rasgos de nuestra cultura.

Fíjense, por ejemplo, cómo la casa, el patinillo, la cocina, la tienda de planchado, el despacho del zapatero, son lugares en los que los personajes y los lectores –usted y yo- respiramos una atmósfera que ensancha nuestros pulmones corporales y espirituales. A mi juicio este es un de los criterios que definen la calidad “humana” de la literatura.

No se trata de hacer fotografías con una buena cámara polaroid sino unos dibujos que, con dos o tres trazos, describan y sugieran los diferentes perfiles humanos de los seres con los que convivimos porque, a mi juicio, esos son los rasgos que nos definen nuestra humanidad y nuestra creatividad.

En esta ocasión he decidido referirme a la escritura de Adelaida porque, desde mi perspectiva es la actividad que mejor retrata su perfil humano, su manera de vivir y de convivir, de hablar y de comunicarse, de trabajar, de colaborar, de celebrar y de concelebrar.  

Tras los análisis de sus textos he llegado la conclusión de que su perfil biográfico es una historia fantástica cargada de razones, de imaginaciones y de emociones.  Su penetración psicológica en el interior de los personajes pone de manifiesto sus vivencias personales y, en cierta medida, se refieren también a cada uno de nosotros, sus lectores

Antonio Díaz González

Uno de los principios que orientan las actividades del Club de Letras es que el alimento de la escritura es la lectura: la lectura crítica de la vida y la lectura crítica de los textos. Por eso empleamos el nombre de “lectura vampiresa”, una noción que los teóricos denominan “intertextualidad”, un procedimiento antiguo en la literatura y en los demás artes.

En todas las creaciones humanas encontramos huellas de obras anteriores, y por eso los críticos artísticos se refieren a los rasgos de estilo, de época, de escuela o de generación. De la misma manera que los autores clásicos se saben inmersos en el fluir de la Historia, Antonio Díaz González se siente continuador de la obra literaria de Fernando Quiñones, un autor que pretendió librarse él y librar a los lectores de las angustias generadas por la vida real o por la vida soñada, y que se alzó contra los tópicos, de la mediocridad y de las corrientes literarias que empobrecían la lírica española.

Las obras de Antonio son expresiones directas de su voluntad irrenunciable de vivir de una manera libre, consciente e intensa, y, en resumen, de una forma humana. Su vitalidad nace del fondo de sus entrañas y se clava en la intimidad de nuestras conciencias. Su voz alumbra los recovecos de los objetos y de los episodios que él nos cuenta.

Antonio vive la poesía como una senda directa para penetrar en el fondo de sus emociones, como una sonda para captar las resonancias sentimentales y para sintonizar con los ecos íntimos de las “entrañas humanas” de todos los seres creados.

Fíjense cómo sus textos poseen intensidad sensorial, sensual y corporal, y cómo, además de leerlos, tenemos que escucharlos y sentirlos porque poseen cuerpo dotados de colores y de una consistente densidad material que podemos palpar.

Pero es que, además, son amables llamadas a la amistad, a la conversación, a la comunicación de experiencias vitales. Y, todos ellos son invitaciones a la celebración, a la diversión y, a veces, a la juerga. En mi opinión, la razón de la intensa atracción que ejercen sus pinturas de los espacios, sus dibujos de los perfiles humanos de los personajes, y sus relatos de las peripecias de los episodios en ellos narrados radica en la feliz convergencia de la variedad de recursos expresivos. En su manera amable de obligarnos a hacernos preguntas, a dudar entre las diferentes respuestas y, sobre todo, a buscar, en nuestros recuerdos, unas experiencias análogas a las que viven los diferentes personajes.

En el fondo de las obras de Antoñín identificamos los rasgos que dibujan su concepción de la existencia humana: del tiempo, de los espacios, de los trabajos, del ocio, de la familia, del amor y de la amistad.

Josefina Núñez Montoya

Si prestamos atención a la convergencia de sus trayectorias personales, familiares y profesionales, llegamos a la conclusión de que siguen unas líneas que definen un perfil humano y literario asentado en la solidez de su pensamiento, en la profundidad de sus convicciones y en la coherencia de sus actitudes y de sus conductas.

La explicación clara de la coincidencia de las sendas que esta escritora recorre hacia el equilibrio, la armonía y la unidad personal la encontramos cuando consideramos sus opciones vitales y sus tareas docentes y literarias todas ellas impulsadas por una voluntad decidida de fundamentar sus pensamientos, sus convicciones, sus palabras y sus textos en unos valores éticos contrastados y en unos compromisos familiares, profesionales y sociales libremente asumidos.

Frente a quienes oponen la literatura y la vida como esferas diferentes, Josefina nos demuestra que constituyen dos ámbitos interconectadas que se refieren a aspectos reales de su existencia humana cotidiana. Y es que, aunque la literatura -fruto de su imaginación libre- brota de un impulso creador y no persigue, en principio, unas finalidades prácticas, también constituye un reflejo directo o una imagen estilizada del vivir cotidiano.

Si atendemos a sus actitudes y a sus comportamientos, llegamos a la conclusión de que su vida está penetrada, mediatizada y, también, configurada por la literatura. Y es que existe un camino de ida y de vuelta, un circuito cerrado entre la realidad básica que ella vive en su hogar y en su trabajo, y los contenidos de sus obras literarias que, como he indicado en diferentes ocasiones, nos producen unas impresiones duraderas en nuestra imaginación, en nuestras ideas y, por lo tanto, en nuestras conductas.

No perdamos de vista que la literatura –la buena literatura- nos ofrece la oportunidad de conocer mejor el mundo actual y una ocasión para entendernos a nosotros mismos. Las narraciones de episodios, si son verosímiles y amenos, facilitan nuestra identificación imaginaria y emocional, y estimulan la imitación o el rechazo de las conductas.

Sus relatos, tan bien contados, además de entretenernos, nos inspiran, nos motivan y nos emocionan porque despiertan nuestra fantasía y nuestros deseos de actuar o de jugar. Sus historias nos vinculan con mundos lejanos o cercanos, nos descubren las claves secretas de nuestras propias vidas y nos estimulan para mejorar el mundo. Ésta es una de las conclusiones que extraigo de la lectura detenida de las obras de Josefina.

Ramón Luque Sánchez

Desde mi perspectiva, el rasgo distintivo de Ramón es su condición de poeta. La poesía es su tarea vital y constituye la definición globalizadora de su existencia. Es poeta porque hace versos, pero, sobre todo, porque contempla, siente, vive y cuenta la vida como un poeta.

Con su palabra precisa, clara y estimulante nos muestra una senda para que aprendamos a vivir, o sea, a soportar con paciencia y con sabiduría el calor y el frío, la lluvia y el viento; para que nos decidamos a construir con sabiduría el difícil y esquivo bienestar, a luchar sin tregua y a esperar, siempre y confiadamente, mejores tiempos.

Sus poemas nos orientan y nos alientan para que leamos los episodios de la vida cotidiana y para que extraigamos sus sustanciosos jugos, para que disfrutemos de esos momentos de la vida diaria que nos proporcionan la felicidad efímera y necesaria: “para que vivamos y revivamos a través de la palabra”.

Sus textos nos animan para que nos prohibamos el desaliento y peleemos para seguir vivos. Ramón ejerce la escritura para aproximarse y salvar el instante, conocer el mundo, “bucear”, penetrar en su interior, expresar sus vivencias y, sobre todo, comunicarse con nosotros, sus lectores.

Con su mirada incisiva y con su humor agudo nos provoca una sonrisa cómplice y una reflexión autocrítica. Nos descubre los significados de episodios sólo aparentemente anecdóticos. En su poesía, que alterna las formas cultas con las populares y mezcla el tono irónico y con el gesto desenfadado, pone de manifiesto cómo la melancolía por el paso del tiempo y la nostalgia de su infancia entrañan una constate interrogación sobre las claves del bienestar y del malestar del ser humano.

Por eso denuncia los impulsos consumistas que -en una conjunción ridícula de vanidad y de codicia- nos sojuzgan y nos someten y nos convierten en esclavos. Por eso se lamenta de la escasez de tiempo y del alarmante síntoma de un consumo excesivo que reduce la calidad de nuestras vidas y amenaza con ahogarnos en el vacío.

¿Cuál es su receta? Cultivar el espíritu, ampliamos el capital de nuestro tiempo “libre” para invertirlo en cultura, en el enriquecimiento de nuestra vida interior. Sus versos iluminan las sombras de nuestros días invernales y caldean las atmósferas nuestros fríos hogares.

Sus poemas, transparentes, auténticos e ingenuos, nos hacen vibrar despertando las vivencias infantiles que han configurado nuestra manera de disfrutar de la vida. Otras veces nos descubren que somos seres especialmente sociales y, al mismo tiempo, singularmente solitarios.

Sus palabras, pronunciadas sotto voce, nos invitan para que penetremos en las fibras íntimas de nuestras entrañas y para que, allí, alejados de los ruidos, consintamos con los ecos polivalentes de sus hondas meditaciones.

 

José Antonio Hernández Guerrero

Catedrático de Teoría de la Literatura

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