Hacia un
nuevo humanismo
A la pregunta de por qué,
después de tantos siglos de civilización, el pensamiento, la cultura, la
ciencia, el arte y la tecnología aún no han logrado vencer totalmente la
violencia, arrancar los reiterados brotes de crueldad ni paliar las lacerantes
desigualdades, hemos de responder constatando el hecho de que, con notable
frecuencia, estas ciencias –incluso las llamadas “humanas”- han concebido al ser
humano sólo como un organismo biológico y como una persona racional,
olvidándose de que, además, es un ser que siente y que sufre, que teme y que
desea, que ama y que aborrece. No han tenido en cuenta que, aunque no lo
sepamos explicar, en el fondo de nuestras entrañas, experimentamos la
irreprimible necesidad de crecer perennemente y buscamos un destino
trascendente.
Si como afirma Popper, “todos los hombres son
filósofos, si bien es cierto que unos lo son más que otros”, con mayor razón
podríamos afirmar que todos deberíamos ser “antropólogos” y tratar de
explicitar una concepción que, a partir de nuestras convicciones más profundas
y de nuestras experiencias más intensas, oriente nuestros juicios, modele
nuestras actitudes y estimule unos comportamientos más coherentes.
Apoyándonos en la Filosofía, en la Psicología, en la
Sociología, en la Ética y en los principios que hunden sus raíces en los
mensajes evangélicos, en sucesivas “entregas” semanales, trataré de esbozar
algunos de los rasgos que determinan el supremo sentido de la dignidad humana y
los significados nuevos de los objetos, las dimensiones profundas de los
episodios, de las actitudes y las repercusiones de los comportamientos más
característicos de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo.
José Antonio Hernández Guerrero
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