Nuestra
profunda ignorancia.
Los conocimientos, todos y siempre, son
parciales e incompletos, y, por lo tanto, nuestras ignorancias, son siempre amplias
y provisionales. Estas afirmaciones tan obvias frecuentemente las olvidamos
sobre todo cuando nos referimos a los que calificamos como sabios, a los que
llamamos especialistas y, también, a los que designamos como ignorantes. La
ignorancia –la ausencia de conocimientos sobre algunas materias- es muy amplia
y siempre parcial, pero también es cierto que todos podemos reducirla
manteniendo el esfuerzo, desarrollando habilidades y, por supuesto, con la
ayuda de los demás.
Incluso cuando los sabios descubren
nuevos conocimientos ponen de manifiesto que, anteriormente, ellos eran unos
ignorantes sobre esos hallazgos. Fíjense, por ejemplo, cómo, cuando estalló la
covid, los epidemiólogos más cualificados reconocieron que ignoraban su origen,
sus ritmos y modos de propagación y las herramientas terapéuticas para luchar y
vencerla.
Hoy se me ocurre llamar la atención
sobre el -a mi juicio- excesivo nivel de ignorancia que muestran algunos o muchos
de los que se sienten impulsados a dirigirnos –a mandarnos- políticamente en
los diferentes ámbitos internacionales, nacionales, comunitarios y locales.
¿Creen ustedes que todos esos gobernantes –tanto democráticos como
autocráticos- poseen suficiente –completa- formación para resolver los graves
problemas que sufrimos en nuestro mundo actual?
A mi juicio, una de las dificultades
más importantes para que aprendan tras sus errores es la distancia en la que se
sitúan físicamente, los controles con los que se defienden y la insolencia con
la cierran las puertas y las ventanas para que no les lleguen la gravedad de
nuestros problemas ciudadanos. A veces, incluso, esa cerrazón les impulsa a
negar la realidad.
Si es cierto que existen diversos tipos
de ignorancia, también es verdad que la más grave, a mi juicio, es la de los
que se niegan a conocer y a plantear correctamente los problemas, la de los que
tratan de ocultar los hechos y la de los que proporcionan interpretaciones
interesadas y falsas. La combinación de la ignorancia, de la arrogancia y del
miedo tiene consecuencias fatales y suicidas. Tengo la impresión de que, a veces,
somos los más ineptos quienes tropezamos con mayores dificultades para
reconocer nuestra incapacidad. No deberíamos extrañarnos demasiado si tenemos
en cuenta que, desde Sócrates, los verdaderamente sabios nos repiten que la
sabiduría consiste en la progresiva toma de conciencia de su radical
ignorancia.
José Antonio Hernández
Guerrero
Catedrático de Teoría
de la Literatura
0 comentarios:
Publicar un comentario