Ilmo. Señor Alcalde, Dignísimas
Autoridades civiles, eclesiásticas y militares, Señoras y Señores. Todos en la
amistad.
Hay veces en la
vida que, por muchas vueltas que se le dé al diccionario o al caletre, no se
encuentra la palabra justa para expresar lo que llevamos dentro, porque se
entra de lleno en los vientos de la emoción, que viene a ser, en el pensar de
Jean Paul Sartre, como una brusca caída de la conciencia en lo mágico. Más que
presentar a la Hermana Ana María, entrañable Ana María, vamos a figurarla –en una suerte de álbum
sentimental–, a través de un puñado de
retratos escritos, para una leve aproximación a una persona besada por la
divinidad.
Todas las memorias están llenas de fotografías como una encarnación de los recuerdos. Una
realidad mágica abierta de par en par a la imaginación. Los retratos mirados
como una emoción del tiempo y de las cosas.
En los álbumes caben toda la vida
y todos los vientos con sus fantasmas familiares. De modo que los recuerdos que
emanan de cada retrato –de cualquier época–, vienen dados desde el ahora mismo. Desde el
preciso instante en que se miran.
Vamos a abrir este álbum de la Hermana Ana María, en un prodigio de
despertar el tiempo a golpe de recuerdos.
El primer retrato: calle Ildefonso Romero, a la vera de la Plaza Alta. Un
patio de vecinos. Humilde casa. A un suspiro o a un cantazo de tirachinas del
Beaterio de la monjas. Allí entre la cal blanca, el geranio rojo y el aire
limpio, viene al mundo alcalaíno –con toda su luz– la primera alegría remontada,
la primera niña para Miguel Cordón –la vida entera pregonando la suerte– y Francisca
Franco; luego llegan Paqui, Pepi y Miguel para completar la tetrarquía soleada
del humilde y acogedor hogar. Corre el año 1966.
Poco después, hay que pegar otro retrato en el álbum. Bautizo en la
Parroquia. Oficia el padre Reverendo. La primera lluvia santa cae en la cabeza
de una niña sorprendida más que atribulada. Por nombre Ana María, (en homenaje
eterno a la Virgen y a su madre).
Siguen cayendo las imágenes en sus vuelos. Cambio de casa. Esta vez en la calle Sánchez de la Linde. Afluente del
Carril, el lugar de las nacencias de personajes, tan en contrapunto y suertes,
como Sainz de Andino y El Gran Potoco.
Pronto llega otro momento para soplar de
nuevo a los sueños: se ve a la niña, toda vestida de blanco, con la familia en
comitiva por la calle pina y estrecha caminito de la Parroquia. Primera
Comunión –preparada por la hermana Carmen–. Retrato vencido por el blanco: librillo
anacarado y rosario de plata con cuentas de marfil. La niña preciosa, larga la
melena con tanto brillo como su mirar, abre la sonrisa junto a los compañeros
de ceremonia porque intuye la posteridad. Día grande con las campanas repicando
a gloria bendita.
La confirmación, día especial,
con cachete del Obispo y la Hermana Julia como madrina y maestra de ceremonia. (Luego,
el destino las iba a unir para siempre).
Llegan las primeras letras en
el Beaterio. Un suplicio para Ana María. Se acaba el aire de la calle y ahora
portalibros, la calle arriba, en un mar de lágrimas más por miedo a lo
desconocido que otra cosa. Pero pronto –es ley de vida–, le toma gusto y
tranquillo a los nuevos vientos de las aulas y los rezos. Y los días de
levantera con el baby hecho una pompa en la Puerta del Sol. En la mente siempre
aquella caída en el recreo, con chichón incluido. Y el remedio infalible aunque no muy divino: una moneda de veinticinco pesetas (cinco duros) y un
pañuelo apretado para bajar la incordiosa inflamación. Pero la niña nunca echa,
ya al olvido, que alguna vez tuvo en la frente nada más y nada menos el pañuelo de la Hermana Mayor. Ahí está el
milagro. No se despintan las imágenes de la mente, las profesoras: Hermana
María del Amor, Hermana Carmen, Hermana María de los Santos, Hermana Antonia
María, Hermana Cristo Rey, Hermana Inés,
Hermana san José y las señoritas Silveria, Amalia, Auxiliadora, Josefa, Marí y
Chari.
Se repiten las imágenes de la
calle de los juegos. El universo no rebasa la estrecha calle, cuesta arriba,
con olor a hierbabuena y albahaca. La guerrilla con su prima Inmaculada Fernández,
que vivía al lado, a un santiamén, por comerse la papilla – ¡tan rica!– del
hermanillo chico. Queda atrás tiempo de cuentos infantiles. Cuando la madre le cuenta Garbancito
una y otra vez: “¿Garbancito dónde estás? “¡Aquí estoy!”. Tiempo de diábolo, hilachas
qué color, el escondite: “la que no se
haya escondío tiempo ha tenío”, tocadé,
juegos reunidos, la cuerda: “Soltera,
casada, viuda, monja ¿Cómo lo quieres? Fuerte y alzando”. Y la cantinela de
la rueda: “Han puesto una librería con los
libros muy baratos. María dame la capa que me voy a torear, que me voy a
torear”. Tiempo de fantasías y travesuras a granel. Tiempo de dotar con
alma a las cosas. De pequeños teatros con colchas o sábanas de telón... Del álbum de Pipi Calzaslargas. Chicle Cheing
y chicle Niña. Los recortables. Los cromos,
pegados con engrudo, de la hermana Lourdes. Las chucherías. Los membrillos –una
delicatesen- que vendían las monjas. De
las fantasías voladoras de Mary Poppins al ritmo y brillantina de la película Grease. De jugar a decir misas con todos
sus avíos. De procesiones en sillita floreada: ¡Madre Mía de los Santos¡
¡¡¡Agua!!!... ¡Ay…! ¡Las imágenes a la
par que la vida! Un continuo retrato en blanquinegro o a todo color.
Ana María, siempre tímida y resuelta a la vez, pasó casi sin solución de
continuidad, de las aulas del Beaterio al Instituto Sainz de Andino, dos
atmósferas distintas para enfocar un nuevo retrato. Mientras los tiempos iban
cambiando como en la canción de Bob Dylan (The
times they are a changin). Nuevas formas, nuevos amigos, nuevas pulsiones;
pero la punzada de la llamada de Dios le seguía apretando por dentro, con la
misma inquietud de los primeros amores adolescentes. Alumna brillante. Época de
muchas fotografías inolvidables. De recuerdos que no hay goma que los borren.
De diversiones. Del cálido retrato en familia con el profesorado: Doña Elena Toscano
–siempre doña Elena–, Isabel Velázquez, Mari Tere (de eterna memoria), Jaime
Guerra, Manoli Lorente, Encarnita, Chan… Y la alegría de vivir compartida con
los nuevos estudiantes y sobretodo con Sergio Romero, Mari Santos Romero, Nieves,
Sebas… y las discusiones –sin la sangre al río; siempre con buen rollo– con
Juan Carlos Gallego sobre asuntos religiosos.
Siguen volando las fotos y los recuerdos como vuelan los globos al viento.
Escuela Normal de Magisterio de Cádiz. Primer año, después se traslada a Puerto
Real, siempre con el forillo natural de la Bahía de Cádiz. Forma parte de
grupos de trabajo y colabora como guionista en obras de teatro. Varias
matrículas de Honor. Sobresaliente en Música bajo el magisterio y el encanto de
Pepita Marchante al piano. Todavía al
pasar por la Calle Ildefonso Romero, parece que se va a oír Para Elisa de Beethoven, interpretada
por la inolvidable pianista alcalaína.
Poco a poco, se va afianzando el camino hacia la vida religiosa. Viaja
poco. En su mente siempre el viaje a Fátima.
Las fotos siempre cálidas de sus viajes a Cádiz, donde reside al amparo
de la abuela paterna durante los estudios. Con las cajas de cartón repletas de “presentes”:
los molletes, la telera de pan del Mauro, los espárragos trigueros, la
morcilla, la manteca colorá, el queso
emborrao, las tagarninas, en fin:
todas las cosillas de la tierra… Y que no se olvide el pavo, hacia un destino
fatal, envuelto el pobre, en un saco de churra, con la cabeza fuera, con el
mirar pánico y sorprendido, prisionero en el portamaletas del “Correo”, donde
de vez en cuando se oye su canto desesperado glu, glu, glu.
Foto para la orla de Magisterio (promoción 1987). Oposiciones, 1988.
El álbum de juventud de Ana Mari se va completando con fotos y más fotos
de la vida y el latido de Alcalá: Ferias, Carnavales, las navidades, La Semana Santa
de su alma, La pasión de la Romería, la venida de la Virgen, los paseos, el
baile, los actos sociales, las aventuras
y milagros compartidas con la amistad… Ni Ricardo el Fotógrafo, ni su
hijo Emilio, dan abasto para retratar tantos
y tantos recuerdos juntos y conjuntos.
Por fin llega el retrato más esperado: 14 de septiembre de 1988, entra
en el Beaterio como Postulante, sólo unos días antes se lo comunica a la familia.
Un año después toma los hábitos de novicia. Al año siguiente hace los votos
temporales por tres años. Luego llegan los votos perpetuos. Es la Hermana Mayor
la que le pone la alianza.
Una fotografía grande que abarca toda la
hoja del álbum. En el año 2006 llega la tristeza a la vez que la alegría, muere
la hermana María del Amor y Ana María la sustituye como Hermana Mayor. Un
retrato que brilla siempre con luz divina sobre el álbum.
Acaba de arrancar la primavera de 2014, estoy junto con Isabel Velázquez
–que fue su profesora de Historia– conversando con la Hermana Ana María en la
cerca del Beaterio. La chiquillería juega bajo una luz radiante. Tengo frente a
mí a una mujer frágil, de mirada clara, la sonrisa siempre pronta y el semblante
a la par encendido –desde el interior– por unas nubecillas rojas que delatan su
timidez que no la abandona. El reloj de la Parroquia da doce campanadas. Es la
hora del Ángelus. Retrato en vivo de
la Hermana Ana María que cuenta su devoción por la música clásica Mozart,
Beethoven, Vivaldi y el canto gregoriano; pero también se decanta por José Luis
Perales. El Arrebato, Alaska y los Pegamoides. Su amor por la poesía de Vicente
Aleixandre, (parece venir en ese preciso instante unos versos suyos: La esperanza es la tierra es la mejilla/ en un inmenso párpado donde yo
sé que existo). Su encanto también por García Lorca y san Juan de la Cruz con su Cántico Espiritual, entre otros grandes
poetas. En el Arte… (recuerda los monigotes que hacía de niña). Se confiesa
romántica. Apasionada de servir a los demás. Una mujer de hoy; aunque viviendo en el mundo sin vivir en él, como la
marca evangélica. La serenidad, el temple del alma. El disfrute de las cosas
sencillas. En un suspiro deja caer al aire más alto del pueblo su sueño dorado:
Viajar a Tierra Santa, a Jerusalén. De ese sueño pronto Ana María tendrá fotos
para recordar.
El retrato fresco de la Hermana Ana María, con el olor y murmullo
de la primavera, recién nacida, trasmina
a una mujer que nunca le pesa la vida. Lejos de las hogueras de las vanidades.
Comprometida con la causa de los pobres y necesitados. Que tan maravillosamente
fusiona la religión con la belleza. Que lo mismo que sueña que se sueña, ama
que se ama. En su rostro claro, se adivina la predestinación hacia Dios. La
soberanía de la luz que le ilumina la faz acorde con la tranquilidad interior.
Sobre su eje de inteligencia gravita un corazón jamás sofocado, siempre en
ascuas hacia los demás. El amor –su sentimiento más poderoso– siempre escrito
en el alma con letras grandes.
Aquella niña traviesa, pizpireta y tímida –sin contradicción– que rueda
por las escaleras, capaz de encerrar bajo llave a su hermana Pepi, se retrata
hoy como la Hermana Mayor del Beaterio, Jesús María y José. La culminación de
un sueño. Una niña eterna donde el tiempo no ha trabajado, abierta por igual a
la alegría que al recogimiento, dispensadora siempre con su ramo de inocencia
por dentro.
La Hermana Mayor con sus retratos de familia ora con sus padres y con
sus hermanas y hermano, ora con las hermanas actuales: Corazón de María, Inés,
Isabel María, Antonia María, María de la Paz, Ely, Ana, Agnes, Ester María…algunas
de ellas oriundas de tierras africanas, de Kenia, componen una deliciosa imagen
ecuménica. Ora, con todo el cuerpo docente religioso y seglar; ora, con todo el
alumnado; ora, con todo el personal de mantenimiento; ora con las ancianas
residentes; ora con las visitas. El recuerdo imborrable de Isabel Pecino, cuyo
delirio y locura divina le hace sentirse
y tratada, no como una reina, sino como
una reina de verdad. “Hola Majestad”. “Hasta luego Alteza”. Es su felicidad.
Todos estos retratos fundidos en uno solo componen el gran mural de las
personas que dan cada día vida y buenos vientos al Beaterio. Personas cuyas
imágenes son sucesivas en el tiempo.
Vamos a ir cerrando este álbum sentimental de la hermana Ana María con
un retrato que nunca se me despinta de la emoción. Corre el año 1988, centenario
de la Fundación del Beaterio. A un servidor se le encarga el cuadro
conmemorativo que hoy luce y reluce en la Capilla del Beaterio. Se trata de un canto,
desde la sencillez a todo color y atmósfera a la institución más elevada y
querida de Alcalá. La obra la inaugura el Obispo don Antonio Dorado Soto. Por
detrás del lienzo, como curiosidad firmaron las monjas del momento: María del
Amor, Margarita, Pilar, Antonia María, María de la Paz, Inmaculada, María
Antonia y Ana María jovencísima, casi una niña, (de postulante). Un retrato que
iba a quedar para siempre oculto en el reverso del cuadro como esperando
siempre una mano descubridora. En dicha obra trato de expresar toda la
simbología que marca la memoria y la historia sagrada del Beaterio. Una obra
que llevo siempre retratada por dentro.
El recuerdo siempre vivo de María del Amor. El amor personificado. Una
santa nuestra para los altares. Siempre de buen grado y dispuesta. Con la
sonrisa retratada a la vez que el mirar
de agua clara. Tan excelente pintora. Tan sensible y humana. Ella toda luz,
color y buen aire. Le prometo regalar a Julia, María del Amor, una coplilla de
Carnaval del año 1927, compuesta por el Manco Hita, que desde aquellos tiempos
no ha vuelto a sonar. Le hace mucha ilusión tenerla, pero la enfermedad trunca
el deseo. De modo que, ahora mismo se la recito a sabiendas que, desde allí, desde el manto color purísima del cielo, me
vuela una sonrisa. Va por ti Julia:
Nunca podemos olvidar
aunque pase mucho tiempo,
de
la fiesta memorable
del invento del Convento.
También en las bodas de Oro de la Hermana
Mayor,
que el día 26 de julio que con gusto se
celebró.
Todos
los alcalaínos
con mucha honra veneran,
que descanse en paz sus restos
y a allá
en la Gloria nos espera,
por haber sido tan bueno,
Don Diego Ángel de Viera.
(Curiosamente, la Hermana Mayor referida
en la coplilla, era Sor Telesfora de Santa María, que hoy comparte nicho en el
recoleto y relimpio cementerio del Beaterio con María del Amor. Los designios
de Dios.) Una última foto para la historia del pueblo que canta al Beaterio, y
así siempre será, porque donde habitan Dios y todos los santos del cielo y las
buenas acciones, allí nunca llega el olvido ni la muerte.
Es llegada la hora, de que Ana
María, la Hermana Mayor, abra otro nuevo álbum repleto de fotos e impresiones
sobre la figura de san Jorge, tan santo de su devoción. Nos va a ofrecer una
fotografía en gran formato, sobre lo que significa para ella el santo del
caballo blanco y el dragón verdoso, que siempre le impresiona, desde la niñez.
Ana María, no solamente siente el fervor religioso del patrón de Alcalá,
no, sino que en ocasiones llega a correr las vaquillas –aunque siempre detrás, desde
la retaguardia, ¡esa es la verdad!–. Una fiesta que más que retratar, la vas a
bordar –a todo color– con los hilos más sutiles.
Así que, Hermana Ana María, te vemos y te sentimos pregonando –con toda la emoción– a la figura
de san Jorge el patrón de tu pueblo y el de todos los alcalaínos… Tuyo es este
flamante retrato escrito al compás de tu
soledad sonora y tu música callada. La palabra en el tiempo viene a ser lo mismo –en el sentir machadiano–
que la poesía. Para ti es la palabra. Tuya es.
Jesús Cuesta Arana
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