Al
contemplar las imágenes
que mis amigos
Chemary Gómez Reyes
y Andrés Moreno
Camacho colgaron estos
días en las
redes, con una
Plaza de San
Jorge repleta de
un gentío entusiasta, alegre y
como en un ambiente muy
familiar, me acordé de aquel Alcalá
de antes de
la triste etapa
de la emigración masiva. Me
recordé de aquel
Alcalá que tenía el doble
de habitantes que tiene hoy, que
vivían en un
casco urbano que
era aproximadamente la
mitad del actual. Eran
los tiempos del
carbón vegetal. El Alcalá
de los años
cincuenta del siglo
pasado.
En estas
últimas fiestas celebradas
en honor de
nuestro Patrón, vi las
calles muy concurridas. Vi a muchas personas, tanto en
la Plaza Alta
como en La
Alameda. Creo que ello
se debe a
que estos festejos, que
no existían en
aquel tiempo, se
han convertido, con los
años y el
buen trabajo de
todos, en un reclamo
turístico que atrae
a los paisanos
de los pueblos
vecinos, y a los
alcalaínos de la
diáspora. Sea por lo
que fuere, lo cierto
es que me
encantó volver a ver a
nuestro pueblo lleno, vivo
y bullicioso. Por eso
vuelvo a repetir
que me recordó
aquel pueblo de mitad del
siglo XX, cuando en
“la carretera” no
cabía un alfiler. “La
carretera” era para
nosotros el actual
Paseo de la
Playa. En los años
cincuenta lo llamábamos
así, posteriormente se le
empezó a llamar
La Playa. He visto
alguna foto de
este lugar en
aquellos tiempos y en ella se
distingue el Bar
de Bellido, rotulado como
Bar La Playa, pienso
que por su
cercanía al gran
hoyo (lugar en el
que se ubica
actualmente el parque
Félix Rodríguez de
la Fuente) en el que solíamos
jugar al fútbol
los pequeños, y que en
invierno, con las frecuentes
e intensas lluvias,
se convertía en
una laguna. Posteriormente ese
negocio lo regentó
el recordado y
querido Paco Fernández
Hidalgo, con el
que trabajaba Alfonsito. Se
siguió llamando Bar
La Playa. Creo
que ello hizo, o
ayudó, a que se
consolidara la rotulación
del nombre actual
de : Paseo de la
Playa. La cosa tiene
su gracia, y es
una muestra más
del sentido del
humor de nuestra
gente. Es posiblemente hoy
la arteria más
importante de nuestro
pueblo, aunque no tiene
mar, ni arena, ni caracolas … pero es
hermosa y acogedora.
En
aquel tiempo, cuando el
levante lo permitía, era
el paseo obligado
de los alcalaínos
de toda condición
social, sobre todo durante
la primavera y los calurosos
veranos, cuando con una
manguera se regaba
todas las tardes
el firme de
alquitrán y las
aceras, y se disfrutaba
de una agradable
sensación de frescor. Todavía no
estaban plantados los
actuales naranjos, y desde
luego se desconocían
los aparatos de
refrigeración, salvo los aliviadores
abanicos en manos
de nuestras preciosas
mujeres. En invierno
se solía pasear
por la calle Real,
que ofrecía una
mayor protección contra
el frío y el viento.
Entonces cualquier domingo
era una feria.
Familias,
grupos de amigos, niños
pequeños, parejas de novios, guardias civiles
y municipales se
mezclaban con
los Santos de aquellos
años (Juan Rarro, Nicolás, Vicente el
Largo, Manolito Cielo …), y
paseo arriba y
abajo, una y
otra vez; mientras en
las aceras Joaquín
con sus ricos
helados y otras
personas con cestos
con murtas, chochitos, madroños o
azofaifas trataban de
vender sus productos. Muchos paseantes
alargaban el recorrido
hasta la Venta
Ortega, La Pastoriza y
la Peña La
Negra.
Al
principio del paseo, en
la subida del
Río Verde a
la izquierda, estaba la
Fonda Parra, y debajo
de la fonda, estaban los
Talleres Parrita, en los
que muchos paisanos
nuestros aprendieron el
oficio de mecánicos
de automóvil, y que
se dedicaban principalmente al
arreglo de los
camiones que transportaban
el carbón, porque entonces
los coches particulares
se podían contar
con los dedos
de una mano, incluyendo los
taxis. Cuando aparecieron,
primero el petróleo y
seguidamente el butano, como
medio para calentar
las cocinas … ¡ se
acabó el carbón ! … y
al acabarse el
carbón, se acabaron los
camiones, los cerones … y se despoblaron
los montes en
los que se
hacían el carbón
y el picón.
Por este motivo
y otros de
carácter socio-económicos la
gente tuvo que
marchar, y con ello nuestro querido
pueblo se quedó
medio vacío. También emigraron
los hermanos Parrita, que
se instalaron en
Chiclana.
Al
recordar aquellos momentos
tan tristes, y que
ojalá nuestra Señora
de los Santos,
y la actuación inteligencia
y honesta de
nuestros gobernantes, eviten que
se vuelvan a
repetir estas salidas
masivas de la
gente, abandonando
precipitadamente su TODO, en
busca de un
futuro mejor en
otros lugares lejanos. La
mayoría dejaron para
siempre familiares, amores y
amigos; y desgraciadamente una
mayoría ya descansa
para siempre el
sueño eterno de
los justos en
una tierra extraña
y muy distinta
a la suya, a la
que ha tenido
que aprender a
querer. En recuerdo de
aquella sangría escribo
el poema que
os dejo al
final de estos
renglones. sangría que cantó así
Rafael Alberti : “Gloria del
campo que está/desangrándose en
sus hijos/que se
mueren o se
van/ lejos, a tierras extrañas/para
poder trabajar”.
Este relato
no es un
trabajo histórico, en él
sólo trato de
reflejar los recuerdos
que retiene mi
memoria de aquel
Alcalá y de
aquellos tiempos. Hago esta
aclaración porque, a mi
edad, puede que la
memoria me lleve
a cometer algún
error sobre
el nombre de
algunas personas o
lugares.
“ Sierra de Cádiz
bravía.
Parque Los Alcornocales,
en tus montañas
nacían
las personas más
cabales
de la Baja
Andalucía.
Gente sencilla y
valiente
plena de ingenio
y de gracia,
trabajadora y decente,
que soportó su
desgracia
con la cara
sonriente
.
El carbón era
el sustento
de millares de
serranos,
a los que
llegó un tormento
cuando apareció el
butano
para guisar alimentos.
En poco tiempo
la sierra
se quedó triste
y vacía
sin la savia
de esta tierra
que abandonó Andalucía
porque el paro
la destierra.
Ya no se
baila en los
campos
las danzas tradicionales,
tampoco se oyen
los cantos
a compás de
verdiales …
sólo el rumor
de los llantos
de los miles
que marcharon
con tristeza y
doloridos
porque en su
tierra quedaron
sus recuerdos más
queridos
y amores que
se acabaron.
Tras la terrible
sangría
el pueblo se
quedó muerto
y por sus
calles corría
el viento por
un desierto
de pena y
melancolía.
¿Qué habrá sido
de esa gente
que entonces abarrotaban
las calzadas tan
pendientes
por las que
siempre rondaban
felices y sonrientes?.
Dispersados por el
mundo
sueñan con pisar
el suelo
de su calle, y
ni un segundo
se les olvidó
este cielo
con su intenso
azul profundo.
¡¡Qué dolor
de tierra mía!!.
¡¡Qué pena Dios
mío, qué pena
verlos marchar cada
día!!.
La luna, loca de
pena,
llorando, los despedía …”.
Francisco Teodoro Sánchez
Vera
Mayo-2019
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