Leyendo tu libro, Jesús Cuesta, “Del Aire al Bronce” me
encuentro como el último alumno de la clase: disminuido, impotente,
incapacitado. Yo no sé escribir
como tú, como otros y, llego a la conclusión que ya no debería seguir
escribiendo como lo hago para Internet. Al lado vuestro me veo insignificante.
La literatura exige algo más de lo que tengo y que no poseo. Las figuras
retóricas no las encuentro por ningún lado, se me escapan las alegorías, el
retruécano, metonimia, etc., y
no puedo plasmarlos en los escritos. La reina, la paradoja, la usáis como el
panadero domina la masa que la trata a placer suyo. Yo no. Es como si un
aficionado toreara junto a Curro Romero o Rafael de Paula. Los aburrirían entre
los dos y terminaría el aspirante al arte de Cúchares dejando el “oficio” y
casi tirando capote y muleta. Y los dos, esos dos, sois vosotros, tú y Manolo
Guerra. ¡Qué facilidad en el dominio de la palabra y de las figuras. Y cuanto
acierto!
Me vienen, por lo mismo nubes, casi negras, y como
consecuencia casi incitaciones a soltar el boli y la cuartilla. Pero por otro
lado, pienso que no debo ser timorato como el último de la clase o de la fila,
aunque sea pegando saltitos, como aquel dibujo antiguo de la tele y no “pisando
fuerte” en el mundo de las letras. Aquellos dibujos representaban siete
pequeñajos que avanzaban hacia la cuna, empezando la noche, con aquella
canción de música tan pegadiza que
decía: “vamos a la cama que hay que descansar para que mañana podamos
madrugar”, y desaparecían de la pantalla, el último con solo dos cuartas, dando saltitos; no podía más, hacía lo que sabía y tenía
su gracia.
Aquí hay otra fila, aunque solo sea de tres y el que esto
escribe no marcha ni el primero ni el segundo; ya deduciréis por el camino que avanza.
Por lo tanto deduzco que no debo “tirar la toalla”, o sea, el bolígrafo. Es mi herramienta, mi micrófono, mi compañero, y no debo deshacerme de
él. Recuerdo, no sé si podrá venir a cuento, aquellos cuatro verbos de Lope de
Vega de su obra El comendador de Ocaña “Más quiero yo a Peribañez, con su capa
la pardilla que al comendador de Ocaña con la suya guarnecida”. Heredamos del
pasado y con él nos conformamos, manejamos lo que nos ha sido dado. Somos meros
administradores de lo recibido; solo que de eso nos han de pedir cuentas y se
nos exigirá en consecuencia. Como el Evangelista cuando nos dice que un
mayordomo recibió, cuando el dueño se ausentó, cinco talentos, otros tres y
otros uno; y ya sabéis el final, a uno se le exige más que a otro, según lo
recibido anteriormente. No debería haberse quejado el que solo uno le dieron.
Su responsabilidad tampoco sería la misma. Tú, Jesús, recibirías tal vez,
cinco; tú Manolo, a lo mejor tres; el que esto escribe, quizás uno tan solo.
Pero hemos de seguir adelante cada cual con lo que nos dieron. Más pienso, que
me he desviado un tanto del eje
central, de tu arte, de tus obras múltiples y variadas, de tu Literatura, así,
con mayúscula.
También es cierto que no puede haber en Alcalá, en
Andalucía, en el mundo muchos Jesús Cuesta Arana, porque si tal fuera así, no
tendría mayormente mérito que te subtitularan como “El Leonardo de la calle la
Salá”. Si fuésemos todos iguales y lo mismo las obras, nada ni nadie habría con
mayor mérito, no habría diferencias, no podríamos admirar a ninguno. El arte es
la persona y siendo todas distintas, no tiene más remedio que haber quien
destaque. ¿Quién infundió en tu espíritu el don de tu sensibilidad, el numen
para tus artes; en plural. Nada de esto se puede comprar es personal e intransferible. Ya tiene
Alcalá de quién gloriarse, de quién presumir, de quien estar orgullosa. No
habrá entre sus hijos, un sabio, un torero, un gran futbolista, aunque si
tenemos personas como tú, como vosotros, de gran memoria y capacidad, artistas de
estilo, monstruos de la pluma y el cincel, como en este caso. Y habrá que
cuidarlos y pregonarlos, si ya no se pregonan ellos mismos solos. Que tu nombre
sea conocido en todos los rincones y, por derivación, será conocido y ensalzado
tu pueblo, el vuestro, que no el mío, sin que por ello deje de estar orgulloso
de vivir aquí, de estar entre vosotros, disfrutar de vuestra amistad y poder
trataros.
Si estuviésemos hablando ahora de lo relacionado con el
Santuario, habría algún exaltado que terminara gritando: ¡”Viva la Virgen de los Santos”! Pero este no es el
caso ni el momento y en su lugar, aún saliéndose de tono, también alguno podría
gritar: ¡”Viva el pueblo de Alcalá”! Y venga a cuento o no, así queda dicho y
que respondan los que entienden de lo que aquí se ha escrito. Así lo han
gritado y existen testimonios, que lo han hecho en las cuatro esquinas del
mundo.
Alcalá, 24 de enero de
2014
José Arjona Atienza
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