DOMINGO
18. CICLO A
Pandemia y eucaristía
Durante estos meses de pandemia, muchas personas se han visto en la imposibilidad de comulgar. Las lecturas de este domingo pueden ayudarles a comprender mejor y valorar más el don de la eucaristía.
Un alimento gratuito frente a otros caros que no sacian (Isaías 55,1-3)
«¿Tiene hambre o sed? Entre y compre sin pagar». «No vaya a la tienda de enfrente; sus productos son caros y no alimentan?». «Entre y coma gratis platos sustanciosos». Ni el supermercado más agresivo haría una propaganda como esta: lo llevaría a la ruina.
¡Atención, sedientos!, acudid por agua, también los
que no tenéis dinero:
venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche
de balde.
¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?,
¿y el salario en lo que no da hartura?
Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis
platos sustanciosos.
Prestad oído, venid a mí, escuchadme y viviréis.
Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.
Este breve pasaje del libro de Isaías, contraponiendo un alimento espléndido y gratuito a otro caro e insustancial, nos ayuda a pensar en nuestras dos fuentes de alimentación: la física y la espiritual, la comida ordinaria (que cuesta y solo sacia unas horas) y la eucaristía (gratuita y que alimenta hasta la vida eterna). ¿Valoramos adecuadamente la segunda? ¿La hemos echado de menos durante estos meses?
Jesús alimenta gratuitamente a su comunidad (Mateo 14,13-21)
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el
Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al
saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio
Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se
acercaron los discípulos a decirle:
― Estamos en despoblado y
es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de
comer.
Jesús les replicó:
― No hace falta que vayan,
dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron:
― Si aquí no tenemos más
que cinco panes y dos peces.
Les dijo:
― Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Problemas de la interpretación puramente histórica
Podríamos
entender el relato como el recuerdo de un hecho histórico que demostraría el
poder de Jesús y la bondad de Jesús: no solo cura a los enfermos sino que se
preocupa también por las necesidades materiales de la gente. Esta
interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos
imaginar la escena.
Se
trata de una multitud enorme, quizá diez o quince mil personas, si incluimos
mujeres y niños, como indica expresamente Mateo. Para reunir esa multitud
tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona.
La
propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida
resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para
alimentar a tanta gente.
Aun
admitiendo que Jesús multiplicase los panes, su reparto entre esa multitud,
llevado a cabo por solo doce camareros (a unas mil personas por cabeza) plantea
grandes problemas.
¿Cómo
se multiplican los panes? ¿En manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada
apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de ida y vuelta para coger nuevos trozos
cada vez que se acaban?
¿Por
qué no dice nada Mateo del reparto de los peces? ¿Es que éstos no se
multiplican?
Después
de repartir la comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se
le ocurre ir a recoger las sobras en mitad del campo?
¿Cómo
es posible que nadie se extrañe de lo sucedido?
Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que cuenta Mateo. ¿Se basa su relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo inventado por el evangelista para transmitir una enseñanza?
Problema de la interpretación racionalista y moralizante
En el siglo XIX, por influjo especialmente de la Vida de Jesús de Renan, se difundió la tendencia a interpretar los milagros de forma racionalista, de modo que no supusieran una dificultad para la fe. En concreto, lo que ocurrió en la multiplicación de los panes fue lo siguiente: Jesús animó a sus discípulos y a la gente a compartir lo que tenían, y así todos terminaron saciados. El relato pretende fomentar la generosidad y la participación de los bienes. Esta opinión, que sigue apareciendo incluso en libros pretendidamente científicos, inventa algo que el evangelio no cuenta, incluso en contradicción expresa con él, e ignora el mundo en el que fueron redactados los evangelios.
La interpretación simbólica y eucarística
A la
comunidad de Mateo este episodio no le resultaría extraño. Con su conocimiento del
Antiguo Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos pasajes
bíblicos.
En
primer lugar, la imagen de una gran multitud de hombres, mujeres y niños, en el
desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su
marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las
codornices gracias a la intercesión de Moisés.
Hay también otro relato sobre Eliseo que les vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:
«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de
las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo
dijo:
- Dáselos a la
gente, que coman.
El criado
replicó:
- ¿Qué hago yo
con esto para cien personas?
Eliseo insistió:
- Dáselos a la
gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.
Entonces el
criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor"
(2 Reyes 4,42-44).
Cualquier
lector de Mateo podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por
las personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual
que hicieron Moisés y Eliseo en tiempos antiguos. Al mismo tiempo, quedan
claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que
pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo.
En comparación con Eliseo, su poder lo sobrepasa también de forma extraordinaria:
no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo
cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan
subrayados de forma absoluta.
Sin
embargo, aquellos lectores antiguos se preguntarían qué sentido tenía ese
relato para ellos. Porque su generación no podía beneficiarse del poder y la
misericordia de Jesús para saciar su hambre en momentos de necesidad. Y sabían
que otros muchos contemporáneos de Jesús habían pasado hambre sin ser testigos
de ningún milagro parecido. En el fondo, la pregunta es: ¿sigue saciando Jesús
nuestra hambre, nos sigue ayudando en los momentos de necesidad?
Aquí
entra en juego un aspecto esencial del relato: su relación con la celebración
eucarística en las primeras comunidades cristianas. Es cierto que estos
detalles no pueden exagerarse. Por ejemplo, el levantar la vista al cielo y
pronunciar la bendición antes de la comida era un gesto normal en cualquier
familia piadosa. También era normal recoger las sobras. Sin embargo, Mateo ofrece
un detalle importante: omite los peces en el momento de la multiplicación.
Algunos autores se niegan a darle valor a este detalle. Pero es
interesantísimo. Cuando se come pan y pescado, lo importante es el pescado, no
el pan. Carece de sentido omitir la mención del alimento principal. Si se
omite, es por una intención premeditada: acentuar la importancia del pan, con
su clara referencia a la eucaristía. Porque en ella acontece lo mismo que en la
multiplicación de los panes. Jesús la instituye antes de morir con el sentido
expreso de alimento: «Tomad
y comed... tomad y bebed».
Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero
también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De
la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas
para amar a Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en
medio de las persecuciones e incluso entregarse a la muerte.
Un cristiano de hoy debería sacar el mismo mensaje de este pasaje: Jesús se compadece de nosotros y manifiesta su poder alimentándonos con su cuerpo y su sangre, mucho más importante que la multiplicación de los panes y los peces. También podríamos sacar otras enseñanzas: la obligación de preocuparnos por las necesidades materiales de los demás, de poner a disposición de los otros lo poco o mucho que tengamos. Así, los benedictinos alemanes han querido recordar la preocupación de Jesús por los necesitados instituyendo en el sitio donde se recuerda la multiplicación de los panes un centro de atención a niños disminuidos físicos. Pero lo esencial del relato es lo que decíamos anteriormente.
Amor a Cristo y amor de Dios en Cristo (Romanos 8,35.37-39)
El
evangelio habla de la compasión de Jesús, de su preocupación por nuestras
necesidades físicas y materiales. Pablo, que experimentó ese amor, se pregunta
si hay algo que pueda impedirle amar a Cristo, negarlo o traicionarlo. Enumera
siete posibilidades, incluida la del martirio, y está convencido de que siempre
saldrá victorioso gracias a «Aquel
que nos ha amado».
Porque el amor de Dios, manifestado en Cristo, es tan grande que ninguna
realidad o criatura, por sublime y poderosa que parezca, podrá apartarnos de
él.
0 comentarios:
Publicar un comentario