Una mirada simplemente humanista
Invertir
tiempo en cuidar a un ser humano que, por enfermedad, por minusvalía o por
ancianidad no es capaz de valerse por sí mismo es –a mi juicio- uno de los
criterios más válidos para medir la calidad humana de las personas. Es ahí también
donde evaluamos el nivel de humanidad de una sociedad sin necesidad de aplicar
criterios políticos, sociales, religiosos o culturales. La
piedad, esa sensibilidad para ponernos en la situación del que sufre, más que
un rito religioso, es un valor humanitario y social que, desgraciadamente, no
forma parte fundamental de todos de los programas de las instituciones públicas.
Todos
fuimos niños débiles necesitados de ayudas, todos contraemos enfermedades que
exigen cuidados, todos somos ignorantes en muchas de las cuestiones de la vida
diaria y todos nos encaminamos hacia una vejez que requerirá ayudas y atenciones
porque todos iremos perdiendo fuerzas y aumentando el cansancio.
En
todas las profesiones y tareas encontramos a algunos profesionales que se
sienten impulsados principalmente por ambiciones personales y a otros que se
mueven por deseos de servir, por afán de enriquecerse o de ganar dinero, por
competir con los compañeros o por aliviar a los que sufren. Es posible que
estas actitudes las advirtamos, incluso, en aquellas profesiones o “vocaciones”
que, en teoría, están inspiradas en el servicio o en la “beneficencia” como,
por ejemplo, la medicina, la enseñanza, la política o la vida religiosa.
Aunque,
a veces, las razones reales que determinan la elección de tareas benéficas
pueden ser los deseos de alcanzar honores, fama, riqueza, poder, prestigio o
santidad, los hechos demuestran, a la larga o a la corta, que estas metas son
frustrantes y amargas, generan un hondo vacío existencial y un generalizado
desprecio social. Servir, ayudar, acompañar, enseñar, comprender, aliviar y
curar a quienes sufren son tareas verdaderamente humanas, aunque no sean
comprendidas aplicando razonamientos exclusivamente racionales. Las actividades
impulsadas por el amor constituyen las mejores y las más inteligentes inversiones
humanas, y las que proporcionan un bienestar más hondo y más duradero. Es
frecuente y doloroso, sin embargo, que estas afirmaciones nos sigan sonando
como “música celestial”, me refiero a esas melodías frívolas y vacías, esas
que, más que relajantes, son alienantes porque nos alejan de los problemas
reales importantes.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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