Leer
literatura
Estoy de acuerdo en que somos nosotros,
los lectores, quienes hemos mantenido vivas durante siglos las obras de, por
ejemplo, Homero, Virgilio, Plauto, Dante, Rabelais, Shakespeare, Andersen,
Cervantes, Calderón de la Barca o Lope de Vega Arthur Rimbaud. Si nuestros
recuerdos mantienen con vida a nuestros seres queridos, nuestras lecturas de
obras literarias son las que, además de hacernos crecer y disfrutar, convierte
a unos escritores en maestros y en clásicos.
En mi opinión, la calidad de las obras
literarias radica también en su capacidad para descubrirnos un mundo más rico
que el que percibimos por los sentidos y por la inteligencia, en su habilidad
para que conozcamos la vida humana en su complejidad, para que la vivamos en su
intensidad y para que la disfrutemos con fruición. Por eso, queridos amigos, os
animo para que aprovechéis este tiempo tras el verano para leer o para releer
obras literarias impulsados por la ilusión de conocer historias que, aunque, a
primera vista no tengan nada que ver con vuestras vidas, os descubran el fondo
misterioso de los sucesos actuales aparentemente anodinos.
Todos seguimos necesitando ese mundo de
la ficción que nos permita soportar y vivir la realidad cotidiana que suele ser
monótona y anodina. No olvidemos que la imaginación, esa facultad
específicamente humana, tiene mucho que ver con la “sabiduría”, con la facultad
de «saborear» la vida. Sí, “saber” es “saborear” el valor de cada cosa y el
humor, el buen humor, es un procedimiento humano para atenuar los dolores del
cuerpo y los sufrimientos del espíritu.
Acabo de recibir las Poesía
completas de Arthur Rimbaud, aquel enfant
terrible, transgresor y revolucionario de las letras francesas, que sigue
siendo uno de los mitos de la literatura actual. Empiezo a leerlo y, a partir
de la próxima semana, os iré contando mis primeras impresiones. Y es que,
efectivamente, la lectura nos descubre unas verdes avenidas, unos vericuetos que
nos acercan a la libertad verdadera; es un inagotable motor de superación
personal y un mecanismo impulsor de cambios saludables y de ilusiones
nutritivas; es un lazo que liga el pasado con el presente y con el futuro e,
incluso, es una práctica terapéutica que nos ayuda a reconciliarnos con
nosotros mismos y nos empuja, amigablemente, a luchar para no ser presas
prematuras de una muerte inevitable.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
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