El pregón de una monja
alcalaína
Ana
María Cordón Franco añade, además, que es monja, la Hermana Mayor del Beaterio
de Jesús María y José de Alcalá, y una
experta en orientar caminos a niños y niñas, a adolescentes, jóvenes y mayores...
Su temprana madurez es un modelo de moderación: su presencia, su voz y su mismo
físico son moderados, de tal manera que el público no se cansa de oírla y de
recoger cuidadosamente su pensamiento.
La
primera impresión fue que, para ella, la vida es un juego maravilloso en el que
siempre ganan los generosos, los amadores, los afanosos. No hay nada inútil en
la vida, ni camino que no se pueda recorrer. Por si fuera poco, la pregonera es
diestra en encontrar las alas que otros han perdido. Como si nos dijera: ¿Quieres
contribuir a liberar el mundo? Pues comienza
por liberar a cada persona de sus preocupaciones, de sus aprensiones, de
sus ejercicios, de sus prejuicios. Nada puede esclavizarnos, ni siquiera nuestro
cuerpo, porque el cuerpo no es prisión, es un arma y un instrumento para vivir
y amar a los demás.
La
Hermana Mayor es alcalaína de pura cepa: nació, creció y realizó sus primeros
estudios en Alcalá y, después, hizo la carrera universitaria en la capital,
Cádiz. El proloquio de que “nadie es profeta en su tierra” no se ha cumplido en
este caso. Es la excepción que todas las sentencias admiten. Ana María sí es
profeta en su tierra. Y no será porque haya guardado silencio. Es el tercer pregón
que ha desgranado para Alcalá. Estoy seguro que todos los pueblos querrían
tener una pregonera de esta talla.
La
diferencia de nuestra pregonera con otros pregoneros y otras, no es el hábito,
es la cortesía. La cortesía es el perfume de los humildes, y tiene la generosidad
de que todos la podemos utilizar sin exigir nada a cambio. Dante dice que “Dios
es el Señor de la cortesía”. Los que tratan con Dios suelen ser corteses.
Cuando intercambio algunas palabras con la Hermana Mayor, siempre salgo con la
impresión de que he recibido una lección de cortesía. Hasta los más pobres
pueden disponer de una sonrisa, de una palabra, de un apretón de mano, de un
beso o de un abrazo.
La
caridad siempre lleva el ropaje de la cortesía y los santos más destacados
brillan precisamente con ella. Basta recordar a San Francisco de Asís y al
Padre Diego Ángel de Viera y Márquez. “No se atribuye a sí mismo la fundación
del Beaterio, sino a Dios, creando un
centro de instrucción pública, un hospital para salud física de enfermos y
salud moral y desarrollo de las inteligencias de las jóvenes para la lucha de
la vida.” La vida, por breve que sea, siempre nos deja tiempo para la cortesía.
Hay que huir de aquellos que dicen “Yo no tengo tiempo para cortesías.”
JUAN
LEIVA
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