Si es cierto que los fallecimientos de estas dos personas sin
hogar evidencian las carencias de una sociedad escasamente humanitaria e
incapaz de resolver unos problemas tan graves, también es verdad que, si
profundizamos en las raíces profundas de esta situación que sufren los que
carecen de todo, descubriremos la superficialidad de nuestras convicciones y la
vaciedad de las palabras con las que, en nuestros comentarios, llenamos
nuestras bocas. Hay que ver la facilidad con la que, desde diferentes
ideologías políticas y desde distintas doctrinas religiosas, enarbolamos las
banderas de la “fraternidad”, de la “solidaridad”, de la “justicia”, de
“caridad” o, incluso, de la “misericordia”, pero, a la hora de la verdad, nos
conformamos con desear o con exigir que sean las instituciones públicas o
privadas las que solucionen estos graves problemas.
Las muertes de Joaquín y de Antonio, las últimas de una siniestra
y larga cadena, ponen de manifiesto la inconsistencia de unas convicciones
morales, sociales, políticas y religiosas incapaces de resolver o, al menos de
paliar, estas situaciones extremas. En mi opinión, la reacción ante estos
problemas urgentes, además de denunciar el sistema de desigualdades, debería
empujarnos a comprometernos personalmente cada uno de nosotros y a acercarnos
físicamente a esos ambientes y a esas personas que las sufren. Estoy convencido
de que sólo atisbaremos la gravedad de estos problemas si nos situamos en el
punto de vista desde el que ellos contemplan la vida y no desde el aplacible
balcón de la abundancia. La responsabilidad y el compromiso personales son, sin
duda alguna, los motores que impulsan todas las demás acciones y sin un
encuentro directo con estas personas necesitadas resulta muy difícil que
iniciemos un proceso interior que nos descubra la realidad dolorosas de unos
seres humanos que están tan cerca de nuestras confortables viviendas.
Efectivamente hemos de seguir trabajando para que cambien los sistemas y para
que se transformen las estructuras con el fin de que sean más justas, pero también
hemos de modificar nuestras actitudes y nuestros comportamientos personales
porque la sensibilidad ante las desgracias ajenas, la sintonía emocional con
los que sufren y la compasión con los desfavorecidos son cualidades
estrictamente personales. Algo tendremos que hacer cada uno de nosotros. Que
descansen en paz estos dos convecinos.
José Antonio Hernández Guerrero
Catedrático de Teoría de la Literatura
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