Lo
paso realmente bien en la cena de los antiguos alumnos de la SAFA. Es un
tiempo, más que para el condumio, para el recuerdo, para la amistad, para los
viejos encuentros, para el ejercicio de la memoria, para la anécdota, la actual
y la pretérita, para contemplar el paso del tiempo en todos nosotros, –algunos
parecen que se conservan en bolillas de alcanfor-, y para la añoranza. La
añoranza del tiempo pasado y de los amigos que no están. Y la congoja con el recuerdo de los que ya no
estarán nunca más.
Y
esta del pasado día 10 de Agosto reunió todos esos alicientes. Sobre todos el
de la congoja. Las sombras, el pálpito, el aliento, de los que ya no vendrán
más aparecían por todas las esquinas, y había una que descollaba y parecía
presidir el coro de los invitados ya celestiales: la de Pedro Fernández, Pedro
el de Ricardo, Pedro el del Juzgado, Pedro el de la Caja de Ahorros, que así,
con esos nombres, lo fuimos conociendo todos a lo largo del tiempo. Fueron
muchos años juntos, muchas cenas juntos, muchos recuerdos, mucha amistad, mucho
cariño, mucha mutua admiración durante toda la vida. Y sentía que él estaba
allí con nosotros. Y quería creer que estaba igual de preocupado por nuestra
asociación de antiguos alumnos que yo.
Nuestra
asociación, -no se nos oculta-, es la apuesta personal de Andrés Camacho, -así
le conocemos aunque se llame Andrés Moreno Camacho-, su trabajo continuo, su
ilusión extrema por mantener en contacto con nuestro pueblo, a nuestros
compañeros de colegio de infancia y pre adolescencia, -muchos de los cuales
hace tiempo que viven en otros lugares-. Y con él, tímidamente, -a su compás,
que no a su ritmo-, un grupo de jubilados ya, que colaboran a que se mantenga
esa ilusión. Porque nuestra Asociación es una ilusión de un grupo de gentes por
no olvidar nuestro pasado, por no olvidar lo que nos enseñaron en nuestra
escuela: amistad, buenas formas, decoro, educación, afecto, solidaridad. Y la
practicamos. Y esa ilusión mantiene nuestra Asociación. Y Andrés, no se olvida
nunca.
Pero
mentiría si no dijera que también me sentí triste. Bastante triste. Me dio la
sensación, -me da cada año-, que a los que dirigen nuestra Escuela, maestros
incluidos, nuestra asociación ni les va ni les viene, de ahí su ausencia año
tras año. No tienen conciencia de que nosotros pertenecemos a esa Escuela, y
que vamos a pertenecer siempre. Y que todo alumno que ha pasado por sus aulas
debería sentirse honrado, orgulloso de ello y, nada más abandonarla, debería
adscribirse a nuestra Asociación. Y que ello debería predicarse y fomentarse
desde esa dirección, maestros incluidos. Me temo, -y me resisto a creerlo-, que
la Escuela ya no es un centro distinto, donde los que trabajan en ella se sienten
distintos. Distintos por la categoría de sus enseñantes y la calidad de sus
enseñanzas, por la “otra” educación que impartían, y espero que sigan
impartiendo, por el “sentimiento de pertenecer a una clase” (permítanme el uso
dialéctico del término) distinta. No superior, distinta. Distinta porque los
valores que hoy no se predican en muchas escuelas, sí siguen siendo importante
materia lectiva en la nuestra. No quisiera creer que esa ausencia de dirección
y de enseñantes en nuestra cena (punto álgido anual de encuentro de socios y
amigos) significa que nuestra Escuela ha pasado a ser una más, se ha adocenado,
vulgarizado, ha perdido sus valores y sus principios para sumergirse en las
profundidades de lo corriente, de lo igual, del café para todos que oímos
tantas veces. Y me resisto a creerlo.
Por
eso, estoy seguro que, desde ya, fomentaremos en nuestras aulas el orgullo de
pertenecer a las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia, seguiremos
fomentando esa educación en valores, aunque no se lleven, seguiremos siendo una
referencia de todo lo bueno, educacionalmente hablando. Y ello traerá, como
consecuencia, el orgullo de los alumnos de pertenecer a esa Escuela, a esa
casta de individuos que están siendo educados con integridad, con valores
cristianos y de todo tipo, en definitiva, en todas las facetas de la vida. Y ese orgullo, esa presunción, le hará, -como
nos hace a nosotros-, querer seguir perteneciendo a la Escuela. Y, cuando
tenemos que abandonar sus clases porque hemos terminado nuestro ciclo, podemos
seguir perteneciendo a ella como antiguo alumno, asociándose con todos
nosotros. Y eso es lo que quiero creer.
Y
otro día hablaremos de la, a veces mucha, a veces nula, atención que nos
prestan en otras instituciones locales, donde siguen brillando alumnos de
nuestras Escuelas de la Sagrada Familia, aunque parezcan que nos ignoran y que
llevan de tapadillo esa pertenencia.
Un
fuerte abrazo a todos.
Francisco
Jiménez Vargas-Machuca
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