Ni miedo a hablar, ni miedo a morir
Domingo 12 del Tiempo Ordinario. Ciclo A
El discurso de misión
El
segundo de los cinco discursos de Jesús que incluye el evangelio de Mateo está
dirigido a los discípulos, cuando los envía de misión. El domingo pasado (11
del Tiempo Ordinario), al coincidir con la fiesta del Corpus, no se leyó el
comienzo, en el que Jesús, compadecido de la gente, abandonada como ovejas sin
pastor, elige a doce para que anuncien el Reino de Dios, curen enfermedades, y
hagan todo de forma gratuita. Ninguno de ellos imagina que este mensaje o esta
actividad, sin pedir nada a cambio, pueda provocarles calumnias y persecuciones.
Sin embargo, repetir el mensaje de Jesús y vivir como él vivió provoca mucho
malestar en ciertos ambientes. Por eso, les deja claro a los discípulos que van
a ser muy perseguidos (Mt 10,16-25). Ante esto, corren dos peligros: el de
callar, para no meterse en complicaciones; y el de dejarse arrastrar por el
miedo a la muerte. Es el tema del evangelio de este domingo 12.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 26-33
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
A) No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a
descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de
noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la
azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el
fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un
par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin
que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza
tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
B) Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo, también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo
En el primero (A), llama la atención la
triple repetición de “no tengáis miedo”. Aunque esas palabras se usan a menudo
en el Antiguo Testamento, no debemos interpretarla como una fórmula hecha, de
escaso valor. Los discípulos van a sentir miedo en algunos momentos. Un miedo
tan terrible que los impulsará a callar, para evitar que los maten. La forma en
que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa, usando tres
argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene importancia alguna,
lo importante es la muerte del alma; 2) por consiguiente, no hay que temer a
los hombres, sino a Dios; 3) en realidad, a Dios no debéis temerlo porque para
él contáis mucho; aunque caigáis por tierra, como los gorriones, él cuidará de
vosotros.
El segundo bloque (B) trata un tema algo distinto: el peligro no consiste ahora en callar sino en negar a Jesús, una situación que recuerda las persecuciones de los primeros cristianos. Y el argumento que se usa no es el del temor a Dios, sino tener en cuenta la reacción de Jesús: él se comportará con nosotros igual que nosotros nos comportemos con él. Si nos ponemos de su parte, él se pondrá de la nuestra; si lo negamos, él nos negará.
Resumiendo
En el primer caso, a quien deben tener
los apóstoles es a Dios, el único que puede matar el alma. En el segundo, a
quien deben temer es a Jesús, que podría negarlos ante el Padre del cielo. A
quienes no deben temer es a los hombres.
Cuando se piensa en los recientes asesinatos de cristianos en Egipto, Siria y otros países, quienes vivimos en una sociedad tranquila y segura (por mucho que nos quejemos) podemos tener la impresión de que estas palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo, a esos cristianos perseguidos de todos los tiempos les han infundido enorme esperanza y energía para confesar su fe. Han preferido la muerte a renegar de Jesús; han preferido ponerse de su parte, salvar el alma antes que el cuerpo.
Jeremías, apóstol y anti-apóstol
La primera lectura sirve de paralelismo
y contraste con el evangelio. El destino de Jeremías, calumniado y perseguido
por sus paisanos de Anatot y por las autoridades religiosas y políticas de
Jerusalén, recuerda lo que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero hay una gran
diferencia. El profeta termina pidiendo a Dios que lo vengue de sus enemigos.
Jesús nunca sugiere algo parecido a sus discípulos. Al contrario, morirá
perdonando a quienes lo matan.
Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13
Oía el cuchicheo de la gente:
"Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo." Mis amigos acechaban
mi traspié: "A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos
vengaremos de él." Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis
enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con
sonrojo eterno que no se olvidará. Señor de los ejércitos, que examinas al
justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de
ellos. porque a ti encomendé mi causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que
libró la vida del pobre de manos de los impíos.
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