Juan
Ramírez Domínguez
Mi hijo del alma
Club
de Letras, UCA
A pesar de valorar muy positivamente la elevada calidad
literaria de este texto, opino que sería una frivolidad no aprovechar estas
breves líneas para destacar las diversas dimensiones humanas –psicológicas,
morales y sociales- de este testimonio de sufrimiento, de este procedimiento
terapéutico para suavizar el impacto mortal de la pérdida de un hijo, de ese
hachazo que supera todas las posibles heridas en el cuerpo y en el espíritu, de
ese hecho dramático que cambia el trayecto de toda la existencia humana.
Es cierto que el fallecimiento de un hijo altera las
dimensiones y los valores de todos los objetos y episodios de la vida, pero
también debemos de reconocer que estas nuevas dimensiones son las más reales,
las más verdaderas y las más lúcidas porque muestran las vibraciones más
íntimas de las entrañas.
Como explica lúcidamente Luisa Niebla en su acertado y
preciso prólogo, Juan Ramírez Domínguez nos descubre su exquisita sensibilidad
haciendo patente el legado de amor absoluto hacia “su hijo del alma”. Estoy de
acuerdo con él en que las heridas del alma nunca llegan a cicatrizar totalmente
porque todas son infinitas y algunas eternas.
Sin embargo, con la ingenuidad de quien desea cándidamente
suavizar este dolor inconsolable, me permito sugerir algunas vías para extraer
fértiles semillas que, cultivadas pacientemente, ayuden a soportar la
agresividad de esa llaga incurable. Ingenuamente se me ocurre invitar a los
lectores para que descubran cómo –desgraciadamente- la siembra de estos
jardines literarios y el cultivo estas reflexiones profundas, además de hacer
presente al ser más querido, proporcionan una ayuda impagable para quienes hayan
sufrido está “irreparable pérdida” o las de otros seres queridos. La
consideración de la importancia absoluta de las vidas de nuestros hijos nos
descubre el escaso valor que, a veces, concedemos a las personas con las que
convivimos y conmorimos.
Por eso –querido amigo Juan- te agradezco tus palabras tan
claras, profundas y bellas. Menos mal que, como tú mismo afirmas “Mientras
alguien te eche de menos no habrás muerto”.
Por eso seguiré tu amable y oportuno consejo para que revivamos una y
otra vez nuestras mejores experiencias con nuestros seres más queridos porque
“Recordar / mueve un torrente / de vida por las venas, / recupera y ata / las
emociones fuertes / y los sentimientos puros / que se quedaron para siempre
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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