El
camino de Alcalá al santuario estaba hecho a base de huellas, de cascos de
herradura de las caballerías y de zancadas de los alcalaínos de todas las
generaciones. “Se ha hecho camino al andar” –que diría Antonio Machado-. Pero
el camino nunca ha resultado pesado, todo lo contrario, era un delicioso paseo que
nadie despreciaba desde la primavera hasta el otoño. En los humilladeros han
descansado todos los antepasados, que han hecho el recorrido reiteradas veces.
De Alcalá al santuario hay una legua, cinco kilómetros a ojos de buen cubero.
Los chavales, cuando íbamos al santuario, contábamos los kilómetros que nos quedaban.
El camino comenzaba en San Antonio, seguía en el cruce de la autopista Jerez-Los Barrios, casi a mitad del camino. Seguíamos
por la trocha hasta el cruce, donde está el primer humilladero, tomábamos el
camino y, a unos cuatrocientos metros, encontrábamos la segunda cruz. Sobre la última
colina se contemplaba el santuario y encontrábamos el tercer humilladero. Y
abajo, en la entrada del santuario, el cuarto humilladero.
Decía
nuestro querido paisano Fernando Toscano que “los humilladeros están ahí desde
el siglo XIV”, cuando el hijo del rey de Marruecos salió de Algeciras con el
ánimo de conquistar el poblado de Alcalá. Acamparon en el Llano del Tardal –hoy
de los Santos-, antigua vega del morisco Monte Gibralvar, junto al camino o
cañada del Esperón. Se le opuso un contingente de tropas cristianas al mando de
la Orden de San Pedro de Alcántara, con varios Consejos de la Comarca. Poco
después se libraba la batalla de Pagana o Patrite, en el Llano de la Pelea,
donde pereció el reyezuelo moro. El poema de Alonso el Onceno relata que, al
amanecer, descubrieron los soldados un crucifijo colgado en una alta vara,
hecho que nadie ha podido explicar. Su padre Abdull-Hassan, vino a vengar la
pérdida de su hijo, pero fue derrotado en la nueva victoria cristiana de la
batalla del Salado de Tarifa. Según la costumbre, los alcalaínos levantaron el
humilladero conmemorativo. El origen de la palabra es muy antigua, viene de la
raíz latina “humilitas”, humildad, y tiene varias acepciones, entre otras,
postrarse de rodillas para orar ante la cruz de piedra con la evocadora
alabanza de SANCTUS, SANCTUS, SANCTUS.
En
muchas entradas y salidas de los pueblos de España, encontramos un pilar con
una cruz o una imagen, para anunciar una ermita, un santuario, el límite de un
pueblo, de una propiedad, de la memoria de una batalla o, simplemente, un
descanso para caminantes... Algunos de estos monolitos son auténticas obras
populares y artísticas. Son los humilladeros, un lugar religioso para hincar la
rodilla y orar. En la carretera de acceso al santuario de la Virgen de los Santos
nos encontramos cuatro humilladeros anunciando el santuario. Lo de
“humilladero”, en algunos pueblos, tenía
como misión ser el punto final del Vía Crucis en Cuaresma, indicar un cruce de
caminos, un punto de descanso y oración
para los caminantes, indicar el camino de una ermita o santuario, el límite de
un pueblo o de un poblado y, en algunos casos, incluso, el lugar para castigar
o degollar a los malhechores. El nombre proviene del latín, “humilitas”; en
castellano, humildad, porque la persona se humilla para orar ante Dios o la Virgen. Algunos tenían mala fama,
por su lugar solitario, y de ahí, el carácter insultante de la frase “Te voy a
llevar al humilladero.” En Aragón han sido llamados “pilones, peirones” o
pairones”, siendo el lugar donde se castigaba con el cepo a los infractores de
delitos, como la caza furtiva menor, “en
las tierras del Señor”. En Alcalá, los humilladeros tienen como objetivo
señalizar la memoria de una batalla,
indicar el camino de la ermita y ser el símbolo del santuario para todos
los romeros.
JUAN
LEIVA
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