Hace tan
solo unos días andaba entretenido en revisar y ordenar mis múltiples y variados
papeles de ahora y de antes, cuando vi, con sorpresa, un montoncito grueso y azul unido con un elástico. Me causó
gran sorpresa y el asunto es que no sé todavía si fue de pena, de alegría o no
sé qué. Dichos papeles, abiertos por sus cuatro laterales, traían y reverdecían
sentimientos de hace cuarenta años; no obstante permanecían indelebles en mi espíritu y solo
os digo que a vosotros os hubiese ocurrido otro tanto, cuando un acontecimiento
de este tipo sucede así, en el fondo del alma permanece y dura toda la vida; en
la mía y en la vuestra y solo desaparece con el tiempo “que todo lo cura”,
triste contenido y triste fin.
Permitidme
que os hable de mí y de otra vida que me precedió, perdida en la lejanía pero no olvidada a
pesar de los años y la distancia, pero imborrable en la distancia y en los
años. Me sucede igual que a vosotros, ya que todos estamos hechos de la misma
fibra que, con su recuerdo, aún instantáneamente, nos hiere a modo de latigazo
y nos deja los vellos de punta, aunque solo sea por un momento.
Ya es
hora de que os descubra el motivo de tanta pena, dolor y tanto sentimiento que
voló por encima de las nubes. Porque una madre, solo una madre puede provocar
en todo tu ser la negrura, que no se puede ni se debe borrar. Ya lo habréis
adivinado. Mi madre desapareció hace bastantes años, y cuando se pierde una
madre mucho se pierde.
Una
sevillana que por cierto se la cantaron al Papa anterior Juan Pablo II, de
feliz memoria, cantada en Sevilla, no podía ser menos, dice en uno de sus
párrafos: “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Y yo digo que un
amigo no es como una madre, es mucho más que un amigo, tanto para ti como para mí, tanto en
Alcalá de los Gazules como en Alcalá la Real que es donde falleció. Una madre
que vivió unos años muy difíciles; dos guerras, la nuestra del 36 y la mundial
del 39 al 45. Una madre que crió y educó a once hijos en los años difíciles de
la posguerra con todas las dificultades que ello encerraba.
A las
madres, lo más sagrado de la Tierra, los cantantes y autores les han dedicado
lo mejor de su música y letra. Recordemos, aunque era de origen lejano al
cubano Antonio Machín que por cierto actuó en nuestro Teatro Andalucía. Aquel
negrito alto, de boca grande, manejando con verdadero ritmo sus maracas y
apareciendo con su indumentaria multicolor, cantaba con todo acierto:
“Madrecita del alma querida, en mi pecho yo tengo una flor...”
Por otro
lado, cuando nos entusiasmamos con la mujer que tanto nos gusta, la piropeamos
con aquello
de “te quiero desde lo más profundo de mi ser”. También otro cantante, que bien pudiera ser Pepe
Pinto, en un recitado, venía decir más o menos:
“Toito te lo consiento
menos faltarle a mi mare,
que una madre no se encuentra
y a ti te encontré en la calle”.
Que
sería de Alcalá sin su madre la Virgen de los Santos, o Andalucía sin su madre
del Rocio, o Sevilla sin su Macarena. Y terminamos en los momentos de subido
fervor: ¡¡¡Viva nuestra Madre la Virgen de los Santos!!! U otros fieles con sus
respectivas vírgenes. Hasta en los Santos Evangelios, otro exaltado también termina
diciéndole a Jesucristo “bendita sea la madre que te parió y los pechos que te
amamantaron”. En todo el orbe prevalece el sentido de madre. Hasta los indios de ciertas tribus de
la América del Sur sobre todo, la tierra de donde sale todo producto que los
sustenta la llaman “pacha mama”.
Como veis el nombre de madre
excede y sobrepasa a todos los tiempos y lugares, razas y creencias, religiones
y costumbres. La madre lo cubre todo. Pero una vez más, llevado del amor filial
debemos detenernos y contemplar la figura de madre, toda ternura y dulzura en
Belén, a la vez que en el Gólgota, todo tragedia y amargura.
La madre
te enseñó a ti
todo: los primeros pasos en tu niñez, tus primeras cucharaditas de potito, tus
primeras oraciones al acostarte, etc.
Y en la
misma Salve que cantamos en las ocasiones solemnes del Santuario, se dice hacia su
mitad:
“...madre de Dios,
madre mía,
mientras mi vida alentare
todo mi amor es para ti, ...”
Y
continuamos recalcando Madre de Dios, madre mía, siguiéndolo repetidamente.
Pero
ensalzando tanto a todas las madres parece como si se me hubiera ido de la
mente, el sentido con el que empecé este artículo, en el que digo que encontré
“un grueso montoncito de papeles azules”.
Eran
telegramas (cosa que hoy no se usa), que me enviasteis a mi pueblo con motivo de la
desaparición de la madre del que os habla. De ahí viene mi agradecimiento, porque,
aunque no lo hizo el pueblo en general, sí que fue de un modo generalizado,
representante de todos los estamentos; no olvidéis que entonces en mi condición de
maestro del “Convento”, trataba a mucha gente, familiares de alumnos. Por eso
os lo agradezco a todos.
Y para
terminar, a la par que mi agradecimiento vaya también el deseo que conservéis a
vuestras madres todo el tiempo que Dios quiera. De corazón.
Alcalá, 13 de marzo de
2014
José Arjona Atienza
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